Ver no más allá de un corto tramo delante de la nariz se llama miopía. Este mal --se sabe--, con unos lentes graduados con las dioptrías a la medida, permite ver normalmente.
Hace años que las características de la crisis económica y de su entorno mundial provocaron que quienes toman las decisiones de política económica sean principalmente quienes ven la economía en su acontecer de corto plazo (los precios, el tipo de cambio, la tasa de interés, y los déficit fiscal, comercial externo y en cuenta corriente de la balanza de pagos), es decir, variables financieras cuyo comportamiento es visible en el corto plazo. Ver más allá requiere de graduaciones con mayores y mejores dioptrías --teorías económicas más amplias y precisas--, para mirar todo lo que es asequible a la mente humana.
Es claro --hasta para el sentido común-- que la estructura productiva de un país sólo es modificable en el largo plazo. Lo que en definitiva no es visible --salvo para las teorías que desentrañan adecuadamente las relaciones no evidentes a los sentidos--, son los determinantes de las tendencias de la economía en el largo plazo sobre los fenómenos que nos agobian en el plazo corto, vale decir, en este caso, los determinantes de la forma y dinámica de la estructura productiva sobre los fenómenos financieros. Maromear sólo en la breve circunferencia de la pista circense del corto plazo equivale a realizar círculos (sumamente viciosos) que por necesidad nos regresan al punto de partida en un santiamén. En otras palabras: tratar los problemas financieros sólo mediante manipulaciones financieras siempre tiene el altísimo riesgo de regresarnos al punto de partida: a las crisis financieras recurrentes que hemos cometido una y otra vez, a pesar de los distintos esquemas financieros que han sido puestos en práctica en los últimos lustros.
Durante el gobierno de Salinas se sostuvo a rajatabla como correcta la política de anclar el tipo de cambio para impedir que la inflación se desbocara. Junto con otras decisiones --que ahora no examino--, ello condujo al error de diciembre. La lógica que siguió no pudo ser más simple: si el anclaje del tipo de cambio fue un error, ¡hombre!, abandonémoslo a la libre flotación. La complejidad del argumento se reduce a lo siguiente: el tipo de cambio debe ser resultado de la libre oferta y demanda de divisas. El manejo de la inflación, de otra parte, dejémoslo --dijo Banxico--, sujeto al control de la base monetaria y del crédito interno.
El pasado mes de enero entraron al país cerca de 4 mil millones de dólares, cantidad sin precedente en un mes desde diciembre de 1994. Dada la política en curso, esta oferta de divisas produjo una significativa revaluación nominal del peso. Banxico alega que estos hechos constituyen una ventaja porque la revaluación provoca una disminución de la rentabilidad interna de las inversiones financieras externas, inhibiéndose por ello la entrada de capitales golondrinos muy volátiles.
Este alegato, sin embargo, no se hace cargo de que continúa abriéndose el diferencial de la inflación acumulada entre México y Estados Unidos, y tiende por ello mismo a debilitarse la competitividad de las exportaciones, razón por la cual ha empezado a disminuir su tasa de aumento, mientras ha continuado el crecimiento de las importaciones.
De este modo, mientras el diferencial inflacionario con Estados Unidos y las tendencias de la balanza comercial externa apuntan hacia la configuración de unas condiciones determinantes de una devaluación, el ``mercado'' de divisas arroja una revaluación del tipo de cambio. Como está bajando para arriba, en algún momento puede subir velozmente para abajo.
Si vemos cuáles son las fuerzas de mercado que han provocado la revaluación, hallaremos que la entrada de divisas obedece con mucho a la colocación de deuda externa gubernamental. En otros términos, esa entrada de divisas no obedece a factores ``reales''. No son la otra cara del aumento de un superávit comercial externo originado en un incremento sostenido de las exportaciones nacionales. Banxico seguramente aceptaría que la oferta de divisas que produjo esta revaluación coyuntural es artificial, inconsistente.
Banxico alega --en este punto con razón-- que la competitividad internacional de los productos mexicanos no debe sustentarse en la devaluación permanente, sino en la inversión productiva y en la capacitación. Pasa por alto, no obstante, que ese alegato pertenece al largo plazo. Este, por definición, no interesa a Banxico, ni nada puede hacer por él; el gobierno tampoco de él se ocupa (seguimos sin política industrial); y los empresarios, en un clima de incertidumbre, por definición sólo se ocupan del corto plazo, en el que no es posible meter a saco proyectos de inversión productiva, cuya maduración y tasa de retorno pertenecen por su naturaleza al largo plazo.
De otra parte, la astringencia monetaria y de crédito ha inhibido no sólo el aumento de los precios; también el de la producción para el mercado interno. Tanto, que Concamin ha empezado a considerar la posibilidad de buscar créditos en el exterior.
El monetarismo sigue a la vanguardia; y como es miope por naturaleza (puro corto plazo), estamos en la que estamos.