Luis Linares Zapata
¡Por fin elegiremos!

La dilatada saga de los mexicanos por lograr un sistema donde sus votos cuenten y se cuenten parece que entró a su fase definitiva. El verano en ciernes, al menos en lo que respecta a la disputa por la jefatura de gobierno del DF, apunta hacia un proceso de competencia donde la casi igualdad de condiciones será la regla. No sólo eso, sino que la misma selección de candidatos se ha tenido que someter al despiadado dictado de las urnas. No se desconoce, sin embargo, la diferencia, abismal todavía, entre las condiciones imperantes en la capital con aquéllas que rigen en algunos de los distritos electorales del país. Pero lo cierto es que todo el proceso quedará marcado por lo que ya tiene lugar entre los capitalinos. El mérito no sólo es de éstos, sino de muchos más.

La actualidad la delinea por tanto el salto cualitativo dado por el PRI. El vetusto organismo se pone, de sopetón, al parejo de sus contrincantes aliviándolo de ritos e inercias que le imponían el autoritarismo presidencial (dedazo) y la obcecada disciplina de sus cuadros. Con el voto secreto de los integrantes del Consejo Político, la consigna, la famosa línea, se acabó. Hoy, los precandidatos y sus coaliciones de apoyo, estarán a merced del veredicto de los militantes con la legitimidad que tal fenómeno les aporta. Disimular o disminuir el impacto que ello tendrá es un malabarismo ocioso.

No pueden soslayarse entonces varias realidades enredadas con la selección del abanderado priísta. Una es la independencia y el poder que el elegido adquirirá respecto de sus demás correligionarios. De salir airoso de la siguiente prueba en julio venidero, se convertiría, por estricta calidad de su representatividad, en un contendiente de primera línea a la presidencia de la República. Con ello se inaugura un periodo donde los acuerdos y diferendos con el Ejecutivo federal estarán signados por el respeto mutuo y el forcejeo que, aunque suave y en mucho todavía subordinado, será un hecho inevitable y cotidiano. Por ello mismo, lo que subyace desde ahora en la búsqueda del voto militante, no atañe en exclusiva a los rivales concretos. Sus ramificaciones dan lugar a un acomodo entre fuerzas que han mostrado sus arrestos y méritos para pelear la candidatura presidencial dentro del PRI y, por consiguiente, la hegemonía partidista.

Lo mismo puede predicarse del PRD y del PAN. Este último, con un sendero interno ya ensayado, continúa con el ritmo y tiempos que sus estatutos le imponen. Pero los escándalos por la actuación de la Procuraduría General de la República, cuando Lozano Gracia era procurador, lo traen por la calle de la amargura, desdibujando la puja entre sus precandidatos. Uno de los cuales (Castillo) parece amarrado.

Ojalá que, en futuras contiendas, los procesos internos tanto del PRI como del PAN se abrieran a una muestra más representativa que involucre segmentos de los llamados simpatizantes. Ello daría mejores garantías de que la selección de los contendientes se diera con mejores contrapesos sobre el descarnado interés que mueve a los profesionales de la política.

Por lo que al PRD toca, y una vez que fallaron los intentos de coagular un arreglo cupular, se abre un periodo de incertidumbre y de lucha que parece desigual. La incertidumbre se da al desconocerse aún las reglas del juego a las que deberán someterse tanto Muñoz como Cárdenas. Y la lucha es desigual porque las fuerzas de apoyo a este último parecen abrumadoras y se han anticipado dando madruguetes y descontones que pretenden forzar voluntades e inducir simpatías. Un grupo de notables lanzó por delante y en sendo desplegado, los doctorados y premios nacionales de variada índole para asentar las cualidades de sus ociosos respaldos. Y lo son puesto que no es, hoy por hoy, asunto que les concierna a muchos de ellos que no son militantes. Otro, la que se afirma mayoritaria corriente en el DF que puso al servicio de la causa y con un tufo de arraigado corporativismo, simpatías y votos uniformados. Para fortuna del PRD, Muñoz Ledo ha permanecido en silencio y hace esfuerzos por someterse a las reglas internas y no optar por hacer público un asunto que debe circunscribirse al voto interno, personal y secreto.

De aquí en adelante, la única constante será la búsqueda del esquivo elector y su veleidosa y convenenciera simpatía.