Arnoldo Kraus
``No somos ratas''

Circulan desde la semana pasada, por las calles del Distrito Federal, algunos taxis con grandes y claras pintas. Su texto invita a la reflexión y compromete la opinión. El escueto mensaje dice, no somos ratas.

Se puede ser antiyanqui, detestar la prepotencia británica, o molestarse con los gobiernos de Canadá, Alemania, Japón y Francia, pero la advertencia que dichos países formularon a sus ciudadanos en relación a los peligros de convertirse en víctimas de la delincuencia al abordar taxis que no sean de sitio, no es ni gratuita ni ``antimexicana''. Medios gubernamentales no sólo deploraron tal señalamiento, sino que consideraron que los medios informativos nacionales habían amplificado la noticia. A mí, en cambio, no deja de alarmarme nuestra incapacidad, casi genética, para lidiar y trabajar con la verdad.

Las historias de asaltos, vejaciones, violaciones y muertes perpetradas en la Ciudad de México son innumerables e inenarrables. Hace tan sólo tres o cuatro años, escribí, en estas páginas, un texto intitulado ``Adiós a la calle'' en el que cavilaba acerca de la inseguridad citadina. El incremento en la desconfianza de los defeños hacia el poder y la profundización de la crisis a partir de entonces, con la consecuente violencia y las no pocas muertes inesperadas e injustificadas retitularían hoy esas reflexiones: la calle no sólo ha dejado de ser la continuidad ``normal'' de la casa, sino que se ha convertido en amenaza.

Si bien el amarillismo y la pluma barata son detestables, esconder la verdad y huir de la realidad es peor. Para un elevadísimo porcentaje de citadinos, la capital, su casa, es cada vez más insegura, y, de acuerdo a no pocas opiniones, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Grandes y antiquísimas dosis de ceguera, aunadas a mínima disponibilidad para resolver incontables problemas ``cuando se podía'', han transformado al DF en lo que hoy es. La disgresión y el contraste están a la vista: ``no somos ratas'' vs ``aquí no pasa nada''. Agrego, además, que la violencia no es lo único que preocupa a los extranjeros; desde hace muchos años los miembros de varias embajadas reciben vacaciones extras por exponerse a la contaminación de nuestra ciudad. Aun cuando violencia y contaminación parezcan tópicos distantes, no lo son. Poseen la misma madre: políticas desafortunadas.

El DF tiene historia: su tamaño, el hacinamiento, la migración campesina hacia el DF --¿hay más oaxaqueños en el DF que en su estado natal?--, la ausencia de agua en muchas colonias, la contaminación y tantos otros avatares, sólo reflejan el desatino de los gobiernos previos al olvidar que la provincia requería inversiones para que sus habitantes pudiesen vivir dignamente. El DF también tiene presente: el número de subempleados y desempleados --¿cuántos son?-- también tienen que sobrevivir. Sin robar ni vejar en taxis. Sin lesionar a mexicanos o turistas inocentes. Ni deteriorando la imagen de México en el extranjero. Seguramente habría menos atracos si la ciudadanía pudiese pervivir no bajo la falsa luz del semáforo, sino con empleos dignos. Asimismo, el origen de la brutalidad citadina tiene nombre: ¿quién y por qué hizo desaparecer las de por sí enjutas fuentes de trabajo?

El grito no somos ratas tiene otras caras y otros pasados. Nadie sabe cuántos asaltos son perpetrados exclusivamente por ``taxistas-rateros'' y en cuántos existe complicidad con ``otros'' ciudadanos. Tampoco conocemos cuántos atracadores lo son por el sofocamiento secundario al desempleo y quiénes cometen las fechorías por desajuste social. Lo cierto es que hace pocos años no se cometían más asaltos en taxis en el DF, que en Londres o en Washington. Igualmente veraz y urgente es la preocupación por el futuro de nuestra ciudad: es crucial angustiarse por los asaltos a turistas, pero es más importante velar por sus habitantes.

El ``experimento DF'' --descuido ancestral de la provincia aunado a la creciente miseria-- cuestiona el porvenir de nuestra ciudad: no somos ratas es la voz de ciudadanos-taxistas que se deslindan de los asaltos como forma de vivir. El Departamento del Distrito Federal debe confrontar la realidad y, desde luego, responder: los robos no son perpetrados exclusivamente por maleantes malhabidos. La violencia tiene nexos con la infortunada historia de la economía mexicana y el alarmante encarecimiento de la vida.