La Jornada 5 de febrero de 1997

Materia dispuesta, de Juan Villoro, novela que conjuga humor e ironía

Angélica Abelleyra Ť Una madre no tiene más universo que la cocina y más pizarrón de enseñanza que el refrigerador. En él, a diario aparecen escritas las frases que se convierten en cuasi mandamientos para la familia: ``Desordenar la casa es destruir la vida'', ``El que come y canta loco se levanta'', ``La puntualidad es la cortesía del rey'', son algunos pasajes para leer antes de sacar un pedazo de queso o un litro de leche.

Sin embargo, para Juan Villoro, quien escribió el anterior pasaje en su más reciente novela Materia dispuesta (Alfaguara), de haber un refrán para colocar en la puerta del refri estaría sin duda uno solo: ``No aburrirás''.

``Esa es la ley de un escritor: no aburrir y poder mantener la atención de los lectores'', dice el narrador, autor de El disparo de argón, cronista de Los once de la tribu, traductor del alemán y director del suplemento La Jornada Semanal.

``A veces se desvirtúa el papel de la literatura divertida, incluso se le considera light o poco seria a una literatura que entretiene.

``Y una de las cosas más difíciles del mundo es mantener el interés.

--¿Hay que reivindicar el sentido del entretenimiento?

--Claro. Todos los grandes escritores son grandes encantadores que te llevan mágicamente a un mundo y te tienen sumergido en él. Si estuvieras sufriendo al leer a Shakespeare o Cervantes no serían buenos escritores.

--¿Por qué se le dio esta aura de solemnidad a la literatura?

--Hay culturas que reivindican mucho la ironía y el sentido del humor como una función de la inteligencia. En la cultura inglesa es muy difícil encontrar a un gran escritor que no sea también un gran humorista: Swift, Shakespeare y Stevenson, Chesterton y la mayoría de los autores de lengua inglesa han participado del sentido del humor y de la ironía.

``En cambio, la cultura de lengua española ha sido más grave, solemne y seria. Y la cultura mexicana --con ejemplos notables de autores con sentido del humor como Carlos Monsiváis o Jorge Ibargüengoitia o Salvador Novo-- muchas veces ha optado por la solemnidad.

``A mí me parece absolutamente admirable la obra de Rulfo, en la cual no hay chistes y sin duda es el único clásico indiscutible de nuestra narrativa. Pero también me parece saludable que la ironía juegue un papel en la narrativa. En lo personal me resulta imprescindible, porque no puedo escribir de otro modo. Es quizás una manera de protegerme, un disfraz como forma de cobrar distancia frente a los sucesos y protegerme de ellos, juzgarlos de manera burlona. Es una defensa que ya no te quitas.''

Para Villoro, los siete relatos de Materia dispuesta conforman una especie de ``novela de educación sentimental'' que trató de convertir en ``el reverso'' de las novelas de aprendizaje. La pieza se fue confeccionando como un desprendimiento involuntario de otra novela, cuando surgió el recuerdo de un amigo médico fallecido en el Hospital General durante el terremoto de 1985. De manera inconsciente empezó a escribir una historia entre dos terremotos: el de 1957 y el de 28 años después. El relato que se le impuso a Villoro fue el de un personaje que ``perdió la brújula'' y crece en un país que tiene muy poco que enseñarle y donde todo es ambiguo: la tierra misma que sufre terremotos y no sabe cómo comportarse, la vida sexual que es ambivalente y donde la vocación nunca es del todo clara. ``Un personaje en el que siempre va triunfando la indecisión'', resume.

--La ambigüedad es algo que nos marca ahora a los mexicanos.

--México ha vivido a lo largo de este siglo con un sistema político y de valores en resquebrajamiento. Pero se está cayendo desde hace mucho tiempo. La transición hacia otra cosa está durando muchísimo en México. Mi novela participa de este ambiente en donde se están desmoronando una serie de valores establecidos respecto a la identidad nacional, la cultura, la política, los valores sexuales, pero que no han sido sustituidos por otros. Es como la larguísima agonía de un sistema autoritario y anquilosado que no ha encontrado una alternativa. Mi novela retrata esas ambigüedades, aun siendo una novela muy irreal con una atmósfera desaforada y casi alucinante.

--¿Más que espejo es imaginación?

--Espero que sí, que sea más una reinvención simbólica de esos años que nos tocaron vivir en México desde el 57 al 85.

--Decías que tu único mandamiento pegado en el refrigerador sería: ``No aburrirás''. ¿Cuando escribes nunca te aburres?

--Muchísimo. Este mandamiento de no aburrirás se cumple en primera instancia para mí, como escritor. En muchas ocasiones escribo un texto por mera disciplina y me cuesta entretenerme a mí mismo. Lucho contra el tedio.

--Cuando la novela se vuelve una carga creativa llena de disciplina ¿hay que dejarla, aunque sea temporalmente?

--Sí. El problema de una novela es que es un maratón en el que tienes que estar conviviendo con un universo durante muchos años, es difícil mantener siempre el entusiasmo y el interés por los personajes. No hay nada más dramático para un escritor que seguir escribiendo por compromiso o para cubrir una fecha.''

Explica Villoro que, de hecho, esta novela la tendría que haber entregado en un ``paquete'' que iba a editar Alfaguara a finales de 1994, ``pero no me sentí satisfecho con ella y la fui arrastrando cuatro años, aunque no de manera continua.''

--¿Sabe el autor el momento idóneo para deshacerse de la novela, concluirla y darla para su publicación?

--Todo sucede de manera misteriosa. Esta novela la dí cuatro veces por terminada. En lo personal trato de hacer una especie de examen de conciencia y de rendirme ante mis imposibilidades. No es decir: Ya la hice. Me parece absolutamente absurdo asegurar que estás satisfecho por completo con un texto, pero sí tratar de hacer un encierro espiritual del tipo de San Ignacio de Loyola y definir si aún eres capaz de hacer algo con el material. Cuando te das cuenta de tu imposibilidad, lo das al editor.''

La infancia y la adolescencia son pivotes que marcan los ejes de novela de Villoro. Para relatarlos el autor juega con la primera y la tercera personas. Amplía: ``Una de las mayores riquezas de la narrativa, a diferencia del cine que puede tener una narración semejante a la de la novela, es que dispone de esos cambios de persona gramatical que te permiten distintos acercamientos a lo real. Se me ocurrió que el personaje tuviera la primera persona en la infancia y la adolescencia como su voz más genuina, y luego un episodio donde se mezclaran las dos voces: la primera y la tercera, que es el cambio de voz, la ambivalencia de un adolescente que es mitad niño-mitad hombre; finalmente situar la novela en tercera persona.

``¿Por qué la primera persona en la infancia y en la adolescencia?'', se pregunta y contesta: ``En éste y todos los personaje que me interesan, lo más importante es la marca inicial de la infancia, de algún modo madurar y crecer es hacer las paces con una realidad que no aceptamos muy bien, con una sociedad que no nos deja muy satisfechos, pero que al final aprendemos a conducirnos y donde adoptamos disfraces y máscaras.

``Es más fácil en la vida adulta conducirnos con una tercera persona, es decir, con un distanciamiento conveniente de nosotros mismos, de ir suprimiendo impulsos, nuestras más desmedidas ilusiones y nuestros miedos más secretos.

``En cambio la infancia es todo lo contrario: la infancia tiene esta tónica de una franqueza desarmante y de alguna manera la educación consiste en perder la franqueza. Por eso en mi novela los episodios de infancia y primera adolescencia tiene ese tono de franqueza en primera persona y los tres episodios de vida adulta tienen la tercera persona y en medio hay un capítulo de confusiones en las voces gramaticales.''

--¿Cuáles son las máscaras que te has puesto?

--La literatura, por supuesto. Oscar Wilde dice que para que un hombre diga la verdad basta con ponerle una máscara. Porque si tiene una máscara nadie va a pensar que habla por él, sino por el que representa. Cuando uno está al desnudo es mucho más difícil ser sincero. En buena medida la literatura es un arte del disfraz, del engaño y la suplantación. Si pudiera decir todo lo que se me ocurre, sin ofender a nadie y sin caer en un enorme ridículo, probablemente no tendría que escribir libros. Uno escribe libros para tener la libertad de decir muchas otras cosas que cancelaría en cualquier encuentro personal.

--En este sentido tu tarea de novelista es más libre que la del ensayista o periodista.

--Es más libre, pero de un modo incontrolado. Un novelista siempre avanza a ciegas. En algún momento de la novela un personaje dice que para encontrar un camino hay que perderse, es decir, primero hay que extraviarse para que después la historia te proponga una salida, una solución que tú buscabas en secreto pero que no conocías.

``Esto en la novela se da de manera intuitiva. No creo en los escritores ensayistas de sí mismos que tienen una concepción muy argumentada de sus novelas. Un escritor de ficción escribe desde la duda. Es un enorme terreno de libertad la novela, pero en el que avanzas a ciegas. En lo personal yo escribo mejor de cosas que no conozco bien, que de cosas que conozco de primera mano.''

--Un personaje en Materia dispuesta dice que ahora quedan pocas vocaciones. ¿Cuáles asumes?

--En la vida diaria, la de un mentiroso consumado. En mi trabajo, la del escritor, que un poco es lo mismo. La diferencia es que aspiro a que me paguen por mis perversos gustos de decir mentiras.

(Materia dispuesta será presentada el 12 de febrero en la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles, sita en Francisco Sosa 212, Coyoacán, por Carlos Monsiváis, Fabio Morabito, Philippe Olle-Laprune y el autor.