La Segunda Semana Internacional de Percusiones, que en estos días se ha desarrollado en distintos espacios universitarios, en realidad respondió, y con creces, a la oferta implícita en su título. Fue, en efecto, una semana completa y exhaustiva en la que los numerosos conciertos y recitales se complementaron con las verdaderas actividades de encuentro: clases magisteriales, talleres, seminarios, sesiones de intercambio de técnicas, enfoques y procedimientos. Y en cuanto a lo internacional de la oferta, que en otros casos suele ser bastante dudoso, esta semana percusiva en verdad tuvo un componente multinacional importante, ya que asistieron a las actividades planeadas numerosos percusionistas traídos desde múltiples y lejanos rincones del mundo. Si fuera necesario resumir las principales virtudes que se pusieron en evidencia durante este evento, sería justo mencionar dos: el poder de convocatoria y la variedad de la oferta musical.
Con una oferta más atractiva y diversificada, y con un buen plan de difusión, la Segunda Semana Internacional de Percusiones atrajo a públicos numerosos y entusiastas y, lo que es más importante, a públicos jóvenes. Respecto a la variedad musical, resultó atractivo el hecho de que este festival de tamborazos y similares no se centró únicamente en las rarificadas partituras de consagrados maestros europeos de la vanguardia posmoderna, sino que incluyó percusiones, percusionistas y partituras de todos los colores, sabores, orígenes e intenciones imaginables: percusión de concierto, de jazz, étnica, popular, de banda, de orquesta, codificada, improvisada, con teatro, sin teatro... en fin, una visión auténticamente amplia y panorámica hasta donde lo permite el límite temporal de una semana. Para muestra de todo ello, lo visto y oído en las dos primeras sesiones percusivas nocturnas, ruidosamente celebradas al inicio del ciclo en la Sala Nezahualcóyotl; la primera de ellas fue una tocada, y la segunda fue un concierto, con las naturales y sabrosas diferencias de ambiente y enfoque que ello implica.
En la tocada, un buen ensamble de jazz latino anclado por el vibráfono de Víctor Mendoza, y acompañado por figuras importantes de nuestra escena jazzística, como ese buen pianista que es Enrique Nery, y el legendario Chilo Morán en trompeta y flugelhorn. La sonorización no fue del todo balanceada, de modo que el vibráfono de Mendoza se ausentó en varias ocasiones; a cambio de ello fue posible atestiguar una cátedra de percusión de Eggy Castillo en las tumbadoras y del joven y muy talentoso Antonio Sánchez en la batería. Apláudase la aparición de un baterista que además de una técnica sólida y flexible tiene la sensibilidad para tocar y dejar tocar, y que evita las tentaciones del escándalo y el ensordecimiento gratuitos.
En el concierto de la noche siguiente, Eduardo Díazmuñoz dirigió a la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez para acompañar músicas de diverso origen e intención; música de concierto en la primera parte, popular en la segunda. El compositor Salil Sachdev, originario de la India, presentó su Fantasía para percusiones y orquesta, pieza con buenos momentos colorísticos aquí y allá, pero disjunta y fragmentaria en general, bien manejada por el grupo Percusionarte que comanda Gabriela Jiménez. Más sólido, dentro de esquemas y planteamientos clásicos, fue el Concierto No. 1 para marimba y orquesta de Takayoshi Yoshioka, con el compositor como solista. Nada realmente nuevo en el contenido musical de la obra, que sin embargo está bien diseñada y construida, y que fue interpretada con asombrosa técnica y control por Yoshioka. La segunda parte del concierto estuvo dedicada a visiones marimbistas de raíz popular, a cargo de la legendaria familia Nandayapa, comandada por el aún más legendario Don Zeferino. Orquesta sinfónica y marimba multitudinaria se fundieron en un trío de obras de corte rapsódico que permitieron constatar la durabilidad y la continuidad del trabajo de los Nandayapa, así como el cariño que el público les tiene. Para finalizar, sendas piezas de Ariel Ramírez y Víctor Mendoza, en las que la orquesta sirvió de soporte para un cuarteto formado por algunos de los jazzistas de la noche anterior. Más presente en esta ocasión el vibráfono de Víctor Mendoza y, de nuevo, una buena exhibición musical a cargo del baterista Antonio Sánchez.
Como era lógico suponer, el concierto de clasusura estuvo a cargo de Tambuco, Cuarteto de Percusiones de México, al que se debe el reciente auge de la percusión en México. Como es costumbre de Tambuco, el programa fue bien elegido y bien interpretado. Puntos sobresalientes: el estreno de la sólida y bien urdida Danza isorrítmica de Mario Lavista; la ejecución impecable de ese clásico que es el Tambuco de Carlos Chávez; la divertidísima versión de la Música de mesa de Thierry de Mey, alucinante pieza de teatro musical; y una sabrosa clausura con las Rítmicas 5 y 6 del cubano Amadeo Roldán, piezas precursoras del sonido del siglo XX. Conclusión de primera para una semana percusiva que dejó huella, más allá de sus conciertos y recitales. He aquí un buen ejemplo a seguir para otras series musicales análogas.