Si John Kobal --crítico canadiense-- me hubiese preguntado, como hizo en los años 87/88 a un centenar de críticos e historiadores procedentes de 22 países, cuáles eran a mi leal saber y entender las diez mejores cintas que he visto en mi vida, le hubiera contestado así: aunque mi selección obviamente no estaría incluida en su memorable libro Top 100 movies'' editado en Londres hacia 1988, en Madrid y en México, dos años después. Y mi apreciación ``no estaría incluida'', porque aquellos que trataron de resolver la cuestión fueron cinéfilos ubicados en territorios de habla inglesa: 32 en total, entre británicos, estadunidenses, australianos y canadienses. Es decir, cineadictos con una vocación por el cine anglosajón (léase hollywoodense) que no comparto.
En cambio, de España y América Latina (exceptuando a México, ¡claro está!) únicamente consultó a ocho personajes: tres madrileños, un catalán, un argentino y tres exiliados cubanos (Guillermo Cabrera Infante, ente ellos) posición ``crítica'' que no necesita de mayores comentarios. Ahora bien, y este dato va en descargo de John: siete franceses, nueve italianos y cuatro polacos resolvieron el cuestionario a propósito de las mejores películas.
Apartémonos de estas iniciales consideraciones para dar paso a mi apreciación, que más allá de géneros y escuelas, ubicaré a partir de vibraciones emocionales provocadas por territorios determinados. Por ejemplo, y para comenzar, el cine ruso estaría presente en mi evaluación a través de El acorazado Potiomkin de Eisenstein, sin olvidar trabajos de Tarkovski y Dziga Vertov. Descendamos por la abigarrada Europa para recoger imágenes célebres de Escandinavia (Suecia y Dinamarca) entre otras a Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman, que debe ocupar un sitio entre las diez, aunque no dejamos de pensar en la Juana de Arco de Dreyer y el Festín de Babette de Axel.
Demos unos pasos hacia arriba y hacia la izquierda para dejar constancia que Cenizas y diamantes, del polaco Wajda, y Decálogo de Kieslowski, me estremecen, pero no decido a incluirlos en la decena definitiva. Rebusquemos ahora en Alemania, cuya extensa e intensa cinematografía ofrece varias cintas merecedoras de un sitio, en aquel breve contexto. Acaso Nosferatu, de Murnau, o Metropolis de Lang; o Caligari de Wiene, o lejos de estas tres mudas presentaciones expresionistas; Heimat, el maratónico trabajo (15 horas) de Reitz o las memorables obras recientes de Wenders: París-Texas, Las alas del deseo o Historia de Lisboa.
Acepto que al señalar a Historia de Lisboa quizá me precipito, pero ¿cómo olvidar a aquel cinematografista que aún fatiga los salones recogiendo imágenes y sonidos para crear una insospechada sinfonía urbana? Para continuar con los dictados subterráneos de mi mente, recorramos el cine francés a la búsqueda de una cuarta cinta. ¿Qué trabajo elegirá entre aquellos que realizaron Renoir, Carné, Truffaut, Godard y Resnais?
Sin lugar a duda Las reglas del juego, de Renoir, seguida muy de cerca por Hiroshima, mon amour de Alain Resnais y Les enfants du paradis de Marcel Carné. Italia, cuna del género épico y del neorrealismo, y de geniales cine-directores como Rosellini, De Sica, Fellini, Antonioni y Passolini, es el espacio de cuyo seno cinemático extraeremos una quinta obra. Para mí, Ladrones de bicicletas, de Vittorio de Sica, porque ¿quién que la vio podrá jamás olvidar aquellos trajines desesperados de un bambino y su padre a la búsqueda de su instrumento de trabajo?
Pasemos sigilosamente a la península Ibérica, donde brotan como ardientes flores del mal, películas de Manoel de Oliveira, Luis Buñuel, Carlos Saura, Bardem, Víctor Erice, Almodóvar y otros... Allí arrancaremos una sexta ``flor'' cinemática: Viridiana (1961), de Buñuel; para seguir con el cine en castellano incluyo en el séptimo puesto Los olvidados, realizado por técnicos y actores mexicanos bajo el mando del gran aragonés. Dirijamos ahora la mirada al cine anglosajón ¿Cuál de estos ocho filmes que bullen en mi mente merecería ser incluido entre las famosas diez? ¿Casablanca, de Curtis; Kane de Welles, Vértigo de Hitchcock; Manhattan de Allen; Touch of Evil, de Welles; Tiempos modernos de Chaplin; El maquinista de la general, de Buster Keaton? Para mí, Citizen Kane (1940). Y para terminar esta designación, recorramos mentalmente el ``quehacer'' de Kurosawa, Ozu, Oshima, Mizoguchi, para encontrar los últimos dos trabajos que nos faltan para completar la escena": Rashomon (Kurosawa) y Cuentos de la luna pálida (Mizoguchi) cerrarían la lista.