Los tambores de la guerra suenan sólo en la cabeza de algunos desatinados o interesados en que así suceda. Las partes han sido duras o flexibles conforme al momento en que transita la negociación, pero siempre han manifestado, una y otra vez, su confianza en la misma como camino hacia la paz. Este es un aspecto positivo que muchas veces no se advierte o se subestima.
Los hechos nos dicen que desde la tregua de enero de 1994 no ha habido un solo muerto en enfrentamientos en el contexto de este conflicto, ¿qué otro proceso de pacificación en el mundo o en la historia puede decir lo mismo? Cuando se dice que no hay avances en el diálogo, hay que recordar este dato que es de suyo muy relevante.
En la Cocopa estamos convencidos de que cuando las propuestas no prosperen, hay que regresar a la negociación. No hay otro camino viable para México. Cuando el diálogo parezca fracasar, hay que recurrir de nuevo a los oficios políticos para regresar a él. Las otras vías son inaceptables.
Otro elemento toral que suele pasar desapercibido es el interés común por cambiar de raíz la forma de vida de los pueblos indígenas y el reconocimiento a la necesidad de modificar la relación que la sociedad en su conjunto tiene hacia ellos. A pesar de las diferencias que se han hecho patentes, la gran mayoría de los opinantes tenemos este importante acuerdo de principio. Si en relación con esto hay un consenso notable, entonces procede seguir buscando los mejores caminos para lograrlo.
Más que proponer soluciones mágicas, que no existen, es necesario asumir la necesidad del cambio de situaciones y actitudes para salir adelante en algo que a todos interesa: construir un mejor país para todos. Es necesario, como primer paso, hacer un esfuerzo para cesar los ataques y descalificaciones que están a la orden del día. Esto no significa terminar con la discusión sobre el tema, pero sí acabar con las amenazas abiertas o veladas, posiciones extremas de todo o nada, chantajes y actitudes represivas.
El diálogo debe destrabarse en dos niveles. En primer lugar, mejorando el ambiente que alrededor de él se ha construido. En segundo término, buscando acuerdos en la mesa de negociaciones.
Las partes deben reconsiderar sus posiciones, evaluando el compromiso que tienen con la sociedad mexicana, mismo que los obliga a buscar en todo momento la posibilidad de salvar las diferencias que se encuentren, sin detrimento de sus principios y posturas. Las partes deben mostrar, de manera indudable, que siguen comprometidas con el proceso de paz.
Si alguna fuerza supone que el año electoral aleje el interés que muchos mexicanos tenemos acerca del destino del diálogo, se equivoca. Si otros calculan que alguna de las partes se desgastará y desprestigiará en los próximos meses, cediendo de facto lo que no se pudo negociar, también yerran. Los que así actúen podrían ver revertida la desconfianza que ahora tratan de introducir.
Proseguir con la negociación ahora significaría que las partes controlarían el proceso. Posponerla, sería arriesgarse a que se complique y que actores encubiertos hasta ahora, lleven sus provocaciones a niveles no vistos anteriormente.
Las partes deben prepararse para encontrar nuevas opciones. No es válido que antes de conocer las propuestas que al respecto se pueden hacer, se lleve a cabo una feroz campaña contra opciones que aún no se presentan.
Una propuesta sobre cambios constitucionales ha de verse con el interés de buscar acuerdos que contribuyan a la paz con dignidad, al pleno ejercicio de los derechos políticos, al desarrollo de su cultura y al mejoramiento económico y social de los pueblos indígenas.
En la evaluación que de cara a la sociedad debe hacerse, es necesario afrontar las responsabilidades que todos tenemos en favor de que el diálogo sea allanado. La Cocopa, los partidos políticos, las organizaciones sociales y ciudadanas, las partes, las instituciones y la sociedad en general deben revaluar el significado de las conversaciones de paz.
La tarea que ha llevado a cabo la Cocopa debe aquilatarse. Si esta instancia fracasa no hay por el momento ninguna otra que se haga cargo de servir de puente en el diálogo suspendido. En este contexto, no solamente perderíamos quienes la integramos. También perderían el Congreso y los partidos políticos que hoy, preocupados legítimamente por los comicios, parecen no recordar lograr la paz en Chiapas es tan importante como éstos.
Regresar a la mesa de negociaciones para encontrar, de manera responsable, un nuevo camino de diálogo, debe ser lo fundamental en la agenda política inmediata. Este es el único camino al que los mexicanos volcamos nuestra esperanza.