No se extrañe, amigo lector. La ciudad puede contar nuevamente con un río limpio. He aquí nuestro espacio dedicado a plantear una modesta propuesta ciudadana. Hace menos de 500 años los españoles conocieron 14 grandes ríos alrededor de Tenochtitlan; provenientes de las montañas, sus aguas alimentaban mil 100 kilómetros cuadrados de los cinco lagos existentes. Una histórica ceguera militar y urbanística desecó la cuenca lacustre. La mayor parte de los ríos fue convertida en drenajes. Durante el siglo XX los regímenes posrevolucionarios y sus implacables regentes se encargaron de entubarlos para construir sobre ellos viaductos y periféricos; ¿acaso no fue uno de los orgullos durante los 14 años del regente Ernesto P. Uruchurtu?
Por ese entonces, la democracia ausente sustentó decisiones políticas apoyadas en las élites técnicas, interesadas en ganar más destruyendo que restaurando. No sólo se dictaron las órdenes sin cuestionamiento respecto al entubamiento de los ríos; también se tomaron decisiones con tintes autoritarios de enorme trascendencia para la ciudad alrededor del abastecimiento de agua, el transporte y el drenaje. La democracia ausente impidió, igualmente, confrontar y evaluar otras políticas y propuestas viables para conservar algunos ríos. Por ejemplo, construir plantas de tratamiento para eliminar las descargas residuales en algunas partes altas; o bien drenajes paralelos o más profundos con el propósito de recuperar algunos tramos con agua limpia.
No fue así. De los principales ríos hoy sólo quedan las avenidas con sus nombres: Río Churubusco, Río Consulado, Río de la Piedad, Río Mixcoac, Río Magdalena, Río San Joaquín, y muchos otros.
Desde 1930 y en casi 70 años, una parte considerable del presupuesto del DF y del estado de México se ha destinado a entubar aproximadamente 300 kilómetros de ríos. Afortunadamente no todo se ha cubierto. Quedan algunos ríos y cientos de kilómetros que podrían ser restaurados antes de que la ciudad los extinga.
Uno de ellos, el más largo en toda la cuenca, es el Río Ameca. Nace en lo alto del volcán, ``a los pies de la volcana'' como le dicen sus pobladores, a 4 mil 200 metros. Desde ahí desciende 2 mil metros hasta el mismo corazón de la ciudad, en un trayecto de 72 kilómetros. Hasta principios del presente siglo, conducía agua limpia de los deshielos del Ixtaccíhuatl hasta el Templo Mayor en el Zócalo. El agua cristalina pasaba por Amecameca, Chalco, Mixquic, Tláhuac, Ixtapalapa y entraba a la ciudad por Canal de la Viga hasta el antiguo embarcadero de Roldán; de ahí continuaba por la hoy calle de Corregidora, para concluir al frente de las actuales oficinas del DDF.
Tal descripción histórica no tiene aquí ninguna intención nostálgica. El Río Ameca puede ser recuperado para volver a conducir las aguas del Ixtaccíhuatl al Zócalo capitalino. Es posible volver a unir con agua los espacios mágicos de la mujer blanca o dormida con Tláloc, uno de los dioses del Templo Mayor.
Del río sólo se han cubierto diez de sus 72 kilómetros; fue el tramo del Canal de la Viga entubado en 1934. El resto permanece abierto, la mayor parte con aguas negras, y una porción mínima en el sur fue recuperada hace unos años por el DDF.
Todavía hoy es viable restaurar el Río Ameca. Simplemente se requiere construir pequeñas plantas de tratamiento y drenajes paralelos para eliminar las descargas residuales de Amecameca, Tenango del Aire y Temamatla, cabeceras municipales del estado de México a donde han llegado nuevos aires de la oposición. Desde ahí el río cuenta ya con agua tratada hasta Tláhuac; el tramo de Canal de Chalco hasta el Río Churubusco tendrá en breve agua tratada, una vez que se concluya ahí el drenaje semiprofundo. A partir de la calzada Ermita Ixtapalapa habría que construir un canal no profundo, a lo largo del camellón de la actual calzada de la Viga, y continuarlo por Roldán hasta la acequia de Corregidora al lado del Palacio Nacional, reconstruida hace pocos años.
Para hacer realidad este anhelo ciudadano, sólo bastan las decisiones políticas que permitan destinar una pequeña parte de los millonarios presupuestos públicos y financiamientos privados. Un río de agua limpia y cristalina en la ciudad recuperaría nuestra memoria histórica, aprovecharía el agua, modificaría nuestra relación con la naturaleza. Ojalá y los futuros escenarios democráticos, con la inclusión de otros partidos en el poder, permitan configurar la ciudad con otras opciones menos destructoras y más restauradoras de los ríos que aún existen.
En otra ocasión nos ocuparemos de otros ríos sobrevivientes a las modernidades del fin de siglo.