La Jornada miércoles 12 de febrero de 1997

José Agustín
Mis viajes por el ámbito de la contracultura*

La de la contracultura siempre ha sido una de mis casas favoritas. La frecuento, sin saber cómo se llamaba, prácticamente desde que era niño y siempre he deambulado en sus ámbitos desmadrosones con gran gusto. Cuando estaba en segundo de secundaria mis represores maestros lasallistas me informaron que yo ya era un pasajero de la contracultura. ``Tú eres un vulgar rebelde sin causa'', me dijeron. Ah chingá, ¿les cae?, pensé, y descubrí que me hacían rebeco el rocanrol, los pantalones vaqueros, el cuello de la camisa alzado y el intento de copete. Por supuesto, adquirí el rango de rebelde sin causa por mis connotados y escandalosos relajos pero también, en mi caso, por mi gusto insano de leer y escribir sin pedir asesorías a los broders lasallistas. Ya no recuerdo cómo me agencié una chamarrota negra; no era de piel chin, pero era negra, y en la espalda rápidamente dibujé una tremenda calaca gratefuldeadiana que, según yo, se veía rayadísima. A mi padre casi le dio un ataque el verme con la huesuda en la espalda, pero él realmente no tenía espíritu represor y cuando se repuso tan sólo comentó: ``Bueno, total, que se vista como quiera, al fin que él es el ridículo''. Por supuesto, ser rebeldesincausa también implicaba rocanrolear aguerridamente al compás de Jerry Lee Lewis, Elvis Pelvis, Ricardito y/o Chuck Berry. También había que ser bastante maldito y pertenecer a una pandilla, así es que mis cuadernos y yo rápidamente nos constituimos en Los Borondongos, y elevamos a un camellón de Río Churubusco al rango de Pasto Rebelde, pues era el sitio donde nos juntábamos varios gandallones a tirar la hueva y a echar relajo con las nenas del Westminster, que quedaba a la vuelta.

Sí, mis buenas, yo fui un canijo rebeco sin causa, y la gocé pero también padecí por ello, especialmente en la escuela, donde, como era de esperarse, al terminar segundo de sec me corrieron por subversivo y ``proselitista''; es decir, yo era el ojete que echaba a perder a los demás. Que chinguen a su madre, resolví con mi incipiente pero efectiva intuición. Sin embargo, en realidad ya no era tan rebeldoso. Para esas alturas yo había ascendido a la categoría de beatnik-existencialista. En 1959 ya había leído a Jack Kerouac y a mi también tío Allen Ginsberg. Y poco después, a Billy the Burroughs y poemas de Ferlinghetti, Snyder, Corso et al. También me había reventado, desde mediados de los cincuenta, varios libros de Jean-Paul Sartre, de Albert Camus y de Par Lagerkvist. Igualmente me soplé El existencialismo, de Norberto Bobbio, que me sirvió de iniciación para meter el pie en las aguas de Kierkegaard, Nietzsche, Schopenhauer, Jasper, Heidegger y otros pesos pesados. Rápidamente dejé los vaqueros y el copete a favor de la ropa de pana, suéter de cuello de tortuga, todo negro por supuesto, y el pelo lacio caído sobre la frente. Según yo, me traía un look poco menos que sensacional. En el Café San José, la Rana Sabia, el Acuario y otros antros muchas veces declamé ``El aullido'', y diserté sobre beats y existencialistas ante todo el que se dejaba y por supuesto en la escuela también, en las clases de ``ética'' de tercero de secundaria, así es que me gané el apodo de El Existencialista. Eso sí, el jazz me pasaba horrores, pero en el fondo seguía siendo rocanrolero.

La jipiería me agarró más huevoncito. En 1966 mi hermana y su marido, infectados por varios gringos, se volvieron sicodélicos; como buena jipiosa, mi hermana quería que todo mundo se prendiera y a la menor provocación sacaba la mota, los hongos o los aceites. Naturalmente perfilaron las baterías hacia mí y durante un rato me resistí, yo era pedote nada más, hasta que de pronto me vi envuelto en Terribles Broncas Emocionales y juzgué adecuado entrarle a los alucinógenos como vía terapéutica y para exorcizar mis demonios, que por esas fechas andaban de lo más alborotados. Leí madrales de textos médicos sobre alucinógenos y los clásicos de Wasson, Huxley, Jung y Leary. Por tanto, en un principio mi inmersión en la sicodelia tendió a la soledad y sólo después empecé a viajar con cuates y a rolarla por la ciudad. Además, de plano se me hacía que mis compas jipitecas se meaban fuera de la bacinica al creer que los alucinógenos eran La Panacea, la carretera infallable para que la humanidad se alivianara y surgiera el hombrenuevo. Esto lo discutí cientos de veces con ellos, pero nunca logré convencerlos. De hecho, me veían como un escritor que no acababa de agarrar la onda. Además, nunca me puse El Uniforme: ni me dejé la greña, ni usé huaraches, colgandijos. No se me antojaba vivir en comuna. Tampoco me emocionaba el vegetarianismo & naturismo. Pero sí me acostumbré a hacer yoga y a meditar. No fui al eclipse ni a Avándaro, pero sí era muy rocanrolero. Y macizo: me metí kilos de mota y cientos de ácidos, hongos, peyote, ololiuqui, mescalina, silocibina, DMT, STP, MDA, y a veces cocoa y anfetas. Y chupe en grandes cantidades. Yo me sentía, y me hallaba, con un pie puesto en la cultura y otro en la contracultura, tal como poco después, sagazmente, diagnosticó John Brushwood cuando dijo que en mis libros había una poderosísima tensión, y un equilibrio extraño, entre ``rebeldía y tradición'', es decir, entre ``cultura y contracultura''. De la sicodelia tomé lo que me dio la gana. Realmente nunca fui jipiteca, porque no creí en el mito, por eso ni me desilusionó ni me entristeció el fin de la sicodelia; y por esa razón, entre otras, me resistí a aceptar la categoría ``literatura de la onda''.

Ante el surgimiento de los punks, los cholos, las bandas, los darks y demás me ocurrió algo semejante, subrayado por el paso de un buen de tiempo que sin remedio me iba sacando de los territorios de la juventud. Por supuesto, toda esa contracultura me interesa vivamente, la observo con pasión, la estudio hasta donde puedo, pero por supuesto he pintado mi raya ante cualquier movimiento gregario. Por circunstancias muy peculiares me tocó escribir La contracultura en México, un libro que trata, por primera vez, de asentar los temas, las señas de identidad, las motivaciones, las consecuencias y los protagonistas de los movimientos y manifestaciones contraculturales. Siempre esperé que alguien le entrara al tema, pero como nadie lo hacía me aventé yo, consciente de que muchas áreas, especialmente las más recientes, requerían de alguien mucho más conectado con los diversos niveles del rebote de los últimos tiempos. Como especifiqué en el prólogo del libro, ni remotamente considero tener la última palabra. Por supuesto, yo no me siento ni el Rey del Underground, ni el Padre de la Contracultura ni el Mero Cabezón de la Onda de Nada Por El Estilo. Esas son puras mamadas.

En realidad, La contracultura en México es una invitación a reflexionar en el tema de la contracultura. Ni ignoro que existen otros puntos de vista al respecto, y discutirlos serviría para afinar los conceptos, definir los linderos y considerar los temas centrales. También se podría considerar, quiénes sí y quiénes no han participado en la contracultura, y en qué nivel, lo cual sería definirla, y por supuesto habría que seguir reflexionando sobre la incidencia que estos fenómenos han tenido en los procesos sociales y en la conformación de la naturaleza de la sociedad civil mexicana. Eso sí, estoy convencido de que, queriéndolo o no, la contracultura en México ha dejado efectos visibles; que tiene significativos rasgos nacionales y una definitiva connotación política.

(La contracultura en México, libro de José Agustín, se presenta este miércoles a las 19:30 horas en el Multiforo Alicia --avenida Cuauhtémoc 91-A--, entre Colima y Durango. Participarán: Sergio Mondragón, Carlos Martínez Rentería y el autor.)

* Texto inédito del autor que aparecerá en el próximo número de la revista Generación, dedicado a la contracultura, y en el que se incluyen textos y entrevistas con Guillermo Fadanelli, Víctor del Real, Manuel Aceves, Leonardo Da Jandra, Rogelio Villarreal y Carlos Monsiváis. El jueves 13, a las 19:30 horas, será presentado este material en Ciberpuerto (Alfonso Reyes 238, colonia Condesa), con los comentarios de Mauricio José Schwarz, Antulio Sánchez, Oscar Hernández y Cecilia Pego.