La Jornada 8 de febrero de 1997

La globalización nos hará robots: Pitol

Angélica Abelleyra, enviada, Mazatlán, Sin., 7 de febrero Ť Dice Sergio Pitol que ``escribir sobre uno mismo es un reto'' porque ``novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad''. Se trata entonces de observar los propios reflejos y hacer que esa presencia imperante del escritor cobre otro giro: ``Que el personaje que soy yo no esté planteado ni como héroe ni antihéroe, sino llanamente como un observador deslumbrado, un autor y un lector atónito ante sí mismo y ante los demás''.

Ese asombro es el hilo conductor de Pitol en su más reciente libro de acentos tan sutiles como intensos, pero nunca estridentes: los sueños donde el personaje es su perro Sacho o la visión desenfocada de la Venecia que observó sin sus anteojos allá por la década de los sesenta o la profunda lectura de los diarios de Thomas Mann o el regodeo con el cuerpo de zancudo de ese personaje entrañable de Gabriel Vargas: la Borola de La familia Burrón.

El arte de la fuga (Era) es el volumen que reúne esos ensayos, lecturas, memorias y personajes. Es también el libro por el cual Sergio Pitol (Puebla, 1933) fue galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura que este viernes por la noche recibió en el Estadio Teodoro Mariscal, en los actos de arranque del Carnaval 97, en que compartió cartel con el pianista Raúl Di Blasio.

Es además la publicación que antes de ser ``presentada en sociedad'' (el próximo martes en Casa Lamm, con los comentarios de Alvaro Mutis, Carlos Monsiváis, Juan Villoro y Guillermo Sheridan), ya es archicomentada y recomendada por críticos literarios, fans del autor de El desfile del amor y nóveles lectores del viajero obseso, ex diplomático y traductor.

Nervioso ante la inminencia de pisar un estadio donde las estrellas son por lo general futbolistas, rockeros o misses, pero nunca novelistas, Pitol platica sobre esta publicación en el trayecto aéreo DF-Mazatlán y continúa instalado ya junto al mar, al lado de una regia cazuela humeante de mariscos.

--¿Cómo alimentar el asombro?

--No sé cómo alimentarlo pero sí cómo abrirse y recibirlo: estar libre de bultos, no engolosinarse con lo hecho y estar abierto a fenómenos que vengan de muy distintos rincones sin pensar que son de tal grupo, de tal religión y tal ideología. Mantenerse alerta ante cualquier novedad y también poder reconocer los logros del pasado de una manera desinteresada.

``Cuando te asombran estas cosas desaparece la vanidad, la envidia. Lo único que queda es resignarse a ser como uno escribe y tratar de ser mejorcito y desproveerse de tics o de esa rebaba y gordura que generalmente va creando el lenguaje.''

--¿Ahora que ves el resultado de El arte de la fuga, es verdad o es falsa modestia decir que te genera un sentimiento de resignación?

--Me da placer pero también un poco de temor el que mi literatura haya llegado a sectores más amplios que en el pasado. Siempre he pensado que escribo como en diálogo con algunos lectores posibles en la mente, con guiños y señales que sólo unos cuantos amigos pueden recoger. Este libro tiene muchas intersecciones de sintaxis, varias torpezas para mí muy evidentes. Cuando me han invitado a leer textos de este libro tengo que corregirlos para leerlos bien, porque están repletos de frases que suenan mal. Lo que creo que está bien hecho es su arquitectura y quizás ayude su estructura, el trabajo de carpintería que ayuda a ocultar sus torpezas.

``Ahora, por lo que me dice la gente, creo que apreté un botón que no sé exactamente cuál es y hace que el libro llegue a los demás y lo sientan como suyo. Algunas personas me han dicho que tienen anotados 132 autores que ni conocen ni van a leer, pero que de ninguna manera eso ha levantado una barrera que les impida disfrutar el libro y sentir una emoción viva al leerlo. Y es bueno no saber qué botón utilicé, porque quizás sucumbiría a esas fórmulas mecánicas y vegetativas de saber que si pones tal cosa junto a tal otra el libro va a funcionar.''

Añade Pitol que si bien en su trayecto creativo ha caminado varias etapas, diversos tics y pequeñas o grandes obsesiones, siempre ha buscado ``no repetir efectos y sí plantearme nuevos retos. Si esto desapareciera en mí ya no tendría ningún sentido mi escritura. No me daría ninguna gana ponerme a escribir sino tuviera retos''.

--¿Cuáles fueron esos retos en El arte de la fuga?

--Tocar cosas personales donde está la amenaza del phatos, lo patético y tratar de rodearlo, de acercarme y alejarme de él sin que la nota patética se apoderara de su entorno.

``Pero quizás el mayor reto fue ponerme a escribir casi un millar de páginas, darles coherencia y síntesis que me produjo en momentos una sensación de vértigo, algo que no había hecho nunca. En mis novelas hay situaciones donde uno se recuerda como parte del material narrativo pero que no lo señala a uno personalmente. Además, encontrar los acentos y la forma de integrar cosas que parecían frívolas y minúsculas al lado de lecturas serias me llevó a sentir que estaba a punto del precipicio, pero no quería prescindir de esos acentos. Me sucedió que había momentos en que pensaba que iba muy bien y al día siguiente sentía que había hecho una estupidez mayúscula.

--¿En esos casos existe la frialdad para desechar cuartillas?

--Existe la intuición y ese es un elemento que el escritor debe mantener siempre vivo, junto al trabajo de depuración e integración del material. Conozco escritores que no se permiten desechar una sola página de lo que escriben. En mi caso, más que una suma, practico una resta.

Amplía el novelista de Domar a la divina garza, que en esa operación de desecho, el nuevo libro se fue definiendo en los últimos tres años en que ha vivido en Xalapa. Para ``desalojar'' sus cajones, organizó sus ensayos literarios y observó que en buena parte de ellos la participación personal era relevante. La primera persona saltaba a la vista en torno a regiones literarias, escritores y viajes añorados.

Al darme cuenta de la presencia del yo, pensé en intensificarla: relatar ciertos recuerdos, hurgar un poco en la memoria y, sobre esos vislumbres que te da, elaborar un texto en donde ella tuviera un carácter casi de materia prima que pasara a la literatura a través de un aparato formal''.

En ese proceso de ejercitar la memoria, Pitol tuvo un encuentro revelador: una sesión de hipnosis con el psicólogo Federico Pérez que ``me reveló algunos momentos de la infancia de los cuales no tenía recuerdo''. Aquello fue ``un cataclismo, me derrumbó una cantidad de estructuras ficticias y de ideas elaboradas que me hizo revisar cuestiones personales y alimentar mi interés por la memoria. Al igual de todas las imágenes que había visto en la hipnosis, estas que iba acomodando, resultaba que en ellas no sucedía gran cosa, pero me era grato revivir y recorrer a través de lo escrito. Ni literaria ni cultural ni vitalmente me ha dado tanto placer estar en un campo ameno y agradable en el cual centrarme, como éste. Por instinto traté de buscar que un texto fuera el espejo de otro y abriera claroscuros en una arquitectura con los cimientos de la memoria, la lectura y la escritura.

--Para volver a esa experiencia de la hipnosis, ¿qué hipnotiza a Pitol hoy?

--Después de aquello no me hipnotiza nada más que la hipnosis. Hay cosas que me hechizan o me gustan o me producen un placer inmenso. Hoy estuve leyendo un libro de un autor de mi edad, Alvaro Pombo: El eterno femenino visto por su majestad el rey. Lo leí con una sensación de éxtasis, de gran asombro, porque el lenguaje lo organiza todo y se apodera de la trama, a tal grado que nunca pareciera un ejercicio lingüístico o filológico, sino algo sabrosísimo. Cuando llego a estos encuentros raros sí se presenta la sensación de hipnosis, de sucumbir a una voz poderosa. Y me quedo tan estupefacto que me siento pobre cosa con un lenguaje de domingo, planchadito, esmeradito.

--Esta especie de autobiografía o autorretrato no convencional, ¿sólo es posible hacerlo con la edad?

--Este libro, organizado con los elementos formales de una novela, se da a cierta edad, porque aborda el tiempo vivido, los pasos y las heridas del tiempo. Estoy en la edad perfecta para hacerlo, porque ahora es una observación hacia el pasado y su nexo con el presente. Es un homenaje a ciertos autores que me han formado, maestros ya desaparecidos. Como fue concebido y escrito, es un libro que corresponde a un hombre que mira 60 o más años de su vida. Es una búsqueda de puntos minúsculos que dan pautas a lo que ha sido mi vida de escritor.

--¿Fugarse de qué en El arte de la fuga?

--El nombre es plurisemántico y surgió por eufónico: me gusta como se escucha y por la multiplicidad de significados que cada quien quiera darle. El título fue quizás lo primero que surgió cuando me puse a reunir los textos. Tiene referencia a mundos que se escapan o aquello que circula o va dejando cosas atrás. Son los viajes, las estancias temporales. Es la fuga de lo patético y, literariamente, la posibilidad de fugarse de los géneros: comenzar un ensayo que resulta un cuento. Es un libro que pone en duda el mundo absoluto de los géneros.

--Hablemos de tu bearded collie, Sacho. Guillermo Sheridan dice que nos debes un libro sobre tu perro. ¿Se te antoja?

--Por ahora no. Podría haberlo hecho cuando era cachorro. Ahora Sacho y yo tenemos la misma edad. Un año de perro equivale a siete del humano. El tiene nueve y en abril los dos seremos dos viejos de 63 años. Dentro de poco Sacho va a ser mayor que yo y quizá cuando pasen los años se me antoje. Siempre estará en mis relatos: cuando escribo está al lado de mi escritorio, si leo está tendido a los pies de mi cama, los paseos que disfruto son con su compañía y el jardín que disfruto en Xalapa es donde lo veo jugar'', cierra Pitol quien releerá a Verne y abundará en Galdós, dos de sus proyectos cercanos.