En la Roma precristiana las personas con órganos sexuales ambiguos eran reducidos a cenizas y arrojados al mar como parte de ejercicios religiosos compuestos por complejos rituales adivinatorios. Su único delito era tener una singularidad anatómica que los apartaba de los dos únicos escenarios permitidos, ser hombre o ser mujer. A casi 2 mil años de distancia, a nadie se le ocurriría justificar ese tipo de prácticas, aunque no deja de sorprender cómo las motivaciones que guiaron esos conocimientos y conductas permanecen vivos todavía hoy al finalizar el siglo XX. Un ejemplo:
En los hospitales modernos posedores del conocimiento y la tecnología más avanzados, se realiza rutinariamente una inspección minuciosa de los órganos sexuales de los recién nacidos con el fin de establecer su sexo. A diferencia de lo que ocurría en décadas anteriores en las que bastaba la mirada experta del médico para comunicar a los padres si su bebé era un niño o una niña, en los noventas el examen ha adquirido una mayor complejidad. Claude Migeon y Gary Berkovitz de la división de endocrinología pediátrica de la Universidad John Hopkins, en Baltimore, señalan que no basta la presencia del escroto (bolsa de piel que recubre las gónadas masculinas) para confirmar la existencia de testículos, sino que es necesario realizar una cuidadosa palpación que permita declarar la masculinidad de un infante; y aun así, el especialista no puede descartar que pudiera tratarse de un ovotesti (gónada que tiene simultáneamente tejido ovárico y testicular) 1.
Este escrutinio cada vez más detallado sobre los genitales, está motivado por la necesidad de detectar y tratar lo más tempranamente posible las malformaciones que pudieran crear dudas acerca de la identidad sexual del sujeto, pero, al mismo tiempo, revela cómo se ha avanzado en una vigilancia y un control cada vez más sofisticados de un saber sobre aquello que se aparta de un paradigma de dos sexos.
En la mayoría de los casos la identidad sexual se determina sin grandes dificultades y el niño o la niña cuyo sexo biológico ha sido certificado en el hospital, se integra a la familia y a la sociedad en los que la vigilancia sobre su desarrollo psicosexual queda ahora a cargo de otros mecanismos de control y otros saberes. Pero volviendo a la medicina ¿qué ocurre cuando se encuentra algún signo que pone en duda la identidad sexual de un recién nacido? Entonces se echa a andar una maquinaria compuesta por recursos humanos altamente calificados y una sofisticada tecnología para decidir el sexo que corresponde al recién nacido y, una vez que se ha tomado esa decisión, aplicar las medidas correctivas necesarias para que pueda incorporarse a la familia y a la sociedad con un sexo definido entre las dos únicas posibilidades permitidas, hombre o mujer. El grado de inquietud social que refleja el saber médico ante estos casos, puede evaluarse por el señalamiento que hacen los autores citados: la ambigüedad de los genitales debe considerarse una emergencia médica.
La suerte de estos infantes en modo alguno es envidiable. Sufren una especie de secuestro hospitalario. Los médicos deben explicar a la familia que requieren de entre una a dos semanas para determinar el sexo de su bebé, tiempo en el que deben realizarse las pruebas para establecer las causas de la ambigüedad bajo un programa bien definido. El lenguaje juega un papel muy importante. Antes de llegar a una determinación, el equipo médico y paramédico relacionado con el caso debe emplear un lenguaje especial frente a los padres evitando en todo momento las palabras que signifiquen una identidad sexual definida del recién nacido, así, por ejemplo, se refieren a éste como bebé en lugar de niño o niña; falo, en lugar de clítoris o pene y gónadas en lugar de ovarios o testículos, etcétera. El equipo médico funciona bajo reglas estrictas --sus decisiones deben ser tomadas por unanimidad-- y está integrado al menos por un endocrinólogo pediatra, un ginecólogo, un urólogo y un psicólogo especializado en problemas de diferenciación sexual. Una vez que se dispone de los resultados de los estudios, el grupo médico llega a un acuerdo sobre el sexo que debe corresponder al infante y le es comunicado a la familia. Un sexo determinado por consenso.
La decisión final corresponde a la familia, aunque sólo en apariencia, pues si bien el papel del cuerpo médico está claramente definido como apoyo, guía, instrucción y tranquilidad para los padres, se deja caer sobre ellos todo el peso y autoridad de una decisión basada en rigurosos criterios científicos a los que difícilmente pueden escapar. Como quiera que sea, emerge con claridad la relación entre dos instituciones sociales, por un lado, el saber médico y, por otro lado, la familia, identificados con un sólo propósito, preservar el paradigma de dos sexos. Pero también hay una ausencia que lastima: el individuo.
1.Migeon, C. J. y Berkovitz, G. D. Congenital defects of external genitalia in the newborn and prepuberal child. En Carpenter, S. E. y Rock, J. A., eds. Pediatric and adolescent ginecology. Raven Press, Ltd., New York, 1992: 77-94.