La Jornada sabado 8 de febrero de 1997

Luis González Souza
Paz con democracia

¿Merece hundirse México en el infierno de otra guerra, ahora autodestructiva por completo? No, francamente no. Primero, porque es una nación agraciada con inmensos recursos tanto naturales como humanos (si esto se olvida, es por culpa de quienes insisten en verla como una nación-botín). Pese a su histórica descapitalización, hoy incluso moral, México puede y debe salir adelante.

Segundo, porque México ya sufre demasiado. Hasta hace poco se hablaba de la docena trágica, al referirse a los gobiernos de Echeverría (1970-1976) y López Portillo (1976-1982). A las penurias del estatismo desenfrenado, ahora se agregan más de 12 años de neoliberalismo dizque modernizador. ¿Cómo llamar a estos? ¿La quincena supertrágica?

Y, en tercer lugar, México no merece el infierno porque su gente ya ha aprobado, con altísimas calificaciones, los más complejos exámenes de paciencia y generosidad. Desde la revolución de 1910 ha logrado aguantar agravio tras agravio, sin desbordar su ímpetu revolucionario (que lo tiene).

Es clarísimo, pues, que México merece un mejor futuro. Y, sin embargo, los gobernantes modernos --más y más sobregobernados desde el extranjero-- no atinan sino a engordar el caldo de la violencia. Más que los conductores de la transición de México a la modernidad, parecen los organizadores de su sepelio.

El caso de Chiapas es de suyo ilustrativo, por no decir concluyente. Cuando afloró la insurrección de los indígenas por conducto del EZLN, de inmediato surgió, para satanizarlos, el coro de la decencia-cupular-moderna. Lo integraban muchas voces. La voz de los historiadores excelsos: ``simple resabio de la guerrilla''. La de los estrategas de vanguardia: ``burda manipulación de un grupito no indígena, peor aún, extranjero''. Y así, hasta llegar a la voz de los gorilas modernos: ``saboteadores de tan flamante modernización de México (TLC... Primer Mundo) no merecen sino el exterminio ipso facto, militar''. Esta última voz, casi en dúo con los cantantes del pudor civilizatorio: ``aunque las causas de la insurrección sean justas... ¡Mueran los insurrectos!''.

Pero muchas cosas han cambiado, y siguen cambiando, desde aquel 1 de enero de 1994. Entre las más significativas podría apuntarse la expansión, a veces predominante, de las voces de la razón, de la concordia, del genuino patriotismo e inclusive de la autocrítica. Su canción podría resumirse así. 1) Casi todos los mexicanos sufrimos ya suficientes estragos a cuenta de una modernización elitista, mongoloide. 2) Los estragos para los pueblos indios son todavía mayores y mucho más viejos. 3) Las causas de su insurrección son, por lo tanto, justas. 4) Mientras esas causas no sean atendidas, las insurrecciones continuarán, aunque de pronto se las sofoque --de hecho, exacerbe-- con una no-política militarista. 5) Sólo el diálogo y la negociación pueden evitar que México caiga por completo al despeñadero.

Tan firme aparece hoy el consenso en esos puntos, que el gobierno mismo aceptó sentarse a negociar con el EZLN en la mesa de San Andrés. Como igualmente aceptó su primer fruto: las reformas constitucionales sobre derechos y cultura indígenas, según fueron propuestas en la iniciativa de la Cocopa (que recogió bien, pero no todo lo demandado por los pueblos indios). Y es en verdad lo mínimo a aceptar... si en verdad se busca la paz. Aun así, ahora resulta que el gobierno decide echarse para atrás, con una maniobra de todos conocida: ajustes presidenciales a la propuesta de la Cocopa, que la trastocan al punto de interrumpir una vez más las negociaciones.

Lamentable corolario: el clan modernizador de México parece buscar guerra y no paz. Ellos sabrán por qué (tal vez por aquello de que la violencia es siempre la partera de la ...modernización). Pero el grueso de la sociedad mexicana sin duda quiere la paz. Mas ya es obvio que ésta no llegará mientras aquélla se mantenga como rehén de élites guerreristas. Por eso, entre muchísimas otras razones, urge la democracia en México. Urge que la voz de la mayoría sea escuchada y respetada.

Ya no sólo el desarrollo, el bienestar y la soberanía de México dependen de la democracia. Ahora también su sobrevivencia como nación-no-en-llamas. México merece, quizás no el cielo, pero tampoco el infierno.