La Jornada miércoles 5 de febrero de 1997

Emilio Krieger
La gran campaña de la liberación

Ya en este año, tercero del zedillismo o noveno del salino-zedillismo, como se prefiera calificar, se ponen de manifiesto las maniobras emprendidas para lograr la exculpación de Raúl Salinas de Gortari y, al mismo tiempo, indirectamente, la del temido ex presidente, de linaje y alcurnia bien conocidos.

Desde hace tiempo se han apuntado indicios de esa faena de exculpación. Uno de los primeros es tratar de distinguir las funciones de los dos; al mayor se dio en llamarlo ``el hermano incómodo'' para destacar su papel de estorbo u obstáculo a la gloriosa, imponderable labor que llevaba al cabo el hermano Carlos, menor de edad y mayor en prestigio histórico. Por aquel entonces me pareció totalmente inadecuado el adjetivo de ``incómodo'' que se aplicaba a Raúl, pero no quise sustituirlo con el opuesto directo de ``el hermano cómodo'', para evitar vulgares paradojas. Preferí usar el adjetivo de ``hermano instrumental'', porque, además, me parecía más correspondiente a las funciones que realizó Raúl para ayudar a Carlos, tanto en la acumulación de grandes sumas de dólares como en la supresión de enemigos políticos o de familiares dignos de castigos mortales.

Hoy, que se ha desatado la gran campaña para lograr la exculpación de Raúl, para finalizar el periodo de privacion de libertad, aunque no de buena vida carcelaria, sería conveniente insistir en que Raúl Salinas no fue, ni es, el hermano incómodo de Carlos Salinas, sino por el contrario, es el hermano instrumental, el hermano colaborador, el hermano adicto del ex presidente.

Tan relevante y útil ha sido el papel desempeñado por Raúl, independiente de sus tareas de acumulación financiera o de eliminación de sujetos inconvenientes, que muchos hemos caído en la malvada (que no ``malosa'') sospecha, de que su permanencia carcelaria, más que una necesidad derivada de un proceso penal, es una medida política con un doble, maquiavélico propósito: convertir a Raúl en un rehén. Su permanencia en Almoloya impide a su hermano Carlos lanzarse con demasiada virulencia en contra de su sucesor en el trono y, al mismo tiempo, demostrar al pueblo que la política de impunidad con que se protege al ex presidente no tiene alcance familiar pleno, sino solamente individual, intentando disminuir la antipatía popular contra ella. De esa manera, la prisión de Raúl se convierte en una utilización instrumental más: como rehén sirve al presidente Zedillo, controlando los embates de Carlos, acumulando sobre Raúl todos los pecados atribuibles al régimen que encabezó el propio Carlos. Creo, por ello que salinistas y zedillistas tienen motivos de agradecimiento hacia Raúl, por el sacrificio impuesto de su libertad personal, que los llevará a colaborar en la grandiosa tarea de lograr la libertad, por falta de responsabilidad, del eximio hermano primogénito.

No debe, pues, extrañarnos la bien planeada y mejor realizada campaña que, con ayuda de salinistas y zedillistas, conducirá al pueblo mexicano a reconocer que ante la resolución judicial que se dicte al respecto, Raúl Salinas de Gortari es inocente de los delitos y las ilegalidades que se le imputen, y que tal limpieza alcanza y abrillanta al hermano Carlos.

Las entrevistas al ``prófugo de Dublin'', hoy todavía sujeto a ``la presentación disuasoria'' de su continuador; las conferencias televisivas de la hermosa y afligida esposa Paulina; los interrogatorios que funcionarios superiores de la Procuraduría formulan al mencionado ``prófugo'', en lugar de sujetarlo al proceso penal procedente, y la propaganda para convencer a la opinión pública de la infamia que se lleva a cabo contra Raúl, nos llevan a la evidencia de que los neoliberales de ayer y de hoy, los salinistas y los zedillistas, están armando la pieza teatral con un acto final conmovedor, en el cual podremos contemplar a Raúl Salinas de Gortari cubierto con una blanca túnica demostrativa de su inocencia, al ex presidente y al Presidente actual apretados en estrecho abrazo de confraternización y mutuo perdón y, tal vez como figura decorativa, al centro de la escena, a Paulina, enjugando sus lágrimas de alegría ante la felicidad reflejada en la reconciliación.

Me atrevería a pronosticar que tendremos ocasión de participar de esa conmovedora alegría antes de que llegue el 1o. de diciembre de 1997, ya que para entonces habrá perdido todo su valor el papel de rehén o la función de ``cordero pascual'' que hoy toca desempeñar a Raúl. Esa disfunción encontrará su apoyo en el párrafo segundo del artículo 114 de la Constitución, que dispone:

``La responsabilidad por delitos cometidos durante el tiempo del encargo por cualquier servidor público, será exigible de acuerdo con los plazos de prescripción consignados en la ley penal, que nunca serán inferiores a tres años. Los plazos de prescripción se interrumpen en tanto el servidor público desempeña algunos de los encargos a que hace referencia al artículo 111''.

Según una interpretación maliciosamente favorable del mencionado precepto constitucional, Carlos y Raúl quedarían libres, por prescripción, de cualquier delito por ellos cometido durante el desempeño de sus respectivos cargos públicos, el 1o. de diciembre de 1997.

¿No sería esa fecha una ocasión propicia para festejar la libertad de Raúl con una escena dramática como la que se propone?