La Jornada jueves 6 de febrero de 1997

Javier Flores *
La educación de la mujer para la ginecología española de los años 40

Especial para el aniversario de La Jornada Electrónica

La caracterización de las diferencias en la anatomía y fisiología de hombres y mujeres ha sido una de las preocupaciones centrales de diversos pensadores desde las épocas más remotas. La medicina ha sido una de las disciplinas desde la que se han abordado con mayor intensidad este tipo de estudios. Algunas de las referencias más antiguas datan de los textos hipocráticos en los que aparece un reconocimiento de esta especificidad biológica, que conduce a la expresión de un tipo especial de medicina dirigida a las mujeres. En el Renacimiento estas diferencias llevan a enfrentar a la medicina medieval que en general no acepta esta especificidad y lo conduce a plantear la existencia de dos tipos distintos de medicina: la de los hombres y la de las mujeres. Sin embargo, la preocupación por estas diferencias han conducido en el siglo XX a caracterizaciones que sobrepasan los atributos físicos y fisiológicos y propiamente médicos de las mujeres para extenderse al carácter y subjetividad femeninas y a otros terrenos como el de la educación, que no pocas veces han conducido a juicios equivocados desde la ginecología.

Tomemos por ejemplo el caso de la ginecología española de la primera mitad de este siglo. Dejemos hablar a uno de los médicos más inluyentes en este campo del conocimiento, el doctor Víctor Cónill, catedrático de la Universidad de Barcelona y Director de la I clínica de Obstetricia y Ginecología de la Facultad de Medicina de esa importante ciudad ibérica, con gran influencia y responsabilidad en la formación de las nuevas generaciones de especialistas y cuyas obras también formaban parte de las bibliotecas de los médicos mexicanos de ese tiempo, al lado de las de otros autores europeos (l):

``El destino básico de la mujer es la generación, y este destino excluye el trabajo, en el sentido social de la palabra. Porque la generación es en la mujer no ya larga, sino interminable: empieza en el embarazo y se irradia hasta el último detalle del confort, actuación paragenerativa menos personal, pero no menos importante para la estabilidad de la especie''

Para este autor, el destino de la mujer es la reproducción. Aún cuando en términos estrictos la etapa reproductiva comienza con la pubertad y concluye con el climaterio, Cánill, la extiende en las dos direcciones, prolongación el la que la mujer tiene asignadas acciones que determinan la estabilidad de la especie y que él denomina paragenerativas y que estan relacionadas con el confort (comodidad en la traducción del francés). Desde luego para un destino irremediable como este, el trabajo que no este relacionado con la propia reproducción carece de sentido y en consecuencia el tipo de educación que deben recibir las mujeres, debe ser distinta de la que reciben los hombres:

``Por razones aducidas en otros trabajos (Disc. entr. Real Ac. Med.) no somos partidarios de la coeducación de sexos. Estimamos en mucho las ventajas que en cuanto a comprensión, sociabilidad y otras pueda tener la coeducación; pero creemos indiscutible que los estudios de segunda enseñanza, que son los que corresponden a la púbera, no deben llevarse con el ritmo que ha sido establecido para el varón.

Aparece claramente una idea de educación diferenciada que no se limita a los campos de las ciencias o el arte, sino que se rechaza además todo intento educativo para un mayor conocimiento por parte de las mujeres de su cuerpo y su sexualidad:

``No se podrá nunca hablar en serio de una educación orientada hacia la generación, porque es éste un acto fisiológico informado en todas las especies por el instinto. La misma űaclaración sexualƇ, tan discutida en los países de sana fiebre eugenésica, creemos puede reducirse a escasos preceptos maternales de moral, de higiene íntima y de puericultura, complementarios del conocimiento automático que de lo bueno y de lo malo posee todo racional. Hay que ser muy crédulo para aceptar el alegato de ignorancia por parte de una soltera embarazada".

No hay ninguna necesidad, según este autor, de que la mujer esté informada sobre sí misma. Al crear un abismo entre la educación de hombres y mujeres, éstas quedan excluidas de la posesión del conocimiento de su propia fisiología, correspondiendo esta tarea al hombre --estrictamente hablando al ginecólogo hombre--. La mujer debe entonces guiarse por su propio instinto y por una ética adquirida de manera automática que diferenciaría el bien del mal y que permite adicionalmente el juicio sobre quienes se apartan de algún estandar como las madres solteras.

Además de la educación sexual, el autor se refiere también de modo explícito a la educación intelectual de las mujeres, el que, como hemos visto, fuera de las tareas reproductivas prácticamente no importa, es más, para Cónill, los exponentes de este tipo de instrucción no son sino la amable convivencia y lo utilitario (aunque no aclara si lo utilitario es para beneficio de la mujer):

``Podemos resumir nuestro pensamiento, en cuanto a educación intelectual de la mujer, diciendo que no ha de ser su objetivo el que trabaje (lo cual no la exime, sino al contrario, en justa y constructiva compensación, de ser diligente), pero sí el que se le prepare para trabajar. La realidad nos enseña que un número importante de mujeres de nuestra civilización no llegan al matrimonio, y esto basta para que űa prioriƇ no se resignen a resolver esta posibilidad con la única de perecer por incompetencia. Un oficio bien aprendido, las bellas artes y los estudios de segunda enseñanza, nos parecen muy bien''.

Al quedar exenta la mujer de la educación intelectual dirigida hacia el trabajo, debe en compensación ser diligente. Además no es útil puesto que su finalidad es el matrimonio. El entrenamiento en algun oficio puede ser la salvación para aquellas que no logran esa meta. Cónill es más explícito en la naturaleza de estos oficios:

``... La especialización técnica en el ramo del vestido, de la alimentación, de la orfebrería, perfumería (oficios en suma), la contabilidad, y particularmente los idiomas, abren cauces al desenvolvimiento eficiente de las actividades femeninas''.

Pero además de los oficios es inevitable proveer a las mujeres de otros aspectos de la educación intelectual, como las artes y en particular la literatura, pero con ciertas limitaciones:

``La novela contemporánea ha de constituir una parte tan sólo mínima entre las fuentes de conocimiento, y es aquí donde la selección, confiada al educador, ha de ser más severa. A la formación del carácter contribuye la epopeya; a la del estilo, la novela clásica; pero lo demás no sirve de nada a la educanda, como no sea para convertirla prematuramente en pedante, fantasioso y perturbadora''.

Resulta en extremo interesante cómo este autor divide a las mujeres en dos grupos: uno que se sitúa dentro de la aplicación de reglas generales que es la mayoría y cuyo límite superior de instrucción serían los estudios secundarios y una minoría formada por casos especiales suceptibles de ingresar a los estudios superiores:

``A las bien dotadas, inteligentes o intersexuales o con motivos de orden social que no vienen al caso, pueden convenir los estudios superiores, pero no como regla general. Esta ha de ser la de coordinar los estudios con las diversiones propias de la juventud y el cuidado de la casa''.

Es decir, las mujeres bien dotadas e inteligentes no forman parte del espectro general de las mujeres, concepto que no es nuevo en este autor y que se origina probablemente de las concepciones aristotélicas sobre las diferencias de carácter entre los sexos y que se pasea por toda la historia del pensamiento occidental a pesar del Renacimiento o de la Revolución Científica, según la cual las mujeres no estarían capacitadas para las ciencias o las artes. LLama la atención la mención de la intersexualidad.

En su importante libro de ginecología, el propio Cónill la define como una de las constituciones imperfectas de la mujer junto con los tipos hipoplásico, pícnico y asténico:

``La intersexual. Bajo esta denominación se comprende la presencia en un individuo de caracteres que pertenecen a sexos contrarios, sea en la morfología o simplemente en la actuación. La intersexualidad empieza, pues, en las finas desviaciones o imperfecciones constitucionales ... y termina en el hermafrodismo verdadero. Psicológicamente en la más tenue intersexualidad, que es la más favorable, la mujer se produce con energía; su propio dinamismo la lleva a una actuación social o familiar intensa; entretiene una vaga ambición en el estudio, y en conjunto resulta un ser interesante''.

Este ser interesante, de acuerdo con la definición de este autor, es el resultado de una imperfección y podría por ello realizar estudios superiores. Pero, sin hacer mayores comentarios, dejemos que Cónill concluya con el hilo de sus ideas:

``Centremos, empero, de nuevo la cuestión. El hombre, cuanto más dinámico e inteligente, más aprecia la paz del hogar; a ella contribuye, en general, la mujer con una educación exquisita y una instrucción extensa y poco profunda''.

Desde luego de la postura de Cónill no puede concluirse que sea representativa del pensamiento médico espanol en ese tiempo, aunque desde luego no es posible tampoco subestimar su importancia, dado que es el encargado de la enseñanza de la ginecología en uno de los centros intelectuales de mayor importancia en ese país y en esa época. La influencia de autores como el que comentamos en el pensamiento médico posterior tendría que documentarse por separado, pero aún suponiendo que se trata de un caso extremo, es revelador de algunas de las relaciones que pueden establecerse entre prejuicios y valores correspondientes a una sociedad con algunas áreas de la medicina moderna.

En efecto, los planteamientos que hemos examinado, no se derivan sino en apariencia de los conocimientos acerca de la anatomía, la fisiología o propiamente de la ginecología. Se trata más bien de una serie de valores que se resguardan dentro de una obra y un lenguaje propiamente médicos. Así es posible proponer que se ilustra con ello un caso en el que el conocimiento médico es parte de una maquinaria de valores extracientíficos.

Más que en la ginecología --a pesar de tratarse de un libro de esta especialidad-- el autor incursiona en el terreno de la educación, apoyado en la creencia de una instrucción diferencial entre hombres y mujeres con las siguientes características: a) niega la capacidad de las mujeres para desempeñarse en las ciencias o en las artes; b) deja fuera del control de éstas, el conocimiento de sus propios cuerpos y funciones; c) las condena a una función puramente reproductiva y d) limita su rol a la esfera del interés masculino.

De lo anterior puede concluirse que ilustra un caso en el que un cuerpo de creencias y valores se sostiene por intermedio de la ciencia moderna.

1. Cónill, V. y Cónill-Serra, V. űTratado de ginecología y de técnica terapeútica ginecológicaƇ, Labor, Barcelona, 1956. La primera edición se publicó en 1946.

* Responsable de la sección de Ciencia de La Jornada.