La Jornada 6 de febrero de 1997

NUMEROS DEL HAMBRE

En México, de fines de 1994 a principios de 1997, se registró una alarmante caída en el consumo de alimentos cárnicos y lácteos: de 50 a 60 por ciento y de 40 por ciento, respectivamente.

Tal cifra, dada a conocer ayer por la Asociación Mexicana para la Defensa del Consumidor (Amedec), coincide con el periodo en el cual, y como consecuencia de la crisis surgida en diciembre de 1994, se disparó la inflación y se estancaron las percepciones salariales.

Estas cifras dan idea de la magnitud del impacto que el quebranto económico ha tenido sobre la mayor parte de las familias del país y de la profundidad con la que ha afectado la calidad de vida de los mexicanos.

En efecto, la severa contracción no sólo afectó los consumos suntuarios, sino que redujo la ración alimentaria de millones. En los dos años transcurridos desde ``el error de diciembre'' la población ha comido menos.

El hecho simple de que el país esté consumiendo la mitad de la carne y 60 por ciento de los lácteos que consumía en 1994, debiera ser motivo de reflexión acerca de la pertinencia del camino impuesto por los círculos económicos gubernamentales para superar la emergencia financiera y cambiaria, la cual en muy poco tiempo devino en crisis industrial, comercial, laboral y, a lo que se ve, alimentaria.

Cotejadas con los números referidos, resultan por demás cuestionables las exhortaciones oficiales a la población para que ``modere su consumo'', ``ahorre'' y espere a que los beneficios de la recuperación macroeconómica se derramen hasta la base de la pirámide, la cual, en este caso, se conforma por platos semivacíos.

En estos 25 meses las prioridades centrales, explícitas e inamovibles de la administración han sido recuperar la confianza en el país de los círculos financieros internacionales y nacionales, estabilizar las cotizaciones cambiarias, corregir la balanza de pagos y mantener a toda costa un superávit público -aunque se anuncie, para este año, un déficit fiscal de dimensiones aún desconocidas. En esta lógica, la recuperación de los niveles de vida previos a la crisis vendrá después, una vez que los macroindicadores estén plenamente restablecidos, la inversión fluya, se reactiven el comercio, la industria y los servicios y se generen fuentes de empleo. Y mientras tanto, en esa perspectiva, los mexicanos no tendrán más remedio que seguir comiendo la mitad de las proteínas que consumían hace dos años.

Por añadidura, no transcurre mes sin que esta sociedad sacrificada se entere por los medios de nuevos desfalcos millonarios, de cuantiosos emolumentos para los funcionarios públicos, de cifras astronómicas destinadas al rescate de la banca privada y de desproporcionadas partidas para el financiamiento de los partidos políticos y sus campañas. En tales condiciones, no cabe sorprenderse por los niveles que ha alcanzado la irritación social.