``Aprendamos y enseñemos a otros que la política puede ser no sólo
el arte de lo posible, especialmente si eso significa el arte de la
especulación, cálculo, intriga, pactos secretos y maniobras
pragmáticas, sino que incluso puede ser el arte de lo imposible, es
decir, el arte de mejorarnos y mejorar el mundo''.
Václav Havel.
Este tiempo es tiempo de definiciones, sobre todo en el terreno político. Lo que está en juego es, ni más ni menos, el proyecto de país. Esto explica, quizás, la pasión que en estos días envuelve el debate y las argumentaciones y que, a veces, lleva a deslices y excesos.
Respecto a esto último, Carl Schmidt hacía coincidir la esfera de la política con la relación amigo-enemigo y equiparaba esta dualidad con la de ``lo bueno y lo malo'' para la moral o la de ``lo bello y lo feo'' para la estética. Otros han compartido esta aproximación: ``mientras exista la política, ésta dividirá a la sociedad en amigos y enemigos'', decía, Julien Freund.
Pero no podemos empobrecer a la política asumiendo que la lucha electoral se da entre buenos y malos, porque semejante visión termina invitando a los otros a aumentar el volumen o afinar la puntería, buscando la descalificación del oponente, y ésa es la manera más fácil de activar una lógica que sólo deja distorsiones y trastornos a la vida social.
Sin duda, la política implica confrontación, pero de ideas y propuestas, de personalidades y biografías, y su valor primordial reside en la posibilidad de dirimirlas con argumentos. Toca a las oposiciones en las democracias, escribe Giampolo Zucchini, un papel central: ser límite y control al poder de la mayoría y alternativa política de poder.
Una de las reglas de oro en las democracias, recuperada por un clásico mexicano, don Jesús Reyes Heroles, es, precisamente, no vencer, sino convencer. Toca a cada partido ofrecer diagnósticos serios y propuestas inteligentes para enfrentar las cuestiones más sensibles: seguridad pública, educación, empleo, vivienda y servicios... y persuadir a la ciudadanía de que tiene la mejor oferta programática y a los hombres y mujeres capaces de convertir programas en políticas públicas. Pero más allá del discurso, toca a los partidos convalidar sus propuestas con los hechos, a través de un trabajo político serio, responsable, consistente.
La cultura democrática exige respeto a quienes profesan ideas políticas, morales o religiosas distintas a las nuestras. En el PRI, esta cultura política fue plasmada en sus documentos básicos: ``La ética del PRI inspira una política que busca acuerdos en torno a fines y propósitos, que suma e incluye, una política al servicio de la sociedad, respetuosa de los adversarios, alentada por la convicción de que la pluralidad y el debate entre diversas opciones, permiten definir mejor el interés general del país... Es una ética que exige respeto a la política, porque si ésta se desvirtúa se debilita el único instrumento que tiene la sociedad para construir consensos''.
El reto no es inhibir sino impulsar la participación ciudadana en la esfera pública; abrir y multiplicar los espacios; dignificar la política.
Los procesos electorales le presentan a los actores inviduales y colectivos, una oportunidad para contribuir decisivamente a la recreación de una vida pública y una convivencia social donde florezcan el análisis, la reflexión y el debate de ideas, propuestas y programas, buscando convencer de las razones mejores, contribuyendo a hacer del voto un ejercicio racional.
Vale insistir; se trata de una responsabilidad de todos, porque todos queremos una sociedad mejor, y a todos nos compromete el presente y futuro de la nación.
En el Partido Revolucionario Institucional nos pronunciamos con claridad y firmeza porque estamos echados para adelante, porque tenemos principios y valores, razones, argumentos y propuestas, y a los hombres y mujeres capaces y comprometidos para llevarlos a cabo.