Adolfo Sánchez Rebolledo
El partido de la Iglesia

La Iglesia católica está de nuevo --todos los días y a todas horas-- en el centro del escenario nacional. Es el protagonista silencioso del quehacer político, la fuerza ideológica más influyente en el crepúsculo de un siglo revolucionario que ha visto desaparecer o claudicar a sus oponentes históricos. Los curas católicos anudan una vasta red de convergencias y lealtades, un verdadero poder en crecimiento dentro del Estado mexicano. No obstante su presencia cada vez más nítida y visible en la plaza, en la escuela o los medios, aún no hemos visto todo. Este es el comienzo de una historia que apenas comienza. No quieren involucrarse en y con los partidos pero hay confusión: ¿tiene partido la Iglesia? ¿Pueden los sacerdotes no hacer política que no sea ``partidista''? No es un prurito legal, pues la cuestión tiene que ver con la salud política del régimen que está naciendo. Se sobreentiende que en un año electoral tan cargado de premoniciones el asunto no es cualquier cosa. Veamos.

Días atrás (25 de enero) al inaugurar el VIII Congreso Nacional Misionero de la Infancia y la Adolescencia, el nuncio Girolamo Prigione expuso la idea que ronda todas las expresiones eclesiásticas en la materia: que la labor de la Iglesia es ``de unidad, paz y progreso en la justicia y libertad'', no de ``política partidista''. El cardenal Sandoval Iñiguez repitió en rueda de prensa que ``no habrá línea para que los laicos emitan su voto a favor de ningún partido'', aunque, admitió, ``la ideología del PAN refleja la doctrina social de la Iglesia'', lo cual, aclaró, ``no quiere decir que los sacerdotes militemos en dicho partido'' (La Jornada, 26 de enero).

El lasallista Francisco Serrano, hermano del presidente de Pro-Vida y asesor espiritual del Movimiento Testimonio y Esperanza, luego de repetir la cantinela de que ``la Iglesia no anda en política de partidos'', a renglón seguido pidió a los 120 mil jóvenes católicos que lo escuchaban en el cerro del Cubilete que, antes de votar, ``piensen su partido (sic) pero --puntualizó-- hay que ver que a Dios lo que es de Dios, y al que no le dé a Dios lo que es de Dios, no tiene por qué estar ahí'' (citado por Reforma). La Iglesia católica ``no está casada con ningún partido político'', resume, finalmente, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) por boca de los obispos Abelardo Alvarado, Luis Morales Reyes y Lázaro Pérez, pero, añade incisivamente uno de los prelados: ``un congreso opositor más que un riesgo sería una conquista de la democracia''. Nada nuevo: se dice el pecado mas no el pecador. ``En la CEM --que muy pronto definirá la postura oficial de los obispos ante los comicios de julio-- consideramos que ``son comprensibles los errores que los gobiernos panistas están teniendo (porque) es un partido que llega por primera vez a un gobierno estatal y no está acostumbrado a gobernar y, por ello, logicamente se le recriminan algunos desatinos''. El presidente de la Comisión Episcopal del Evangelio y la Catéquesis, Lázaro Pérez, considera que ``el pueblo está cansado de la injusticia y la corrupción'' y que de la misma manera en que actúo en Jalisco puede hacerlo en otros estados para otorgar el poder al Partido Acción Nacional''. Como se ve, son meras opiniones, ningún proselitismo.

Pero los obispos, que no son tontos, comprenden que, más allá de las posibles infracciones a la Ley que a nadie parecen preocuparles tras las reformas del 130 y demás artículos constitucionales, es la pretendida vocación de neutralidad del clero la que se halla en el filo de la navaja: ``No podemos evitar, dice incómodo el obispo Luis Morales Reyes (Crónica, 25 de enero) que nuestro mensaje se interprete de forma reduccionista o que se le tache de panista''. Sin embargo es casi imposible no hacerlo así. Deliberadamente o no, las declaraciones de los obispos se deben considerar ``panistas'' o, al menos, favorables al PAN por razones que mucho se parecen a las de Pero Grullo. Sin riesgo de reduccionismo, se puede asegurar que el PAN es el único partido (excepción hecha del viejo PDM) capaz de asumir la doctrina social (y la historia de la Iglesia católica y la derecha en México) como fundamento genuino de sus propuestas políticas --y de sus tácitas alianzas con la jerarquía--, así se esfuercen otras tendencias de origen liberal o conservador, tanto en la oposición como en el propio gobierno, por conseguirlo. Cierto es que dicha doctrina religiosa ``no concierne tanto a las expresiones organizativas concretas de la sociedad cuanto a los principios inspiradores que la deben orientar'' (Juan Pablo II, 1993), pero es obvio que siendo el PAN, aquí y ahora, el partido de la catolicidad mexicana, el de los ``fieles laicos'' a quienes corresponde, en la visión papal, ``hacer rica de valores humanos y cristianos la práctica democrática de los pueblos'' lo menos que se puede pedir es una concordancia entre los intereses y principios de ese partido con los postulados de la Iglesia católica.

La segunda es que, a pesar de sus múltiples y reconocibles diferencias internas, la Iglesia mexicana se ha forjado, a partir de la propia experiencia histórica y de su condición actual, un diagnóstico de la situación política y su posible evolución que, en líneas generales, coincide con los planteamientos, intereses y estrategias terrenales elaborados por el PAN, que, por su parte, reconoce --como algunos obispos piensan también--, que en el mundo secularizado de hoy ser un partido moderno presupone no ser más un partido confesional. Así pues, la jerarquía católica está convencida de que el cambio político no únicamente es necesario, sino inevitable y, al igual que otras fuerzas del establecimiento, se dispone a desempeñar un papel activo en la transición, acompañado a la fuerza que considera capaz de dar curso a la alternancia, asegurando además el marco ideológico para llevar adelante la obra de evangelización de los ``que el Papa defiende como los nuevos areópagos, o sea, la cultura, la política y la economía'' (Umberto Mauro Marsich, en La cuestión social, núm. 4). ¿No fue Carlos Castillo Peraza el primero en hablar de la victoria cultural del PAN como condición de su posible triunfo político?.