Inmersos en el desasosiego y la intranquilidad provenientes de las lecturas del México actual, la sociedad ha pospuesto e incluso olvidado la discusión de algunos temas bioéticos ``obligados''. Comprendo que para la mitad de los connacionales, sumidos en la batalla de la supervivencia cotidiana, la discusión de algunos tópicos biomédicos son impensables y lejanos, aunque la realidad sea distinta. En cambio, para la mitad restante, la reflexión debería ser obligada. Llegar tardíamente al espacio de las discusiones ha sido una constante en nuestro medio.
En el mundo, el creciente avance de la biotecnología ha corrido casi en forma paralela al deterioro económico de millones de seres y a la despersonalización de la práctica médica. Así, para millones de seres no existe intersección entre ciencia y cruda supervivencia: mientras que las élites pelean por las primacías de los desencuentros, las mayorías son expelidas del festín de la inteligencia. La dolorosa paradoja que plantea tal dicotomía es obvia: la biología molecular tiende a desplazar al ser humano y ha contribuido a fomentar dilemas éticos complejos. El conocimiento médico debería tener el compromiso de incluir en sus discusiones los problemas morales emanados de sus propios avances e incluir en sus cuestionamientos a las mayorías. No es factible hablar de investigación en humanos soslayando realidades humanas. Ni es adecuado olvidar que los avances de la biotecnología han generado interrogantes que previamente no existían. Al respecto, Peter Singer, eticista australiano, considera que mientras ``la tecnología afirma que aquello que sea factible se hará, la ética, en cambio, cuestiona que aun cuando sea posible hacerse, no siempre debe procederse''.
El problema crucial es empalmar las bondades de la ciencia con la moral. Ensamble cada vez menos posible, pues los recursos médicos son insuficientes. ¿Qué dilemas debe confrontar la ética? ¿Cuáles son algunas de las preguntas emanadas del conocimiento biomédico?
La eutanasia, los padecimientos que destrozan alma y persona como la enfermedad de Alzheimer, los bebés anencefálicos, los pacientes que permanecen en estado vegetativo por años y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida neonatal son, entre otros, tópicos médico-humanos cuya discusión debe ser paralela a los logros moleculares actuales. Ofrezco un ejemplo que sirve para ilustrar los complejísimos senderos generados a partir de los desencuentros entre ``alta tecnología'' y moral. En 1989, en la ciudad de Chicago, Rudy Linares, un pintor de 23 años, después de haber solicitado inútilmente en varias ocasiones que se desconectase del respirador a su bebé, quien había permanecido intubado por ocho meses, sometió con una pistola al personal médico y de enfermería. Tras desconectarlo, lo arrulló media hora hasta que falleció. Linares dejó la pistola y se entregó.
Las preguntas emanadas por la acción del joven padre son epítome de algunos de los desencuentros entre ciencia e individuo. Linares fue doblemente acusado: por la ley y por la ética tradicional ya que violó el concepto de la santidad de la vida humana. Pero Linares puede ser también defendido: ¿fue su actitud reflejo de amor filial o de locura? Acorde con otros moralistas, su decisión refleja los nuevos rostros de la ética que está por escribirse. Aquélla que respete la autonomía, la dignidad y la razón de cada ente como respuesta a los cánones oxidados dictados por sociedades cuya moral es dudosa y enferma. Participar en la construcción de respuestas apropiadas a nuestra idiosincrasia y tiempo nos corresponde.