Salvador Cuevas vio los resultados del trabajo que estaba realizando y sonrió satisfecho. Pronto estaría listo un telescopio con el que se podrían observar las estrellas sin las alteraciones producidas por la atmósfera terrestre.
``Es muy simple'', solía decir a sus alumnos, ``es como si estuviéramos adentro de una alberca o en una pecera. Cuando ustedes están abajo del agua ven los objetos de afuera deformados. Este mismo efecto ocurre cuando miramos las estrellas. La atmósfera impide ver sus detalles, distorsiona sus imágenes''.
Después de años de trabajo, él y su equipo del Instituto de Astronomía de la UNAM habían logrado introducir un elemento óptico en el telescopio que contrarrestaba esas distorsiones. Ahora sería más fácil hacer observaciones que permitieran un mayor conocimiento acerca de la evolución de las estrellas y de las galaxias. Antes de eso él había logrado disminuir el efecto deformante captando las imágenes del cielo, procesándolas en la computadora y aplicando complicados métodos matemáticos; un proceso muy laborioso.
Por un momento, Salvador se detuvo a pensar si el trabajo hubiera sido más rápido de haber estado ahí sus amigos. Cuando terminaron la carrera de Física, él y otros tres alumnos habían decidido ir a distintas escuelas del mundo para realizar sus doctorados en Optica.
La idea era regresar a México a conformar un grupo sólido, que tuviera una visión amplia de esta ciencia.
Durante los años de estudio se habían comunicado unos y otros con relativa frecuencia, para conocer los avances y los puntos de vista de los diferentes lugares. Salvador recordó con agrado aquellas épocas.
Finalmente, por desgracia, el grupo no había podido conformarse debido a una razón simple nada más en apariencia: sólo él volvió del extranjero.