La Jornada domingo 9 de febrero de 1997

José Agustín Ortiz Pinchetti
Vivir en tiempos revueltos

Cada día los lectores del periódico consumen a la hora del desayuno una ración de escándalo: desfilan las imágenes del hermano de un ex presidente al que la debilidad de su protector le permitió (quizás) cometer defraudación fiscal, enriquecimiento ilícito, homicidio, uso de documentación falsa. Este hombre resulta a la postre una víctima de una conjura organizada por su ex fiscal, quien asociado con una cartomanciana creó la falsa evidencia de un esqueleto ajeno al proceso. El ex fiscal está prófugo y un excelente abogado, quien fungió como Procurador en la ``breve alianza'', se encuentra en entredicho. La amante del hermano poderoso, a quien delató, se dice hoy amenazada de muerte. Y así sucesiva e interminablemente.

La gente se pregunta con ironía si ésta es la transición a la democracia, qué será lo que nos espera al final del camino. De cierto, nuestro proceso no es aterciopelado como el de los países centroeuropeos. Hay algo de ríspido, salvaje, turbio en todo lo que estamos viviendo. En el fondo lo sorprendente no es lo que se nos está revelando, sino que se conozca. Toda esta podredumbre estuvo adentro de la vida mexicana por décadas, pero el pudor exquisito de una prensa, una radio y una televisión venales lo ocultaron. ¿Qué podía esperarse en un país que, como decía Gómez Morín, vivía en el engaño, el latrocinio, el disimulo y la simulación?

Pero hay otros síntomas. Por ejemplo, el pasado 2 de febrero la Suprema Corte decidió la procedencia del juicio de amparo que interpuso Manuel Camacho Solís en contra del procedimiento legislativo que llevó a una reforma constitucional en materia electoral.

Los once ministros de la Corte discutieron públicamente tres horas el tema y finalmente se resolvieron en una apretada votación de seis a cinco. Se fijó el criterio de que todos los amparos promovidos en contra del proceso legislativo, incluso los del constituyente permanente, puedan ser analizados por los jueces y calificados por éstos de legales o ilegales. La interpretación de la Corte es creativa y audaz, rompe las cadenas con el pasado, libera a la ley del peso del poder ejecutivo y responsabiliza a la Corte frente a la sociedad.

Fue sorprendente la calidad misma del debate. La excelencia de la mayoría de las réplicas, la vibración de sinceridad, estudio cuidadoso, patriotismo de los ministros, ya estuvieran a favor o en contra de la tesis.

A pesar de la importancia de esta resolución, el público casi no la ha tomado en cuenta, fascinado con las noticias negras y rojas. No se ha acreditado la estatura política que va alcanzando la Corte y tampoco que el presidente Ernesto Zedillo parece estar aplicando la fórmula Zaid para lograr la transición. La de la omisión creativa. Hacer el esfuerzo hercúleo de no hacer nada y permitirles a las instituciones que adquieran a través de la libertad su verdadera dimensión.

He conversado con Manuel Camacho sobre la resolución de la Corte la noche misma que decidió lanzar la iniciativa pública de un nuevo partido. Recordamos cómo hace exactamente seis años un grupo ciudadano que organizaba la observación de las elecciones de 1991 nos entrevistamos con él. Camacho, regente de la capital, en la cumbre del poder y la gloria en ese tiempo, nos recibió en su fastuoso despacho desde el que se mira la Plaza de la Constitución y el sombrío palacio de la Suprema Corte de Justicia. Hoy Camacho está en el lado contestatario y considera que la experiencia fuera del poder le da una vigorosa experiencia política. No parece haber envejecido después de haber recorrido estos seis años de acontecimientos estrujantes.

Según Camacho, la oportunidad para la reforma se perdió justamente en aquel año, el PRI recuperó el espacio perdido en las desastrosas elecciones de 1988. Era el momento de haber arrancado la transición. Salinas prefirió la restauración a la renovación. Hoy el ex presidente reconoce, sin entrar en detalles, que se equivocó.

Camacho parece exultante con la resolución de la Corte. No desea luchar por la regencia o por algún otro puesto, ésta ha sido una victoria moral y simbólica. Según él, lo importante es que ha empezado en México la división de poderes, que el poder judicial en su más alto nivel está asumiendo su responsabilidad. Yo pienso que la sustitución progresiva del régimen hegemónico por un sistema de competencia a través de elecciones es sólo un paso. No sólo hay que cambiar la forma de luchar por el poder sino la estructura completa. El poder ejecutivo tendrá que ser acotado para que los otros poderes adquieran su peso y puedan equilibrar la estructura del Estado. La Constitución deberá dejar de ser una fachada para coincidir con la entraña política de la nación.

El empuje de una sociedad que ha estado severamente disciplinada por un poder manipulador y autoritario tendrá que arrastrar las resistencias. Muchas otras cosas repugnantes y contradictorias van a desfilar ante nosotros. Muchos otros destellos de grandeza y de renovación iluminarán los acontecimientos. Deberíamos de sentirnos agradecidos por poder vivir una época de tiempos revueltos. La siesta histórica ha terminado en México.