La Jornada jueves 30 de enero de 1997

José del Val
La negociación crispada

Todos sabemos que el clima moral en el que se desarolla una negociación es definitivo para la misma. Es más, se puede afirmar que lo que hace posible que una negociación concluya exitosamente no son estrictamente los aspectos negociados, sino el estado de ánimo en el que se desenvuelve ésta. Así fue en Colombia, así fue en el Salvador, así fue en Guatemala, y así tendrá que serlo en México.

La tarea fundamental de un negociador es ésa precisamente: crear un ambiente favorable a la negociación: descrisparla.

Venganza, revancha y ofensa deben ceder el campo a la generosidad. Deben los negociadores mostrar y convencer que en cualquier negociación, lo que se busca es dar acomodo a las razones; razones que ambas partes tienen y despejar del ambiente la falsa creencia en la existencia de ``la razón'' y además que ésta es patrimonio de una de las partes.

Un clima social generoso, es decir, un espacio potencialmente factible a una negociación no abarca exclusivamente a las partes en conflicto, incluye a la sociedad en el seno de la cual la negociación se desarrolla.

En primerísimo lugar la construcción de un ambiente social generoso debe ser responsabilidad ética de los medios de comunicación. Si éstos no colaboran en la tarea moral que el momento les reclama estorban a la negociación y estorban a la sociedad a la cual dicen servir desinteresadamente.

Un potaje indiscernible de hechos, opiniones, especulaciones y rumores han construido sólidamente una gran confusión: unos, intentando ``achicar'' hasta hacer invisible las circunstancias y los problemas; y otros, ``magnificándolos'' hasta convertirlos en el ``único'' hecho social significativo, han colaborado eficientemente en la crispación.

Paradójicamente un país que ha desarrollado en los últimos años ``tecnología de negociación de punta'', comete en la primera negociación propia, errores elementales que ha ayudado a superar en otras.

Ninguna negociación ha prosperado en un clima de desconfianza y de espectáculo como el que vivimos nosotros en la negociación de Chiapas.

Apelo a los medios; apelo a nosotros todos, a colaborar en la creación de un clima social generoso en el cual la seriedad y la discreción sean los elementos centrales que den paso y espacio a la negociación.

Los negociadores mismos desarrollan su tarea de manera indiscreta y declarativa, al límite de presentar posiciones propias como posición ``ultima'' y no negociable.

¡De facto se convirtieron de negociadores en un polo más de la negociación!

Parece haberse perdido de vista que lo que se está negociando son las circunstancias jurídicas, políticas, económicas y sociales para arribar a una nueva relación entre los pueblos indios y el Estado nacional.

No es asunto menor ni sencillo, con el agravante de que para la mayoría de los mexicanos, incluyendo en primer lugar a los partidos políticos contemporáneos la cuestión indígena se les apareció de pronto el primero de enero de 1994.

El reconocimiento de la sociedad mexicana toda de un nuevo rostro, de su verdadero rostro, implica necesariamente que todos nos miremos en el espejo del racismo y la discriminación. Sólo será a partir de una profunda y sincera autocrítica que esta sociedad podrá arribar a soluciones de fondo y eficaces.

Esta explosiva conversión indianista de tantos debe estar precedida de una sincera revisión crítica de actitudes propias: de individuos, familias, organizaciones, de las instituciones. No se trata de cambiar como se cambia de partido.

Se trata de algo mucho más serio y permanente; se trata de construir los caminos para ensanchar la República, para engrandecer la Nación.

La reconstitución de los pueblos indios de México requiere de mucho más de lo que se ha dicho y hecho hasta ahora.

Más allá de algunos cambios en la Constitución y la disputa de algunos términos, lo que estamos discutiendo es cómo iniciar un proceso que ensanche las avenidas políticas del país para que los pueblos indios transiten a su modo y tiempo hacia el proyecto y destino que se han trazado y se están trazando.

No es posible que la bocacalle del proceso esté saturada del griterío crispado de tanto experto, de tanto improvisado redentor. ¡Ya nadie escucha a los indios!

El tiempo no corre a favor de nadie. La crispación social, la falta de generosidad campante, produce sus propios efectos que enrarecen más las negociaciones y lo que es más grave: los pueblos indios como efecto natural del enrarecimiento en el clima negociador, se ven sometidos a mayor agobio y presión; crece la militarización en sus regiones y sus secuelas. Crece indudablemente el descontento de las fuerzas armadas que se ven obligadas a ocupar los espacios que las negociaciones van creando con sus continuos desaciertos.

La crispación social crea asimismo un clima y espacios que son ocupados oportunistamente por otros grupos con intereses particulares que, fundados en la crispación misma, legitiman sus acciones... y así paisanos.

Frente a la crispación, la generosidad; frente al griterío, la reflexión; frente al espectáculo, la discreción; frente la redención, la autocrítica; frente a la opinión interesada, la escucha atenta.

Nuestra resposabilidad hoy es colaborar en descrispar las negociaciones, crear el clima adecuado para que éstas avancen. De manera señalada el ejemplo debe partir de los negociadores mismos y de los medios de comunicación.