La elección del gobernador del DF --antigua bandera política de la izquierda a punto de materializarse--, será la prueba más difícil para todos los participantes en las elecciones del próximo 6 de julio. Los partidos, las agrupaciones políticas y las organizaciones sociales sin duda pondrán todo su empeño, energías, inteligencia y recursos en esta disputa trascendental. Pues el resultado de la misma puede ser, si la oposición conquista el gobierno capitalino, el prólogo de cambios políticos fundamentales y una plataforma para el relevo del año 2000. Si además el partido oficial pierde la mayoría en la Cámara de Diputados, lo cual es una posibilidad real, aunque ninguno de la oposición lo sustituya como partido mayoritario, el país dará pasos firmes en el camino de la transición a un régimen de democracia más completa.
Es posible la derrota del PRI en la capital de la República. No sólo lo dicen algunas encuestas. Ya en 1988 el Frente Democrático Nacional consiguió la mayoría, ganó los dos escaños en el Senado y redujo al PRI a sólo 23 por ciento. La falta de sensibilidad y visión de los dirigentes de los partidos del FDN les impidió presentar candidatos comunes en todos los distritos y ganar la mayoría de diputados del DF, e influir fuertemente en el Congreso de la Unión. Se perdió una oportunidad cuyas aleccionadoras enseñanzas debieran recogerse.
En los comicios de 1991 y en el 94 hubo una recuperación oficial, pero al iniciarse el proceso electoral de este año, nuevamente las tendencias apuntan hacia una derrota del partido oficial en la capital y en otros estados del país. Sin embargo esas tendencias pueden frustrarse si la oposición no atina con su estrategia electoral y la selección de sus candidatos. En particular, esto es muy importante para la oposición de centroizquierda representada por el PRD, que tiene sobre sus hombros la enorme responsabilidad de avanzar electoralmente para equilibrar sus fuerzas con el PRI y el PAN. De otra manera puede crearse una situación en la cual, vale repetirlo, la salida a casi 70 años de dominación priísta sea una salida por el panismo conservador y neoliberal. Esto es, una salida por la otra derecha, la no oficial; un cambio para que las cosas sigan igual y peor en algunos aspectos.
En este contexto preocupan las enormes dificultades, tal vez ceguera o incapacidad del PRD para erigirse --como es la orientación de su Consejo Nacional-- en la organización vértice o cabeza de una amplia convergencia de centroizquierda, que sobre la base de un programa común de democratización del país, de reformas duras de la economía y defensa de la soberanía nacional, inspire confianza en las organizaciones y personas susceptibles de participar en ese polo progresista, y consiga apoyo consistente de millones de ciudadanos que aspiran a cambiar la situación en el país. De esta manera el PRD crearía mejores condiciones para intervenir con más posibilidades de victoria y avance en este proceso electoral muy competido, en el cual el PRI y el PAN se empeñarán a fondo. Una convergencia así no puede ser resultado sólo de negociaciones a puerta cerrada, de acuerdos particulares y regateos en torno a las candidaturas externas, sino fruto de una iniciativa audaz del PRD y de convenios políticos abiertos y compromisos públicos. Soldar una convergencia electoral ambiciosa que sea por sí sola un hecho político influyente no depende, sin embargo, únicamente del PRD --los grupos políticos, organizaciones sociales y personalidades deben asumir la responsabilidad que les toca--, pero sí son determinantes su iniciativa y propuestas.
Es inquietante también el desgaste interno y de imagen que sufre el PRD en el proceso de selección de sus candidatos. La conversión de los puestos de elección popular en objetivos en sí mismos, al margen del proyecto político; la débil organicidad partidaria, los intereses estrechos de los grupos, ambiciones desbordadas en algunos casos, y cierto exceso de centralismo producen tensiones dañinas --las de Morelos, por ejemplo-- que pueden tener un saldo negativo en las urnas. De ello parece tener conciencia el presidente de este partido, Andrés Manuel López Obrador, quien en Texcoco criticó a los perredistas que demandan cuotas en las alcaldías, a quienes piensan que el PRD es un trampolín para encaramarse en cargos públicos y resolver problemas personales. Les dijo también --según nota de La Jornada-, que quienes así proceden están actuando como priístas. ¿Se entenderá ese mensaje? Sería lo mejor para el PRD y el movimiento de izquierda y democrático que representa.