Italia es hoy una de las fronteras mundiales entre pasado y futuro. Un lugar donde está en juego la opción entre gobernar el cambio o dejar que sus fuerzas sigan triunfando, caiga quien caiga. Una opción que, evidentemente, encierra muchas otras de carácter moral, político, etcétera. Prueba de su seriedad, el enfrentamiento es duro. Y todo se mezcla con todo; la economía con la política, el espectáculo con las brujerías. Los temas fundamentales del debatir cotidiano son: el futuro de las pensiones, las tasas de interés que no bajan lo suficiente, las temidas, nuevas, maniobras fiscales para reducir el déficit, el desempleo que sigue en un 12 por ciento, la recuperación económica demasiado lenta, la urgencia de hacer todo lo necesario para entrar a la moneda única en la primera mitad del año que viene.
Italia tiene un gobierno centroizquierdista desde hace siete meses. ¿Qué ha hecho? Dos o tres cosas importantes entre las cuales están: un retorno serio a la disciplina fiscal que lleva el déficit presupuestario de la actualidad a poco más o menos de 3 por ciento del PIB, sin que se hayan afectado las estructuras fundamentales del Estado social; una inflación anualizada inferior al 3 por ciento, y el comienzo de una profunda reforma (en clave de simplificación y transparencia) de las estructuras administrativas del Estado. ¿Qué no ha hecho? No ha producido, con sus acciones, una recuperación del empleo; no ha encontrado las claves de una pacificación institucional del país que detenga conflictos y tensiones entre los poderes del Estado; no ha revertido un clima subyacente de desinterés y desconfianza en la política de parte de amplios sectores de la población.
El país se despierta horrorizado por el hecho que una banda de jóvenes arrojaba piedras desde un puente sobre los carros que corrían debajo. El resultado más reciente había sido una joven mujer asesinada, como víctima sacrificial, dictada por el Dios del caso, de un juego juvenil. Y por la noche el país se acuesta peor de como se levantó, habiendo descubierto que las encuestas de opinión indican que el 10 por ciento de los jóvenes italianos tiene algún grado de identificación con la banda de los asesinos (¿o sacerdotes posmodernos?) del puente.
Contra esta corriente mayor de fuerzas el centroizquierda gobernante no ha podido hacer gran cosa. Es posible que Italia llegue a evitar la humillación de no entrar a la moneda única desde su pimer momento; es posible incluso que el partido-empresa de Berlusconi comience a considerar también los intereses nacionales además de aquéllos de su líder-dueño. Todo es posible y lo contrario de todo. Por lo pronto ahora, nuevamente, el horizonte se oscurece. Primer acto: Rifondazione comunista (Rc) deja que el gobierno caiga en minoría frente a la derecha en la aprobación de un decreto relativo a privatización de la mayor empresa italiana de telecomunicaciones. Segundo acto: el Partido de la izquierda democrática (Pds) percibe que la continuación del gobierno Prodi supone poder prescindir de los votos de Rc. Y, con este fin, lanza mensajes de aliento al fragmentado centro cristiano italiano e incluso a su nueva agregación política. Y, epílogo, de pronto Berlusconi vuelve a lanzar señales de paz a la Liga Lombarda (LI) que, con su declarado objetivo secesionista, no es partner cómodo para nadie.
Mientras tanto, en pocas semanas más podría comenzar a sesionar la Comisión bicamaral para la reforma de la Constitución de la República. Con un centroderecha que quiere presidencialismo ya. Y un centroizquierda que algo deberá ceder en términos de ejecutivo fuerte para obtener nuevas reglas de convivencia ente gobierno y oposición. La izquierda necesita compromisos de democracia de parte de la derecha, antes de apretar más a fondo los proyectos de reforma que afectarán varios intereses. Tal vez sea una hipótesis equivocada, pero, mirando al caso italiano, se tiene la impresión de que una de las razones por las dificultades actuales de la economía y el empleo, es sobre todo la incertidumbre política. Lo que, de ser cierto, significaría que desde la reconstrucción de la política se pueden establecer los elementos capaces de sostener una economía mejor.