Néstor de Buen
Unos sindicalistas bien educados

A Rafael Caldera, un gran maestro de América

Mañana lunes (¡qué difícil es escribir ``mañana lunes'' cuando se escribe en la noche del jueves!), en el Centro Médico del Siglo XXI se inaugura la Cumbre Internacional de Educación (CEA) que ha organizado ¡y qué bien organizada!, la Confederación de Educadores Americanos que preside Elba Esther Gordillo. El tema central será la actitud de los sindicatos ante la responsabilidad social de educar.

La CEA tiene su origen remoto en un Primer Congreso de Maestros de América que se celebró en 1928, y el inmediato, aunque también a larga distancia, en la decisión del Sexto Congreso de la Confederación Americana del Magisterio (1957) de fundar la CEA. Su función ha sido la de educar a los educadores y reconocer el papel activo y determinante que deben desempeñar en lo individual y colectivamente. Hoy agrupa a 3.5 millones de trabajadores de la educación, integrados en 31 organizaciones sindicales del continente.

El propósito principal de la reunión de ahora, en un momento de dificultades económicas profundas, es hacer frente al enorme conflicto entre el desarrollo tecnológico, que no puede pasarse por alto, y un empleo que constituye, en palabras del laboralista español Manuel Alonso Olea, un bien escaso. Esto en la educación tiene perfiles de excepcional importancia. Porque nadie puede dudar de los alcances de una educación que por medios tecnológicos: la educación a distancia, puede llegar a los últimos rincones del país, pero tampoco puede olvidarse que junto a la pantalla de la televisión debe estar siempre un maestro que explique las explicaciones. En síntesis, la armonía entre los avances científicos y el empleo.

Me llama la atención que en el material entregado para informar de la Cumbre, el postulado fundamental, repetido, sea el de buscar una nueva educación pública, democrática, nacional, laica y gratuita, valores todos que dábamos por supuestos desde hace muchos años pero que la realidad, esa realidad dramática que se empeña en llevarnos la contraria, comprueba que aún no pasan de lejanas utopías.

Nadie podría estar en contra de la educación privada. Bienvenida siempre. Pero en un mundo como el nuestro, de carencias absolutas, la responsabilidad de educar es, en primer término, del Estado, más allá de adelgazamientos económicos.

Educación democrática quiere decir para todos. Yo diría que también educación para la democracia, hoy en día nuestra asignatura más difícil de pasar, aunque mucho se ha hecho ya para lograrla. Y sus bases deben estar ahí, en la escuela primaria, en el renuevo de la vieja disciplina del civismo.

Nacionalismo en la educación. ¡Por supuesto que sí! Nuestros valores ancestrales y recientes, combinación dramática pero real de culturas distintas que fluyen hacia un encuentro permanente pero sin menospreciar los orígenes y las divergencias, nos obligan a educar a partir de lo que somos. Sin olvidar el entorno, la aldea global.

Laicismo. ¡Desde luego! Lo que no excluye una plena libertad de cultos que, a su vez, no podrá separarse en lo más mínimo del respeto absoluto y fundamental para quienes no profesan religión alguna. Pero confundir educación con concepciones dogmáticas no es el mejor de los caminos. Al laicismo educativo nos compromete además nuestra propia Constitución. El maduro e insistente artículo 3o.

Educación gratuita. Sin la menor duda. Pero también exigir la contribución posible de quienes pueden pagarla. Porque del otro lado de la educación gratuita hay maestros que tienen necesidades y merecen un nivel de vida mejor. En este punto la exigencia de equilibrio es fundamental.

En el fondo de la cuestión, un puñado, un gran puñado de maestros de América que luchan por mejorar la educación y por consolidar sus organizaciones. Anteponiendo productividad como una responsabilidad social. No está mal.