Una buena señal de la importancia que los partidos políticos le confieren a la próxima elección en el Distrito Federal, ha sido el intento de procesar democráticamente sus propias candidaturas internas. En el caso del PAN eso no es noticia, ya que es un instituto acostumbrado a practicar la democracia interna. De hecho, su proceso interno se encuentra en marcha y los panistas capitalinos habrán de decidir a su abanderado de entre Paoli Bolio y Castillo Peraza.
El PRI, en cambio, sí ha sorprendido con una convocatoria que pretende inaugurar prácticas distintas para postular candidatos. No sólo hay dudas razonables sobre la sinceridad del ejercicio en los orígenes del proceso (los requisitos que debieran llenar los aspirantes en unas cuentas horas eran tan vastos como el contar con el aval de 50 por ciento de los sectores y organizaciones del partido, o 30 por ciento de los miembros del consejo político, o 30 por ciento de los comités distritales), sino que los riesgos de intentar una simulación o armar una mera representación son lo suficientemente elevados, tanto interna como externamente, como para desistir. Los próximos días, los aspirantes recorrerán las instancias internas para seducir a sus electores. Insisto, si el ejercicio se aleja de la simulación, se acerca a una verdadera deliberación interna, y se puede procesar sin divisiones; el PRI habrá ganado no sólo un candidato que cuenta con las simpatías internas, sino la posibilidad de replicar el mecanismo a futuro y evitarse así los tradicionales desprendimientos en época electoral. Ahora bien, armar una mascarada le supondrá nuevos desencantos y adversidades que alejarán aún más las posibilidades de éxito del tricolor capitalino. La consulta es sin duda una decisión pertinente.
En el caso del PRD, los dos precandidatos hasta ahora registrados acreditan bien la importancia que se le concede a la elección de jefe de gobierno. Dos puntos me parecen destacables. Por un lado, hay cierta evolución procesal en el partido del sol azteca; del primitivismo democrático que apeló a las consultas abiertas para dirimir asuntos internos, se pasa ahora a un formato de convención de delegados, instancia que se antoja mucho más propia para desahogar candidaturas. El periodo de campaña interna ciertamente puede resultar demasiado largo, y maximizar los riesgos de la polarización, pero el hecho de no evadir confrontaciones, si se pueden procesar civilizadamente, significa una gran paso político. Por otro lado, que los candidatos tengan un peso específico tan importante en la organización permite anticipar que lo que estará en juego no será únicamente una candidatura, sino que deliberará sobre visiones distintas del partido, y del resultado de la contienda se desprenderán nuevos equilibrios políticos en el PRD.
Por último, Manuel Camacho anunció su intención de hacer un nuevo partido político en una decisión que puede contribuir a clarificar el escenario político. Personaje polémico al que con frecuencia se le reclamaba su ambigüedad, en el curso de una semana ofreció pronunciamientos respecto al amparo que interpuso, dio respuesta al ex presidente Salinas y situó sus perspectivas tras el Partido del Centro Democrático. Poco interesado en los comicios de 1997, su horizonte lo marcan las elecciones presidenciales del año 2000. Al tiempo.
En días tan colmados de confusión y desajustes, me parece que la semana pasada ofreció algunas buenas noticias que merecen destacarse: el PRI ensaya nuevos procedimientos, el PRD no evade confrontarse, y Camacho hace anuncios definitivos. El expediente de la democracia sienta sus reales.