Luis González Souza
Soberanía-concha vs. intervención
¿Pelea de bultos? En verdad eso es lo que parece. ¿Los contrincantes? En una esquina, el gobierno de EU, que ha vuelto a desenvainar la espada de los derechos humanos para clavarla allí donde se le ocurre que algún país necesita ser intervenido. En la otra esquina, el gobierno de México, que ahora sí se acuerda de la soberanía y la utiliza como concha, en un doble sentido. Uno, para repudiar gestiones foráneas incómodas. Y dos, para ``hacer concha'' respecto a la violación de los derechos humanos.
El pleito es complicado. No sabe uno si aplaudir a los dos o a ninguno. Es difícil no apoyar lo que esgrime el Kid Interventor en el informe anual sobre derechos humanos de su Departamento de Estado (La Jornada y Reforma, 31/I/97). Por ejemplo, dice que en México persisten ``severas y crecientes desigualdades'', y mucha pobreza. Habla de detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones e inclusive asesinatos extrajudiciales, lo mismo que de corrupción e impunidad de las autoridades policiales, ahora más militarizadas. En fin, habla de la influencia gubernamental en los medios informativos; de la discriminación de las mujeres y de los indígenas; de la pervivencia de caciques y guardias blancas. Fajador que es, Kid Interventor ataca con hechos.
Del otro lado, el Kid Tortuga se defiende lento, pero con cosas no menos ciertas. Obviamente, coloca por delante --aunque sin nombrarla-- el escudo de la soberanía. En un breve comunicado (31/I/97), el gobierno de México ``rechaza a priori cualquier evaluación unilateral que otro país pretenda hacer sobre la situación de los derechos humanos en nuestro territorio...''. Extremada la soberanía-concha, llega a lo tragicómico: en mi jurisdicción yo violo los derechos humanos como a mí me plazca. Pero, estilista que es, el Kid Tortuga no llega a plantearlo tan crudamente. Su defensa más bien se basa en un par de jabs y en un gancho que sí duele. Aquéllos consisten en advertir que las acusaciones de Interventor sólo reflejan su opinión que, por lo demás, está ``fuera del marco de los compromisos internacionales aplicables''.
¿Y qué? --replicaría Interventor. ¿Cuál es el problema, si esa opinión es veraz y con ganas de ayudar? Viene entonces el gancho punzante: el problema es que EU carece de autoridad moral para acusar. Mas la defensa es suave, limitada al ejemplo del maltrato a los trabajadores migratorios en ese país, para concluir que también en EU ``hay mucho que decir y hacer'' en materia de derechos humanos. Hay tanta razón en esto, que los ejemplos pudieron, pero no quisieron, alargarse: discriminación racial, proliferación de los sintecho, reservaciones indias, ascendente número de desamparados (gracias a la contrarreforma del Sistema de Bienestar) y, en fin, vulneración de derechos políticos a cargo de un régimen electoral en franca mercantilización.
No obstante su timidez, también el Kid Tortuga concita el apoyo del respetable. Pero finalmente éste pediría la cancelación de la pelea, al descubrir que el Kid Cinismo es el manager de ambos boxeadores. Porque en verdad es difícil entender la ofensiva de Interventor cuando al mismo tiempo se esmera para que Tortuga siga siendo el rey en su país. E igualmente difícil resulta comprender por qué Tortuga se escuda tanto con la soberanía en materia de derechos humanos, mas no así en muchas otras cosas: política económica, inversión extranjera, transculturación, ``cooperación'' militar... seguridad ya casi binacional.
Y es que ambos peleadores, finalmente pertenecen al mismo establo: el de la globalización neoliberal. El mismo que de múltiples maneras ataca a todo tipo de derechos humanos: económicos, sociales, culturales, civiles y políticos. La solución, entonces, va por otro lado.
La corona de los derechos humanos es demasiado valiosa como para dejarla a la disputa de un par de peleadores, peor aún, sin autoridad moral. Sólo puede disputarla y ganarla, digamos un Ombudsman Mundial (OM) integrado por dignos representantes de todo el planeta. Un cuerpo de ciudadanos intachables que, además, sea capaz de discernir y hacer respetar la finísima frontera que hoy separa a la soberanía renovada (abierta en vez de enconchada) de la verdadera cooperación (nunca intervencionista).
Así no habría más peleas tan estériles como marrulleras. El OM se encargaría de proteger los derechos humanos por doquier, noqueando a las soberanías-concha lo mismo que a los intervencionismos escudados en el mesianismo.