Patricia Galeana
80 aniversario de la Constitución (segunda parte)
El estudio de la historia no puede profesar una visión fragmentaria del país. Por el contrario, la historia es un punto de encuentro que integra el examen de los hechos, de las instituciones y de las diferentes formas de pensar, para saber cómo ha sido nuestra nación; cómo ha avanzado o retrocedido; cómo ha construido o destruido sus ilusiones; cómo ha triunfado o fracasado en sus objetivos. Y en esa historia tienen que estar todos.
Es razonable que lo que dividen la política y la guerra, lo una la historia. En la política prevalecen las razones y en la guerra la fuerza; pero en la historia sólo prevalece la verdad. La política dice cómo se debe o se puede ser; la historia es la reconstrucción del pasado que nos hace ser. La política admite la división entre amigos y enemigos; la historia sólo reconoce la existencia de mexicanos. La política es un catálogo de intenciones; la historia es un registro de sucesos.
Cada generación reescribe su historia al hacerle nuevas preguntas al pasado para responder a las preguntas de su presente. Una Constitución, un mismo texto, puede tener significados diferentes en tiempos distintos. Ochenta años han transcurrido desde la promulgación de nuestra Carta Magna, y son muchos los aspectos que la sociedad mexicana, abierta y dinámica, le ha incorporado en este tiempo.
La Carta de Querétaro, en 1917, representaba la culminación de una lucha reivindicatoria; en 1997 significa la necesidad de cohesión en torno a principios colectivamente compartidos. La perspectiva constitucional de hace 80 años era la de un inicio ambicioso pero incierto; la de 1997 es la de una consolidación necesaria y viable.
Durante 80 años la Constitución ha permitido resolver conflictos, atender demandas, satisfacer expectativas, impulsar cambios, anticipar problemas, afirmar ideas, renovar instituciones.
Nuestra Constitución ha alentado el espíritu transformador del pueblo mexicano; la sociedad de nuestros días no es igual a la sociedad de entonces, pero aquellos mexicanos tuvieron la visión de construir una norma a la vez duradera y flexible, capaz de resolver los problemas de los mexicanos en los albores del siglo, como satisfacer las demandas de fin del mismo.
Hoy se debate, por ejemplo, la renovación de las instituciones en pro de los derechos y la cultura indígena. La clave está en una adecuación constitucional en la que se inscriban nuevos derechos para resolver viejos problemas. Es previsible y deseable que se haga sin, a su vez, generar nuevos problemas que ya tuvieron viejas soluciones.
Hace 175 años que los mexicanos decidimos tener una sola patria, bajo una misma soberanía y sobre un mismo territorio. Los desmembramientos que hemos padecido nos los infligieron desde afuera; no se debieron a flaquezas de la voluntad ni al extravío de nuestras convicciones.
Los mexicanos que hoy debaten, tienen entre sí diferencias que la razón y la decisión han permitido superar, pero tienen ante sí, también, una convergencia mayor, la preservación de la unidad soberana de México.
Una vez más, la Constitución será el punto de encuentro.