La Ciudad de México, sede del gobierno federal, ha sido históricamente la cabeza del mundo que la rodea; en la triple alianza entre Tlacopan, Texcoco y Tenochtitlan, esta última superó a sus aliadas y fue el centro político y religioso del Anáhuac hasta la llegada de Hernán Cortés y sus huestes.
Después, México-Tenochtitlan ha sido sede de la Real Audiencia, capital del reino de la Nueva España, capital imperial, capital de la república federal, de la república centralista, nuevamente capital imperial y, finalmente y hasta nuestros días, otra vez el lugar desde el que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial rigen los destinos del país.
México tiene vocación de capital; de su grandeza nadie duda, así como de los problemas que crecen y agobian cada vez más a sus habitantes mientras las autoridades no han sabido ni podido resolverlos.
La invasión de las calles por vendedores ambulantes, la basura, la inseguridad, los transportes, todo se agranda en proporción al crecimiento de la urbe y toda solución se pospone, se resuelve a medias y, entre tanto, todo pende de un hilo y está en el filo de la navaja. Un estallido social en esta capital sería de imprevisibles consecuencias.
Así y todo muchos quieren gobernar la ciudad del país, y quienes a ello aspiran saben que quien lo haga, pasará a la historia como el primer gobernante electo, al menos de 1928 a la fecha; pudiera ser que además de esa primacía, el gobernante, si es inteligente, honrado y trabajador, pase a la historia por otros méritos, por ejemplo, por las obras que realice o por el orden que establezca o lo que sería mejor: por la justicia que consiga para todos.
Hasta hoy, entre los que ya se apuntan en las listas de sus partidos e inician la lucha interna para ser candidatos, están dos panistas yucatecos, cultos ambos, venidos de la lejana península hace ya algunos ayeres y dispuestos a ganar las elecciones. No será raro que un peninsular sea gobernante en estas tierras del altiplano. En el siglo pasado, el también yucateco Lorenzo de Zavala, culto también e inteligente, fue gobernador nada menos que del estado de México antes de irse como vicepresidente de la separada Texas.
En el campo de la oposición no contemporizadora del PRD, los precandidatos son también provincianos, al menos de origen, aunque con ya antiguo arraigo en la ciudad. Uno de ellos es el guanajuatense Porfirio Muñoz Ledo y el otro el michoacano Cuauhtémoc Cárdenas, los dos con experiencia política y administrativa.
De ambos, el ingeniero Cárdenas se destaca por su indudable seriedad y autoridad moral que lo han mantenido en el primer plano de la política nacional y en la simpatía popular durante un largo tiempo y a través de muchas vicisitudes que no cualquier político resiste y con la entereza que ha demostrado.
Del partido del gobierno, los prospectos son variados y sólo esperan la decisión presidencial para abrirse de capa y continuar la campaña iniciada de antemano. Cualquiera que sea el candidato oficial, con las encuestas en contra de su partido, tendrá que ser de primer nivel.
Los mexicanos de la ciudad (nada de chilangos), los citadinos, los metropolitanos, pasaremos de ser ciudadanos de segunda a ciudadanos ``de primera popular'', porque la democracia no irrumpe en toda su dimensión en el Distrito Federal, pero hemos logrado dar un gran paso; esperamos que los candidatos estén a la altura de la sociedad capitalina.