Horacio Labastida
Mercado de almas

Otra vez Mefistófeles anda suelto y muy dispuesto por cierto a cerrar tratos con quien desee comprar sus favores. Claro que Goethe no es el único que ha descrito las operaciones satánicas que con habilidad y gracia suele llevar adelante su personero especializado en ganar almas para el Averno; no, otros lo han hecho bien, pero Goethe lo hizo mejor que nadie en su célebre Fausto, cuyas ediciones traducidas a todos los idiomas, incluidos los más raros y extraños, repítense abundantemente desde el segundo cuarto del siglo pasado, cuando el célebre autor germano redactó y concluyó el inmortal poema (1808-1832), 58 años despues de que dio cuenta del conmovedor suicidio del enamorado Werther (1774), aunque debe hacerse constar que también en el Fausto el amor desempeñaría un papel trascendental. El doctor Fausto no padecía ansias de dinero --sin duda esto sorprendería muchísimo al moderno mercader de ánimas disidentes Bill Clinton--, pues el fracaso de sus ciencias en manos de la peste que azotara a los vecinos del feudo, y descubriéndose por otra parte vacío de vida y felicidad, y lleno, en cambio, de letras y sapiencias estériles, decidió acercarse al espíritu de la Tierra para gozar de los placeres que la llenan y del bienestar y los festines que tan sabrosamente otorga la Naturaleza; y a fin de cumplir sus propósitos echó mano, el titubeante personaje, de conjuros misteriosos para atraer al diabólico Mefistófeles. En las penumbras de sus reflexiones encontraría una evidencia indiscutible: encarar y tomar para sí los frutos de las seducciones exigía juventud y hermosura; sólo así sería dable escudriñar en el mundo y allegarse las gracias femeninas, como lo hizo entre ardorosas aventuras el célebre don Juan, bien estudiado y diagnosticado por Gregorio Marañón cuando lo compara, en daño viril, con el meditabundo y aperplejante Amiel.

Pero volvamos al tema. La crematística nunca anidó en la imaginación de Fausto; sí, en cambio, el árbol prohibido, sus manzanas y la escondida Eva en múltiples y adorables advocaciones. De esta manera el añoso Doctor firmó con sangre y en papiro indestructible el convenio de entregarse en alma y cuerpo al Angel Caído, mudándose al instante en un joven apasionado e imitador del clásico diablo cojuelo, en lo que hace a las artes del espionaje en los sentimientos femeninos. Fausto no lo sospechó nunca. Margarita trastocó el destino al conducirlo desde las tentaciones al amor verdadero, y el maravilloso milagro, por juicio divino, lo redimió del descenso infernal, dejándose claro para el futuro que el amor es, ha sido desde el Génesis, y será la suprema fuente salvadora del hombre de su propia graviación animal.

Mucho y poco se parecen los años dieciochescos a los que extinguen el siglo XX. Seguramente hoy Satanás y Mefistófeles se llevarían un gran chasco si con juventud y vida pretendieran conducir a los pecadores hacia los círculos dantescos; no, desde que el dinero busca cada día con mayores sutilezas transformar masivamente los bienes en las mercancías que danzan, al compás de los poderosos, en los mercados globalizados, la cuestión aún no despejada es la de reducir la moral al influjo de esos intereses, y consecuentemente el de sumar en los mercados, también en el papel de mercancías, tanto la conciencia del hombre como su impulso original, la libertad, pues una y otra son responsables de que inmensas poblaciones del planeta eludan su metamorfosis en máquinas de trabajo y consumo, lucha por otra parte escenificada casi trágicamente en México y el resto de Latinoamérica, entre los gobiernos de Washington y los derechos de autodeterminación soberana de los pueblos, opuestos a verse convertidos en zonas de seguridad y proveduría de riquezas para las élites brillantemente descritas por John Dos Passos en su aún leída y releída trilogía USA, donde The Big Money (1936) connota con mejor perfil al The Giant o The Titan (1914), del reconocido maestro de la generación perdida, Teodore Dreiser. Ejemplo de tan grave degradación es la postura que hizo, a Cuba, apenas el pasado martes el presidente norteamericano, de 4 u 8 mil millones de dólares si renuncia a su independencia. Los grandes señores de las finanzas internacionales buscan despeñar las virtudes del espíritu hacia negaciones que las manchen y aniquilen. En estos terribles dramas participan los gobiernos mejor armados de nuestro tiempo. Mas no todo es pesimismo: no olvidemos nunca que el amor, el verdadero, hizo fracasar a los ángeles del mal en sus intenciones de hundir a Fausto en el fuego eterno del Orco maldito. ¿O usted cree que las cosas van por otro camino?.