La firma de un tratado comercial entre dos países normalmente no se considera un acontecimiento que se constituya en parteaguas de la historia de las naciones participantes. Sin embargo, en el caso del Tratado de Libre Comercio (TLC), ratificado definitivamente entre México, Estados Unidos y Canadá en noviembre de 1993, no ha duda que al menos para México sí representa un momento crucial en la evolución futura de su economía y también de su política, especialmente dentro del ámbito internacional. Por ello resulta algo extraño que al principiar este año de 1997, exista una preocupación tan marcada por miembros de los gobiernos de Estados Unidos y México, en el sentido de afirmar que es un documento cerrado, sugiriendo que no se debe modificar ni añadir una coma al texto original y prístino.
La razón principal por la cual afloran inquietudes acerca de la posibilidad de que se abra un debate alrededor del TLC tiene mucho que ver con un problema acucioso de la política doméstica en Estados Unidos, ya que la mayoría republicana en la Cámara de Diputados y el Senado cuenta con numerosos miembros que desean crearle problemas al recién reelecto presidente demócrata Bill Clinton. Pero también puede sugerirse que el deseo de evitar un debate amplio y profundo sobre el TLC obedece al hecho de que los funcionarios que participaron en la negociación y ratificación de este complejo acuerdo, consideran que ya hicieron su trabajo y que no debe ponerse en tela de juicio una labor que implicó centenares de reuniones de negociación entre las partes.
El grado de complejidad política que implica el negociar tamaño acuerdo, se encuentra corroborado por el fascinante libro que recientemente ha escrito Hermann von Bertrab, jefe de la oficina de México en Washington, quien se encargó del cabildeo y promoción del TLC durante los años críticos de su gestación entre 1991 y 1993.(1)
A través de un relato ameno, redactado con precisión y transparencia, el autor nos explica cómo se logró vender el TLC políticamente, conduciendo el lector a través de los corredores del poder en Washington, y dentro de los pasillos del Congreso, incluyendo las oficinas de los más influyentes senadores, como Lloyd Bentsen, entonces presidente del Comité de Finanzas del Senado; el representante Dan Rostenkowski, presidente del Comité de Medios y Arbitrios del Congreso, o del jefe de la mayoría en la cámara, Richard Gephardt, los cuales fueron factores claves en lograr la aprobación del fast track que hizo posible el primer tramo del acuerdo.
Al mismo tiempo, Von Bertrab nos describe cómo operaban los poderosos lobistas e influyentes bufetes de abogados en Washington que habitualmente se encargan de tratar de vender o, alternativamente, derrocar proyectos económicos que están bajo discusión en las cámaras. En el caso de la oficina de México en Washington, se contrató con mucho tino (y conocimiento de caso) a la firma de abogados de Sherman Sterling como coordinador general de la operación de promoción del TLC, y a la firma Burson Martseller de relaciones públicas de ``la firma estadunidense más grande en la línea''. La labor de estas empresas --que conocen perfectamente el manejo del poder en las más altas esferas políticas y económicas de Estados Unidos-- fue fundamental para el éxito en la negociación del tratado. Sin embargo, conociendo la forma en que habitualmente se efectúa el cabildeo en Washington, podría sugerirse que el autor probablemente exagere un tanto al afirmar que: ``El profesionalismo de nuestro equipo de lobistas fue indudable y más limpio que la reputación de la esposa del César''.
Von Bertrab destaca la energía desplegada por los funcionarios y políticos mexicanos que intervinieron en las negociaciones, entre ellos Jaime Serra Puche, entonces secretario de Comercio y Fomento Industrial; Herminio Blanco, entonces jefe negociador del TLC; Santiago Oñate, responsable de los acuerdos ecológicos; Norma Samaniego, quien encabezaba el grupo laboral; Luis Téllez, encargado del tema de agricultura del TLC, y Carlos Ruiz Sacristán, quien participó en el grupo negociador sobre asuntos financieros. Hace notar que un buen número de éstos entraron a conformar el equipo inicial de la administración de Ernesto Zedillo, aunque posteriormente algunos sufrieron cambios algo abruptos en sus carreras a raíz del error de diciembre y/o de pugnas políticas al interior del régimen.
Este grupo de negociadores --y muchos otros más-- llevaron a cabo el acuerdo comercial más complejo de la historia moderna de México en un tiempo apretado y lleno de sobresaltos, que es descrito con el dramatismo de una novela. Fueron, sin duda, momentos emocionantes para los participantes, y por ello se recuerda ahora la negociación del TLC con una profunda nostalgia que reclama que no se cambie nada de lo que se hizo. Al fin y al cabo, la labor fue ardua, la oposición implacable --sobre todo de ecologistas y sindicalistas-- y la votación final se pareció al último tramo de una emocionante carrera de caballos.
Sin embargo, quedan dudas. Quedan dudas sobre todo acerca de la forma en que tanto el gobierno de México y Estados Unidos visualizaron el tratado. ¿Era un simple acuerdo, o era el principio de un proceso de integración entre las economías de los tres países de Norteamérica? La multiplicidad de lazos comerciales, financieros, migratorios, culturales y, cada vez más, políticos, sugieren que estamos ante un fenómeno que va más allá de un simple tratado comercial. ¿No valdría la pena discutir más a fondo cómo se piensan establecer marcos normativos complejos pero flexibles, coyunturales pero también duraderos que puedan conducir a una relación más armoniosa, y sobre todo más beneficiosa para México? Los europeos han dedicado más de 40 años a negociar y renegociar su proceso de integración, logrando avances cuantitativos y cualitativos cada vez más importantes en el proceso de conformación de la Unión Europea. ¿No habría alguna lección que aprender de ellos? En todo caso, por el momento, de este lado del Atlántico da la impresión de que los funcionarios al norte y al sur del río Bravo prefieren taparse los oídos y los ojos ante los retos inevitables del futuro.
(1) Hermann von Bertrab, El redescubrimiento de América: historia del TLC, México, Fondo de Cultura Económica, 1996.