El lunes 27 de enero, los chechenos votaron en una primera vuelta para elegir a su Presidente y al Parlamento. Para ganar la primera ronda, los candidatos necesitan más del 50 por ciento de los votos. Había 16 candidatos a la Presidencia y 850 para los 63 escaños. Parece que Aslan Masjadov no necesitará una segunda vuelta. Esas elecciones son el resultado de los acuerdos de paz elaborados por la insurgencia chechena encabezada por Masjadov, militar de carrera, y el general Alexander Lebed, en sus brevísimas funciones oficiales. Han sido posibles gracias al empeño de las autoridades y del pueblo checheno, al apoyo de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y la aceptación, aunque tardía y reticente, del Kremlin. Parece que algunos tiburones de los negocios que rodean a Yeltsin y que en alguna época fueron halcones, se han convertido en palomas: les urge una paz definitiva en Chechenia, para realizar sus grandes proyectos de exportación del petróleo del mar Caspio por el oleoducto que atraviesa el territorio checheno. De repente, todo lo que se decía imposible se antoja factible... El señor dinero tiene gran poder.
Hasta es capaz de convencer al Kremlin que la independencia de Chechenia podría ser una cosa excelente después de haber sido absolutamente excluida por horrible, odiosa, y vendepatria. Lebed, inspirado por el caso franco-canak de la Nueva Caledonia, convenció a los insurgentes de postergar durante cinco años la decisión final en torno al estatuto de la república, sobre la independencia.
De hecho los insurgentes que decidieron creer en la palabra y en el método de Lebed parecen haber ganado su apuesta; de hecho han logrado la independencia de la república, su bandera ondea por todas partes, las tropas rusas se han retirado y, como lo dijo hace poco el canciller ruso Primakov: ``existe un verdadero peligro de que Chechenia se separe de Rusia, tanto de facto como de jure''.
¿Peligro o ganga? Chechenia independiente amenaza menos la seguridad de Rusia que una Chechenia rusa de jure, pero insurgente, tumba del Ejército ruso y causa de una crisis política permanente. Su futura riqueza económica depende de su integración al gran juego energético que desarrolla Rusia en la región y en Asia Central. Su diáspora, que se encuentra por todas partes en Rusia, necesita también de la paz. Para Rusia la incomprensible Chechenia, la indomable república montañesa, si no se puede vencer militarmente, sigue siendo indispensable. Por lo mismo, la paz es el otro método para conservar el acceso a un mar Negro cuyas costas casi han dejado de ser controladas por Moscú, desde la independencia de Ucrania y Georgia. Y para sacar el petróleo y el gas de Asia Central y Azerbaiján por los ductos chechenos. La geografía no manda menos que el dinero.
En ese ``gran juego'' del petróleo que une el Cáucaso a Asia Central y opone las compañías rusas a sus hermanas anglosajonas, los pueblos tienen algo que decir, como lo han demostrado los chechenos. Armenios contra azeris, abjaz y osetinos contra georgianos, el nacionalismo de los pueblos que huían de la URSS ha permitido a Rusia sembrar el desorden, cuando y en donde le convenía. Menos en Chechenia. Acá el tiro le salió por la culata. Los chechenos saben que son como peones en un tablero, pero no lo han aceptado. La guerra que no han buscado pero que han ganado, ha costado 100 mil vidas. Un precio altísimo para una población que, contando a los rusos, no alcanzaba un millón 200 mil. Es de desear que el resultado final de las elecciones sea bueno. Los chechenos se dividieron, lo que permitió el juego moscovita que llevó a la guerra, cuando el presidente Dudayev disolvió el Parlamento y se negó a llamar a elecciones. Cuando Zavgayev, el pelele de Moscú, organizó elecciones fraudulentas, perdió toda credibilidad. Chechenia necesita un Presidente y un Congreso limpiamente designados para enfrentar su difícil destino.