La clase gobernante de Estados Unidos habla y se conduce hoy como una nueva nobleza medieval, ahora de alcance planetario. Habla a sus súbditos del mundo con la petulancia torpe de alguien cuya mente ensimismada y ofuscada por un poder enceguecedor, se cree de veras la magna obra del desarrollo humano. Con la diestra sobre la Biblia que la reina sostiene, y sin homólogos invitados porque Júpiter Tronante es sin pares, teatralmente dramático, al ser ungido Clinton jura defender su tierra prometida de ``fuerzas oscuras'' amenazantes. Después inclina la cabeza para escupir a los demás, diciéndoles desde su pedestal de cowboy que su país es ``el único imprescindible'' en el mundo. El próximo siglo --dice por sí, democráticamente--, gobernaremos las otras ``democracias'' (cualquiera de ellas, desde luego, prescindible). No se percata de que su palabra desafinada se asemeja ya a las notas premonitorias del canto del cisne.
El XX fue el siglo norteamericano, dice. Es verdad. No lo será el XXI, estemos ciertos. La enorme vitalidad y el empuje sin precedente que impulsó el desarrollo de esta nación, provienen de una condición decisiva, la de no haber llevado encima la carga histórica del Medioevo por ser una colonia de poblamiento, y de la combinación de tres órdenes de innovaciones: económicas, técnico productivas e institucionales. Estas innovaciones se gestan, desarrollan y emergen consolidadas en el lapso que va de la Guerra de Secesión (1861-1865), al término de la Segunda Guerra Mundial (1945).
En el orden técnico productivo dos empresarios personifican esas inmensas innovaciones: Taylor (1856-1915) y Henry Ford (1863-1947). Taylorismo y fordismo son el nombre del perfil tecnológico de la industria estadunidense, imitado por el mundo. Métodos crecientemente automatizados de una producción en cadena, industria metal mecánica y uso de combustible de origen fósil a precio de regalo, resumen ese perfil técnico industrial. La producción en masa exigía un mercado de masas. De ahí derivó su innovación económica más importante: no habría mercado de masas a menos que la mayor parte de las manufacturas formaran parte del salario (innovación, en gran parte, también obra de Ford).
Las innovaciones institucionales vienen de atrás. En 1863 son derrotadas las tropas confederas del sur. En 1865 se produce la final capitulación del general Lee ante el general Grant y se consolida el triunfo del norte industrial frente al sur agrícola. El asesinato de Lincoln ese mismo año a manos de un sudista, no impidió que Estados Unidos comenzara a convertirse en la potencia económica soñada por los padres fundadores. Entre 1860 y 1914 la población se triplica; la fuerza de trabajo aumenta 700 por ciento, el producto interno se multiplica por 20 y el capital de inversión por 40. En 1915 es ya el primer lugar mundial en la producción de hierro, carbón, petróleo, cobre y plata. La máquina de vapor se sustituye por la eléctrica y circulan ya 250 mil automóviles. El gobierno es eficazmente organizado para lidiar con el desarrollo acelerado.
Entre el régimen de Theodore Rossevelt (1901-1909) y el de Franklin D. Rossevelt (1933-1945), la presidencia de la república evoluciona hasta ser convertida en una ``presidencia imperial''. La política económica evoluciona del New Deal de Rossevelt a la New Economics de Kennedy, en un proceso de expansión constante de intervención y regulación del Estado. De igual importancia es el activismo de los estadunidenses en la creación de instituciones de regulación internacional: la iniciativa de creación de la ONU, en cuyo Consejo de Seguridad quedó plasmada su hegemonía; la organización de una red de tratados comerciales internacionales y la reconstrucción de la Carta de La Habana, que llevaron a la creación del GATT; los acuerdos de Bretton Woods de 1944 que consagraron el predominio del dólar como el medio de pago internacional; la creación del FMI y del Banco Mundial, la OTAN, la OEA, y un largo etcétera, conformaron un conjunto institucional de regulación de relaciones económicas, políticas y militares, a través de las cuales Estados Unidos ejerció una hegemonía incontrastable.
Pero todo fue agotándose. El perfil tecnológico industrial de dos siglos quedó agotado hacia fines de los sesenta. Los hidrocarburos casi regalados, no lo son más y sus mercados son altamente inestables. La producción estadunidense es una fracción decreciente de la producción mundial. A partir de 1971, año en que Estados Unidos suspendió la convertibilidad del dólar respecto al oro, una a una todas las instituciones de regulación internacional fueron perdiendo el consenso que mantuvieron y fueron haciéndose crecientemente ineficaces.
Estados Unidos va hacia el pasado sin consenso ni legitimidad ningunos en sus actos internacionales. Hoy existe una profunda conciencia universal de que la humanidad no podría vivir con el nivel de consumismo depredador de recursos cometido por Estados Unidos, porque el planeta quedaría exangüe en unos cuantos años. El american way of life es por necesidad de supervivencia de los humanos, repudiable. La humanidad toda tendrá que exigirles que arreglen su casa, porque su derroche enloquecido nos afecta a todos. No pueden decirnos, pues, cómo hemos de vivir los demás. Por eso no van a gobernar nada el siglo venidero.