Cuando muchos pensábamos que el medio ambiente en el mundo había registrado en los últimos años una sensible mejoría; cuando numerosos gobiernos hablan de que la agenda relacionada con el buen uso y la conservación de los recursos naturales ha logrado detener el deterioro, la contaminación del agua y el aire, el gozo se fue al pozo. Pero, además, la agenda internacional deja mucho que desear en aspectos relacionados con el cambio climático, la protección de la capa de ozono y la diversidad biológica. Lo anterior y muchas consideraciones más se desprenden del contenido del más reciente informe sobre el Estado del mundo 1997, que cada año elabora y difunde el prestigioso World Watch Institute. Por principio, y partiendo de todo el caudal de buenas intenciones que produjo la Cumbre Mundial de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en junio de 1992, sostiene que son pocos los progresos registrados los últimos cinco años en la protección del medio ambiente, al grado que resulta conveniente adecuar el ejemplo del Grupo de los 7 integrado por las naciones más industrializadas, con el fin de crear un grupo especial de ocho grandes países que se comprometan efectivamente con la agenda ambiental del mundo.
Los datos del reciente informe no son nada alentadores. Por ejemplo, en el último lustro la población del planeta aumentó en 450 millones de habitantes, una extensión creciente de bosques y selvas, el uso del agua continuó siendo irracional entre los que tienen acceso a ella, mientras las industrias y los asentamientos humanos siguen contaminando un recurso del que carecen millones especialmente en Africa, Asia y América Latina. Sin duda alguna el fin del milenio estará marcado por la disputa que naciones y pueblos harán por disponer del agua que necesitan para sobrevivir y realizar actividades agrícolas e industriales. Al respecto, la revolución tecnológica que tantas sorpresas depara cada día, no ha sido capaz de revertir las tendencias actuales de uso de un elemento vital, en buena parte por falta de voluntad política de los gobiernos.
Esa misma carencia de voluntad se expresa en el hecho de que en el último lustro las emisiones de ácido carbónico superaron todos los pronósticos y no cesaron de crecer alterando negativa y peligrosamente la composición de la atmósfera. Lo anterior, pese a las numerosas declaraciones de los líderes mundiales y a los compromisos establecidos luego de consultas, conferencias y estudios sobre la materia. Tampoco ha habido buen resultado en cuanto a dos de los más importantes tratados, fruto de la Cumbre de la Tierra: los referidos a los cambios climáticos y la diversidad biológica. El deterioro le gana la carrera a las acciones establecidas para hacerlos efectivos.
Otra forma de medir el destino de los compromisos acordados en Río de Janeiro se tiene en el apoyo concedido a los organismos internacionales directamente vinculados con el medio ambiente. Así por ejemplo, el organismo corespondiente de las Naciones Unidas, el PNUMA, contó con presupuestos menores cada año, cuando se había acordado todo lo contrario. Haciendo a un lado las críticas que a veces se enderezan contra dicho programa por su burocratización, no hay duda de que cumple un papel importante, que se vería enriquecido con reformas puntuales y mayor presupuesto.
Durante décadas el Banco Mundial y otros organismos financieros internacionales han sido señalados por sus políticas crediticias en favor de proyectos de ``desarrollo'' que, en aras de beneficios a corto plazo y a toda costa, han causado serios daños a los recursos naturales de muchos países y aumentado las emisiones de gases que influyen negativamente en el ambiente del planeta. Como resultado de esas críticas, dicho banco ha tratado de lavar esa imagen destructora aumentando sus préstamos dirigidos a programas de conservación de los recursos naturales y otras áreas, pero sin variar sus políticas más importantes enfocadas a alentar en muchos países proyectos de ``desarrollo'' carentes del contenido ecológico.
Desde la Cumbre de la Tierra, en México se han anunciado numerosas medidas tendientes a impedir el deterioro de los recursos, la contaminación de las corrientes de agua, lagos y lagunas y zonas litorales; para regular la elaboración, transporte, uso y destino final de sustancias químicas tóxicas y peligrosas; para acrecentar el patrimonio natural. Sin embargo, las cifras oficiales muestran que las metas fijadas están muy lejos de alcanzarse. Baste señalar la deforestación que no cesa, la erosión y el mal uso del agua. Quizás ello se deba al modelo económico en boga, en el que la variable ambiental no cuenta lo suficiente a la hora de tomar decisiones: los intereses de los grandes países y las corporaciones imponen su ley. Ello explica que, como se refiere en el informe Estado del Mundo 1997, el avance en la protección del medio ambiente haya sido ``deplorable'' en el último lustro.