Nuevamente un recinto museístico corre peligro: en 1993 la sede del Museo Nacional de Arte fue acosada por el Senado de la República; ahora el inmueble del Museo de Historia Mexicana en Monterrey es entregado por el gobierno estatal a una institución bancaria como parte del pago de su deuda financiera. La operación fue aprobada por el Congreso local, el pasado 19 de diciembre, sin dar aviso ni a la dirección ni al Patronato del Museo.
Dicho museo, cuyo guión museográfico contó con la asesoría de destacados historiadores mexicanos, coordinados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, fue inaugurado el 30 de noviembre de 1994, último día del gobierno del presidente Salinas de Gortari. Y como sucede con toda obra de final de sexenio, realizada con premuras y costos exorbitantes (cerca de 120 millones de nuevos pesos), desde un principio contó con un futuro incierto. Por el momento, le quedan dos años más de vida, conforme al decreto oficial de creación.
El gobernador de Nuevo León señaló recientemente (Proceso 1052, 29/XII/96), que la entrega al banco no incluye el acervo conformado, en parte con obras prestadas por otros museos del país, sino que sólo afecta al edificio levantado en el paseo Ojos de Santa Lucía, y que trabajaron conjuntamente los arquitectos Augusto H. Alvarez (fallecido en 1995) y Oscar Bulnes.
Siendo ésta una de las últimas obras del máximo exponente de la arquitectura funcionalista en México, es inquietante el destino que los nuevos propietarios le vayan a dar. Realizados el proyecto y la construcción en 18 meses (debido a la presión gubernamental), se edificó conforme a los requerimientos del programa museográfico, incluyendo áreas de exposiciones y zonas de servicios al público y usos administrativos.
El inmueble, con una superficie construida de 14 mil metros cuadrados, presenta una estructura metálica sostenida por columnas dispuestas en una retícula de 3.5 metros, gracias a la cual se evitó el uso de muros de carga que invadieran las áreas de exhibición. El exterior fue recubierto con páneles modulares pétreos de color blanco, que requieren poco mantenimiento. Los torreones que circundan tres de sus cuatro fachadas, acentuando la sobriedad volumétrica del conjunto, dan alojamiento a las zonas de servicios y las escaleras de emergencia.
Sin duda alguna, después de la amplia explanada donde --como señaló Teresa del Conde a Patricia Vega, La Jornada 7/II/97--, ``se pueden hacer magníficas exposiciones de escultura'', el elemento que llama la atención del público al ingresar en el vestíbulo es la escalera central de rampas helicoidales que conducen al nivel superior, que hospeda a la sala de la colección permanente. El piso intermedio, por donde se entra al recinto, alberga además de la sala de muestras temporales, las oficinas, el auditorio, la biblioteca, la cafetería y las bodegas. Por último, en la parte baja se ubican los espacios para servicios generales y estacionamientos.
En este trabajo arquitectónico del maestro Alvarez --único realizado en Monterrey-- el cristal no dominó las fachadas como en la mayoría de sus obras, sino la piedra límestone de tonos limpios. El diseño de volúmenes y formas, además del acabado, van de la mano del potosino Bulnes.
Pese a sus dos años en funciones, este edificio levantado ex profeso para satisfacer los requerimientos de la institución museística que alberga, todavía es poco conocido. La habitual indiferencia que mantenemos ante la arquitectura contemporánea provoca, con frecuencia, que muchas decisiones incorrectas de los propietarios lesionen sus cualidades constructivas y estéticas. En este caso, no se debe olvidar que es un recinto concebido para museo y que difícilmente podría dársele otro uso.
Con la decisión del gobierno de Nuevo León se ponen en riesgo dos acervos de nuestro patrimonio cultural: el histórico y el arquitectónico. Los nuevos dueños aún pueden reflexionar sobre el futuro del Museo de Historia Mexicana