Miguel Barbachano Ponce
¡Felicidades, conde Drácula!

Aquéllos que aún amamos el cine de horror y a los imprescindibles monstruos que fatigan sus distorsionadas imágenes expresionistas, te enviamos desde estas líneas un cordial abrazo, querido Vlad Tsepech, por la simple y sencilla razón de que este año celebrarás en tu castillo --próximo a la aldea de Capatiem en Transilvania-- el centenario de la aparición de la memorable novela del irlandés Bram Stoker, otrora miembro distinguido de la sociedad secreta Golden Dawn, que narra tus sangrientas hazañas, no sólo contra turcos y stigios --pájaros demoniacos que revolotearon en aquellas soledades del siglo XV cerca de tu draculesca estirpe de succionadores-- sino también contra personas específicas que alimentaron tu vida íntima, porque al fin y al cabo ``sangre es vida'', según aquel mandato fundamental del Deuteronomio (12:33).

De idéntico modo --cordial y entrelazado-- te manda un saludo John William Polidori, aquel célebre doctor y literato que hacia 1816 escribió El vampiro o el antiguo mito de los muertos vivientes, y ya que nos referimos a los otros seres que circulan ávidos de sangre en este planeta que debería ser rojo en vez de azul, entre otros, Chiang Shih, el chino; Azeman, el sudamericano que padecía la desgracia de transformarse en murciélago al caer la noche; Vetala, el hindú y Mulo el gitano, debo decirte que también te envían su enhorabuena.

Acerquémonos ahora a aquellos que la insaciable dama de la guadaña ha transformado en cenizas, porque estoy absolutamente convencido que hubieran utilizado este texto para enviarte una calurosa felicitación. Por ejemplo, Bela Lugosi, el actor húngaro que nos abandonó en 1956, y que años antes te había encarnado en un teatro de Broadway y en la famosa película de Tod Brownin Drácula, te hubiese susurrado a manera de afectuoso acercamiento: ``Listen to them...children of the night. What music they make''. (Escúchenlos... son los hijos de la noche. Qué música ellos hacen).

Ahora bien, no sé que palabras hubieran usado para felicitarte los otros dos actores, hoy ausentes, que te dieron vida en el celuloide; me refiero a Max Shereck, que durante 110 minutos colmó de sanguinaria voracidad la pantalla en el filme de Murnau, Nosferatu, y Klaus Kinski que te encarnó con similar apetito, esta vez por la esbelta garganta de Isabelle Adjani, en aquel excelente remake realizado 57 años más tarde por Herzog: Nosferatu, el fantasma de la noche.

Si continuamos con los actores que aún alientan entre nosotros, estoy seguro que el inglés Christopher Lee, quien después de representarte en la producción de Hammer Film, Horror of Dracula en 1958 escribió a Midi Minuit Fantastique: ``Por encima de todo --sangre, sexo, vampirismo-- el conde Drácula era un gentleman...'' te felicitaría con viril entusiasmo. Igual haría el mexicano Abel Salazar, protagonista de El vampiro y El ataúd del vampiro, ambas de 1957; y de Fernando Méndez, en cambio, los prepotentes vampiros creados por la narradora estadunidense Anne Rice, transvasadas posteriormente al celuloide por el irlandés Neil Jordan con los nombres de Louis (Brad Pitt) y de Lestat (Tom Cruise) no serían tan atentos, ¿verdad Brad, verdad Tom?

Sin embargo, y para continuar en el contexto hollywoodense, sí apretaría tus garras con emoción, el vampiro pos-moderno recreado por Francis Ford Coppola en su filme: Bram Stocker's Drácula (1993). No deseo dar por terminadas esta líneas sin antes recoger nombres y trabajos de algunos directores que te resucitaron en los fotogramas y que de habérselo sugerido te hubieran mandado un fax para desearte fructífera existencia. Ellos son el polaco Roman Polanski quien festejó tus hazañas con estruendoso danza (El baile de los vampiros), el mexicano Alfonso Corona Blake, que estructuró tu universo (El mundo de los vampiros) espacio subterráneo donde alguien tocaba un órgano hecho de calaveras y huesos humanos; el independiente neoyorkino Paul Morrisey que en el taller del desaparecido Andy Warhol te ofreció sangre a raudales (Sangre para Drácula). ¡Felicidades pués, conde Drácula!, sólo me resta expresarte lo que Ado Kyrou, el cineasta y ensayista francés dijo acerca de ti, que eras ``...la parfaite expression de L'Amour et de la Revolte''.