Teresa del Conde
Monterrey, 18 horas

El motivo principal de la reciente permanencia en Monterrey, que en vigilia abarcó aproximadamente las horas que marca el título de este artículo, fue la inauguración de la exposición de Manuel Felguérez: El límite de una secuencia, integrada por 13 esculturas museografiadas con gran tino en un mismo ámbito de los vastos espacios con que cuenta el Marco. Se exhiben además 24 óleos, en su mayoría de gran formato, todos realizados entre 1993 y 1996. Hay un tríptico: El tercer sueño (220 x 570) que desde mi punto de vista se constituye en el eje pictórico de la exposición cuya curadería y museografía se deben a Miguel Cervantes. Viene acompañada de un libro-catálogo impecable, coordinado asimismo por el curador. El texto principal se debe a Juan Villoro y Francisco Serrano dedicó al artista un poema sin título; podría llamarse ``La luna de la página''. No es una publicación ostentosa, sino de aquellas que se aprecian porque ponen al día al artista del que se ocupan.

Simultáneamente se inauguró una vasta retrospectiva de Roberto Márquez (n. 1959) pintor que a primer golpe de ojo ofrece herencias o convergencias con Julio Galán. La selección y curaduría de esta exposición, que atrajo numeroso público, se debe a Clayton Kirking y corre de 1984 a 1996. Fragmentos del tiempo --según el curador-- ``es un resumen visual de los estudios elcécticos que han comprendido la carrera de Márquez''. Cabe aclarar que después de una larga estancia en Guadalajara, este pintor se estableció cerca de Phoenix (1983), donde Kirking ha desarrollado una fructífera labor como director de museo, investigador y curador de exposiciones, contando frecuentemente con la colaboración o asesoría de Edward Sullivan, quien funge como integrante del jurado académico (porque los hay totalmente laicos) del ya famoso Premio Marco, a punto de dar a conocer su cuarta versión.

Además de la observación de ambas exposiciones y del festejo debido a los artistas, el tiempo se invirtió en visitar (o intentar visitar) otros museos. En este orden de cosas, para mí la mayor sorpresa la deparó el Museo de Monterrey, donde se exibe con elaborada, muy estricta y docta museografía, una colección de marfiles de primera línea. Nunca imaginé que fuera a entretenerme tanto (porque no conozco más que muy poco este arte) mirando las diferencias y las constantes de unas 600 obras, todas dentro del rubro del arte sacro. Hay maravillas. En su mayoría pertenecen a un solo acervo, el de doña Lidia Sada, quien contó con la principal experta que existe sobre el tema, Margarita M. Estella, eminencia madrileña que coadyuvó a la realización de la curaduría (a cargo de doña Lidia) escribiendo además el estudio principal para un libro de inminente aparición, profusamente ilustrado, impreso en Singapur y editado por Espejo de Obsidiana, del cual he escuchado hablar incesantemente durante los últimos meses. Había varios visitantes analizando las piezas y tomando notas durante el tiempo que permanecimos allí. En su mayoría eran personas maduras. En cambio, las dos inauguraciones del Marco se vieron pletóricas de jóvenes. Hay una buena compensación en este fenómeno. Parte sustancial de la muestra de Felguérez se exhibirá en el Museo Tamayo el próximo verano.

A la Pinacoteca de Monterrey no fue posible llegar, pues aunque tiene acceso por el Parque Niños Héroes, los vericuetos que ofrece impiden el arribo directo al lugar. En cambio visité dos galerías: la de Arte Actual Mexicano (vimos una colectiva) y la de Ramis Barquet, situada en un edificio de Legorreta. Se exhibe ahora un conjunto de fotos de Juan Rodrigo Llaguno. Conocía algunas de ellas e incluso las comenté en cierta ocasión, otras me eran desconocidas, pero me impresionaron ciertos retratos que parecen desentrañar el alma de quien posa. Igualmente quedé complacida con el excelente diseño museográfico, basado en estrictas relaciones geométricas, que integran una ``lectura'' no sólo ágil, sino estética. No me sucedió lo mismo al observar el Salón de triunfadores que se exhibe en el Museo de Historia y que tiempo atrás visité en el Museo del Arzobispado, dependiente de la Secretaría de Hacienda. No entendí la razón de tal tipo de montaje, si bien comprendo de primera mano que las obras son muchas y el espacio insuficiente. Más que dinámica, la museografía me pareció confusa y saturada. No por ello resulta imposible discernir las piezas, pues quien quiere ver, aísla automáticamente del todo él o los objetos de su interés. Sin embargo, creo que una museografía ortodoxa es siempre bienvenida.