MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Su consejera amiga
La intensidad de la luz que escurre desde un candil de prismas varía constantemente y provoca la taquicardia del refrigerador. El sonido irregular se mezcla al del reloj, vecino del espejo que ocupa el muro principal de la sala. Desde un sillón Marcia contempla la vitrina abierta, las copas rotas dispersas por el suelo y la pedacería en que la furia de Raciel convirtió a los novios de dulce que decoraron su pastel de bodas. Eso fue lo que más le dolió a Marcia. En cuanto se vio sola, hizo a un lado sus dolores e intentó reconstruir las figuras. La imposibilidad de lograrlo la irritó y acabó tirando los fragmentos al basurero. Le gustaría deshacerse de su vida con la misma facilidad:
-¿Por qué no me largo?
Un nuevo cambio en la corriente eléctrica deja la habitación en penumbra. ``Lo único que me falta es que se descomponga el refrigerador''. Al cabo de unos minutos, la energía se estabiliza y Marcia respira con alivio. Su tranquilidad se esfuma cuando se mira reflejada en el espejo. ¿Qué dirá Taide cuando la vea? Marcia se arrepiente de haber llamado a su hermana y decide no abrirle la puerta. Más tarde se justificará: ``Como se fue la luz, no sonó el timbre''; sin embargo, apenas oye los cuatro timbrazos con que Taide suele anunciarse, deja el sillón y, con voz opaca, dice:
-Ya voy, ya voy: un momento.
Aun cuando Marcia le informó por teléfono de su situación, Taide se cubre la boca con la mano para no gritar cuando ve el rostro lastimado de su hermana.
-Entra, no quiero que me vean -dice Marcia, que retrocede al oír pasos en la escalera.
-¡Estás loca! Ponte el suéter. Vámonos. Ahorita mismo te llevo a la delegación para que levantes un acta.
-Por favor, pasa -suplica Marcia. No quiere tener que saludar a su vecina como si no hubiera sucedido nada. Hacerlo, además de incómodo, sería inútil: todos en el edificio oyeron el escándalo.
Taide sigue a Marcia, pero vuelve a detenerse ante el desorden de muebles, cojines, ceniceros, carpetas, vidrios.
-¿Quién hizo esto? -Al cabo de unos segundos Taide saca su propia conclusión-: ¡Fue Raciel! Infeliz, no se conformó con golpearte.
-Si hubieras oído lo que me dijo. De puta y degenerada no me bajó un dedo.
Abatida por el recuerdo, llorando en silencio, Marcia se desploma en una silla mientras que Taide continúa inmóvil. observándolo todo.
-Nunca pensé que esto sucedería. ¡Qué vergüenza! ¿Te imaginas lo que dirá la gente?
-Déjalos que digan misa. Lo que importa es impedir que Raziel te haga otra vez el numerito. ¡Es injusto! No te mereces una cosa así. Te juro que nunca he visto a otra mujer que haga tanto por su esposo.
Taide se interrumpe cuando ve en el rostro de Marcia el mismo gesto que lo enturbia cuando alude a su imposibilidad de embarazarse.
-Sé lo que estás pensando: que no le has dado un hijo. Eso no significa nada. Además, llevan sólo tres años de matrimonio. Tienen toda una vida por delante.
-Es mejor que estemos solos. Si llegamos a separarnos, no habrá criaturas que sufran.
Marcia se inclina para recoger una carpetita de vinilo, imitación de encaje.
-Bien decía mi mamá: Dios no se equivoca.
-Oye, espérate: ¿en serio, piensas que van a separarse?
-No lo sé, pero supongo que después de esto ya nada será igual.
Marcia se echa hacia atrás y gira la cabeza:
-Me duele tanto.
-Pero ¡cómo no! Mira el golpazo que tienes en la cara. ¿Qué hago? ¿Te llevo al hospital, llamo a un médico?
-No exageres, no es para tanto.
-Eso dices porque no te has visto bien -Taide se inclina para observar el rostro de su hermana-. Se te está hinchando bien feo. La carne fresca baja la inflación. ¿No tienes un bisté?
-Hay uno en el refrigerar. Pensaba hacérselo guisadito a Raciel después de... Híjole, pero ni tiempo me dio de nada.
-Te digo que levantes un acta. Bueno, al menos acuéstate para que descanses.
-Tienes razón. Me voy a la cama. Tengo aspirinas en el baño, ¿me traes dos con agüita, por favor?
Los estertores del refrigerador se intensifican e interrumpen el sueño de Marcia. Sobresaltada, se incorpora y dice frases incomprensibles porque la inflamación deforma sus labios.
-Mujer: ¿qué dices? No te entiendo -murmura Taide, intranquila por el desvarío de su hermana.
-Que yo tuve la culpa. No debí hacer caso. Me dejé llevar. Si no lo hubiera hecho, Raciel estaría aquí, conmigo.
-No me digas que te vinieron con chismes.
-No, no -responde Marcia impaciente.
-¿Entonces? ¡Explícate de una vez!
-No me grites.
-¿Pero cómo no voy a gritar? Me desespera verte así y que no me digas bien las cosas. Si no pensabas hacerlo, ¿para qué me llamaste?... Ay, perdóname, no me hagas caso. Ni sé lo que digo. Ah, pero eso sí, en cuanto vea a ese tipo, voy a decirle hasta de lo que se va a morir.
-Ya te lo dije: no fue culpa suya sino mía, por tonta. Se me hizo fácil seguir el consejo.
-¿De quién? ¿A quién le tienes más confianza que a mí como para pedirle consejos?
Marcia se da cuenta de que ofendió a su hermana sin querer, y la toma de las manos:
-A nadie. Júrame que no vas a reirte de mí cuando te diga...
-¿Alguna vez me he burlado de ti?
-No, pero es que hice una cosa tan tonta. ¿Me ayudas?
Taide le ofrece apoyo a su hermana para que se incorpore. Apoyada contra la cabecera, Marcia intenta ordenar sus pensamientos.
-Mira, no sé cómo explicártelo... Bueno, la cosa es que hace tiempo que Raciel nada de nada. Viene cansado, apenas me habla y en la noche se queda inmóvil, como muerto.
-¿Me estás contando mi vida o la tuya? -El acento de Taide provoca la risa de Marcia:
-La mía, sólo que tú llevas nueve años de casada y no tres, como yo; además, no creo que seas igual de tonta.
-Sigo sin entenderte. Como que ya está bueno de misterios, ¿no?
-Siempre que voy al salón de belleza, leo las revistas de modas y de chismes, sobre todo una donde aparece la sección Su consejera amiga. Ella es una doctora que resuelve los problemas que le cuentan las mujeres. El otro día encontré un caso idéntico al mío y, junto, la solución. No me acuerdo exactamente cómo iba, pero la Consejera Amiga le recomendaba a la mujer que sedujera a su esposo siendo agresiva, mostrándose, diciéndole cosas.
-¿Qué cosas?
-Pues así, de lo de uno... Ay, tú me entiendes. Se me hizo fácil seguir la recomendación al pie de la letra y hoy recibí a Raciel nada más con el vestido puesto.
-¿Se dio cuenta?
-Pues sí, porque me le acerqué y me tallé contra él y me puse a decirle cositas.
-¿No te pusiste colorada?
-Yo no, Raciel sí, ¡pero de furia! Empezó a preguntarme que dónde había aprendido esas cosas y luego salió con que de seguro me pasaba el tiempo revolcándome con hombres mientras él se iba a trabajar. Se agarró a romperlo todo y cuando quise evitarlo ¡me pegó!
-¡Qué estúpido! Le hubieras explicado...
-No pude. Se largó. ¿Crees que regrese?
-Pues no sé. Bueno, creo que sí.
-Y si viene, ¿qué hago? ¿Qué harías tú para demostrarle que no eres una tal por cual?
-Pensarás que soy una tonta, pero le haría su bistecito guisado.
-¿Ya ves? Qué bueno que no me lo pusiste en la cara porque si no, ¿con qué iba a recibir a Raciel?
Marcia abraza a Taide. Sus risas se confunden con los estertores del refrigerador.