La primera elección de Jefe de Gobierno del Distrito Federal cobra cada día mayor interés. Los tres partidos políticos que cuentan con el mayor número de adeptos han iniciado ya la selección estatutaria de quienes serán formalmente postulados y registrados a más tardar el 15 de marzo. A partir de ahora, el análisis comparativo de aptitudes personales, trayectoria política y opciones reales se reduce a siete nombres.
Paradójicamente, el partido favorito en los sondeos de opinión es el que ha presentado a los precandidatos de más bajo perfil. Castillo Peraza y Paoli Bolio (simpatías o antipatías aparte) no son precisamente paradigmas del candidato carismático que por sí solo atrae adhesiones. Cualquiera de los dos que sea nominado fincará sus posibilidades de triunfar el 6 de julio, en el fenómeno de crecimiento inercial de la fuerza electoral que se atribuye al PAN; pero su imagen personal no será un factor significativo en la tarea de sumar votos.
Los precandidatos del PRD están en el extremo opuesto. Su partido ha trabajado consistentemente en su resquebrajamiento interno y en su propio desprestigio como opción de gobierno. Tiene fuerza como instancia de agitación y protesta, pero cada día es menor el número de ciudadanos que le confiarían su seguridad patrimonial, su estabilidad laboral o el futuro de sus hijos. Sus dos precandidatos, Cuauhtémoc o Porfirio, pueden compensar con sus merecimientos personales y su trayectoria pública las desventajas de participar cobijados bajo un emblema que provoca inevitable reluctancia en las clases medias y en las de más arriba. La gran incógnita es cuál de los dos tiene mejores aptitudes para ganar la voluntad de esos sectores sin perder adeptos entre los estratos marginados que conforman el voto duro del perredismo.
El PRI afrontará una situación más compleja. Su candidato deberá revertir la tendencia declinante de su votación, que se ha venido manifestando en otras regiones del país. El número de sufragios que obtuvo en el Distrito Federal en 1994 sería más que suficiente para ganar la elección de Jefe de Gobierno y también la mayoría absoluta en la composición de la Asamblea Legislativa.
La pregunta es si se trata sólo de conservar las adhesiones de entonces o si el reto es recuperar las que se hubieran perdido y cuyo número no puede ser cuantificable apriorísticamente. Mejor que adivinar la magnitud del menoscabo sufrido, conviene analizar las causas que previsiblemente hubiesen podido incidir en la pérdida de apoyo, y determinar la oferta política necesaria para neutralizar sus efectos, así como las estrategias más idóneas para sustentarla sobre bases de credibilidad, congruencia y viabilidad.
Esa oferta política comienza desde los perfiles distintivos del candidato que será postulado. Si el PRI entró en declive a partir de la crisis económica y su deterioro se acentuó por la escandalosa corrupción de connotados servidores públicos, nadie ignora que fue en el sexenio salinista cuando se gestaron los factores de la debacle de nuestra economía y ocurrió la eclosión de podredumbre en el ejercicio del poder y en el manejo de los recursos públicos. Ninguno de los tres precandidatos priístas parece haber tenido (ni tener ahora) vínculos con el salinismo, y este dato es importante en la actualización de su imagen pública y en el grado de confianza que merezca la oferta política de que será portador quien obtenga la postulación.
No ser vulnerable a los consabidos ataques de los adversarios es importante como requisito para ser un buen candidato. Pero no parece suficiente. Todos los partidos (y el PRI más que ninguno) están obligados a exigir experiencia política y capacidad demostrada en el ejercicio de funciones públicas de primer nivel, como garantía de que el primer Jefe de Gobierno de elección popular no fracasará en su desempeño. Sería funesto para el modelo democrático que tras de incontables dificultades se ha establecido, desembocar en la agudización de los conflictos sociales, por incapacidad gubernativa, o en la disfuncionalidad de los servicios vitales de una macrourbe como la nuestra, por ineficiencia del aparato administrativo.
Los partidos, en el proceso de selección interna conceden prioridad a la búsqueda del candidato que gane más votos. ¿Y para después? ¿Es o no importante tener un gobernante responsable y capaz? No olvidemos lo que ocurre en Ecuador, donde Abdalá Bucaram fue electo democráticamente.