Elba Esther Gordillo
Educación y valores

En 1807, hace justamente 190 años, fue presentada al Parlamento inglés, una iniciativa de ley que pretendía la instalación de escuelas elementales en todo el país. La mayoría votó en contra. El propio presidente de la Royal Society ofreció argumentos para la negativa:

``En teoría, dijo, el proyecto de dar una educación a las clases trabajadoras es ya bastante equívoco y, en la práctica, sería perjudicial para su moral y su felicidad. Enseñaría a la gente del pueblo a despreciar su posición en la vida, en vez de hacer de ellos buenos servidores en la agricultura y en los otros empleos a los que los ha destinado su posición''.

Transcurriría medio siglo para que los Estados empezaran a instituir la educación obligatoria. Para entonces, las máquinas reclamaban personas mejor preparadas para los nuevos procesos productivos.

Pero el desarrollo de las escuelas sería influido, también, por dos formidables procesos ideológico-políticos: la Independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa. La escuela tenía una nueva tarea: preparar a los ciudadanos para un mundo que nacía.

Traigo esta historia a ustedes, porque nos recuerda un debate no resuelto en torno a una cuestión central: los fines de la educación. ¿Ser instrumento del aparato productivo, o contribuir a formar seres humanos que entiendan su entorno y miren hacia adelante? En la Conferencia de Educadores Americanos no tenemos duda alguna: el gran objetivo de la educación es la formación integral del hombre de cara al futuro. Pero no de un hombre cualquiera, sino de uno que, como decía Shakespeare, ``está hecho de la sustancia con la que se trenzan los sueños''.

Si la educación es una ``meditación filosófica sobre el hombre y su destino'' (Berger), está más comprometida con el mañana que con el hoy: ``apunta menos a conservar modelos superados, que a desarrollar los posibles y a liberar'', y la liberación auténtica del hombre --de las ataduras de la pobreza, de la ignorancia y el fanatismo-- tiene como requisito sine qua non, una pedagogía cimentada en el pleno reconocimiento de la persona humana en todas y cada una de sus dimensiones.

La pedagogía trata del hombre y, a un tiempo, del sentido de la vida y de la perfección; de la Etica, pues.

Los maestros de América creemos que un componente mayor de la crisis que sacude a nuestros pueblos, es el abandono o el desdibujamiento de una formación ética. Por eso reclamamos imprimir a la educación un acento axiológico.

La plenitud de la persona humana, el reconocimiento de su dignidad y de su derecho a ser respetada y la búsqueda de su identidad, exigen la creación y recreación de valores. Esa es la fórmula para cambiar a las sociedades desde su raíz y suscitar ``...una mayor sensibilidad, sentido estético, capacidad de amor y mayor disponibilidad para vivir y trabajar solidariamente unos con otros (Jorge Muñoz Batista)''.

Nos toca asumir un papel protagónico en el proceso educativo: luchar por mantener y fortalecer la escuela pública, porque son sus aulas el mejor espacio para enseñar la libertad, la democracia y la justicia... Una escuela pública laica, gratuita, de calidad, que aliente una cultura de participación, de ejercicio de los derechos y cumplimiento de las responsabilidades, de respeto a la pluralidad y a los derechos humanos, de protección a la naturaleza, una escuela pública que enseñe, en fin, todos esos ingredientes indispensables para la convivencia democrática.

Desafíos que rebasan fronteras y océanos reclaman que los maestros compartamos experiencias, aprendamos unos de otros, desarrollemos juntos lecturas de los desafíos comunes, y construyamos proyectos y estrategias en defensa de lo que más amamos: educar.