Nadie niega la importancia de la memoria y de su hermano gemelo, el recuerdo. Desde el punto de vista colectivo puede dar lugar a la historia y también, cuando se trata de sucesos recientes y dolorosos para los pueblos, a movimientos políticos en que los mejores hombres y mujeres del mundo se esfuerzan porque el olvido no cubra a feroces criminales todavía vivos; así, los pueblos de muchos países sudamericanos que luchan porque se tenga memoria de las crueles dictaduras que los afligieran, los alemanes más lúcidos que ven cómo el huevo de la serpiente es empollado de vuelta por numerosos jóvenes, los mexicanos con los sucesos del 2 de octubre y el 10 de junio. Al tiempo que procuran la vigencia de lo mejor, más noble y más bello de su herencia.
A nivel personal, la memoria enriquece nuestra vida (a veces con recuerdos algo deformados para mejor aceptación de nostros mismos, lo que somos y hemos sido) y su pérdida es algo que los viejos vemos con temor creciente. A nivel literario, el tratamiento del recuerdo ha producido espléndidas obras que siempre referimos a la magdalena con el té. Por todo ello una nueva obra acerca del tema despierta muchas expectativas, a pesar de que se trate de un espectáculo de creación colectiva, cuyo rechazo no se produce, como afirma el director Miguel Angel Gaspar, porque tenga ecos de teatro de contenido político, sino porque en muy contadas ocasiones es buen teatro. El desprecio al teatro de autor debe en todo caso estar apoyado por excelencias que un autor no daría y cabe preguntarse qué tanto interesan al público las vivencias de un grupo de actores. Con Barba, por ejemplo y en algunos de sus espectáculos, se tienen destellos de gran belleza formal; en este casi émulo suyo --que incluso acoge a actores de diferentes países y culturas-- esos destellos están ausentes.
Vayamos por partes. Carpa Theater, creado por su director mexicano en Viena, llega hasta nosotros apoyado por diferentes instituciones tanto vienesas como mexicanas, lo que hace suponer que goza de cierto prestigio en ese país y que entre nosotros refrendaría la calidad que le merecieran tantos apoyos. El importante tema, que podría haber dado lugar a fascinantes momentos de elevada teatralidad, es reducido a plantear las diferentes prácticas mnemotécnicas, desde Simónides hasta la fecha. En un lugar impreciso, y bajo la guía de una especie de mentor llamado Amadeus (y todos los personajes se llaman como los actores que los encarnan, quizás para dar mayor idea de que se parte de sus improvisaciones), un grupo de personas con algún problema neurológico trata de superar su posible pérdida de memoria. Encontramos al iranés Alí, que sufre de amnesia y que logra --así lo creo, aunque no lo puedo afirmar porque lo dice excitadísimo en alemán-- recobrar la memoria; a Claudia (Claudia Kanet, la única presencia que dota de encanto a la escenificación), con algún tipo de daño cerebral, a lo mejor Alzheimer; a Claudio, con ausencias de origen epiléptico y a otros personajes más, todos con algún padecimiento. En ocasiones, los ataques hacen reír a ese tipo de jóvenes espectadoras que buscan reír al menor pretexto escénico, a lo mejor porque no entendieron, a lo mejor porque serían capaces de hacerlo ante un ataque en la vida real. Esto es cruel y gratuito, sobre todo porque la escenificación no logra rebasar el muestrario de deficiencias y convertirse en obra de arte.
El trabajo del grupo, al parecer, se basa en una correspondencia entre el interior del individuo y su gestualidad, pero esto nunca se proyecta al público. La azarosa escenografía parece hablarnos de la disgregación de la personalidad y algunas escenas intentan el caos estudiado, pero su falta de belleza formal y de intensidad no logran despertar el interés. Algún momento rescatable, como el de Claudio acechado por las cortinas que se agitan, no basta para superar el tedio del espectáculo. Largos momentos en que los actores leen con fuerte acento alemán definiciones de lo que es memoria en los diccionarios, o en que Amadeus repite párrafos memorizados de historia natural, no son siquiera de jirones ese antiteatro que se proponía hace algunas décadas.
Se podría decir que la búsqueda de este grupo no lleva a encuentro alguno. Despojado de todo interés estético, intelectual o aun emotivo, sin tener siquiera la coartada del simple entretenimiento, el montaje del visitante Carpa Theater aparece como un desfase mayúsculo entre las declaraciones del director en el programa y en la entrevista de Mónica Mateos (La Jornada 20/I/97), que habla de un teatro poético, interdisciplinario, de constante indagación, y lo visto en el escenario.