Adolfo Sánchez Rebolledo
Figuras y figurones

No es exagerado decir que estamos en uno de esos momentos definitorios de nuestra vida política. Los tres grandes partidos nacionales se aprestan a la contienda electoral eligiendo de cara al público a sus respectivos candidatos, al menos en lo que hace a la capital de la República. La gran novedad es, por supuesto, la decisión priísta de acceder a un método que la tradición y la eficacia de antaño evitaba, y que hoy resulta poco menos que obligatorio de cara a un electorado que ya no se cuece al primer hervor.

En cada uno de los partidos se han registrado como aspirantes al gobierno del Distrito Federal varias de sus principales figuras o figurones, enfatizando así la importancia cualitativa de estas primeras elecciones locales que, para todo fin práctico, se presentan como una especie de laboratorio general donde se probará si la normalidad democrática, uno de los grandes objetivos de la transición política, es capaz de sostener el nuevo edificio de la competencia con gobernabilidad.

La elección del gobernante de la ciudad de México es, pues, un hito histórico que transformará mucho y muy rápidamente toda la vida política nacional. Y no me refiero solamente al peso específico que eventualmente tendría una victoria de la oposición con vistas a los comicios del año 2000, sino al modo como inevitablemente este avance puede y debe incidir sobre el Estado en su conjunto. El acceso de los capitalinos a una verdadera ciudadanía obligará a discutir mejor y más a fondo algunas nociones sobre el pacto federal, pero también los temas de la descentralización, el poder local y otros mecanismos de participación y gestión de las comunidades urbanas en todos los asuntos que les conciernen, habida cuenta que los derechos ciudadanos de los capitalinos aún no se ejercen a plenitud.

Por vía de mientras, los partidos, sobre todo los de la oposición, echaron toda la carne al asador. Carlos Castillo Peraza volvió a la política electoral activa, no podía esperarse menos, luego de un sorpresivo retiro de la presidencia del PAN, con ánimo de llevarse el premio mayor. En el PRD ni se diga: por circunstancias que sólo los perredistas pueden explicar, compiten por la candidatura las dos principales figuras de ese partido. En el PRI, a lo que se ve, hubo que echar mano de un ex candidato presidencial para fortalecer la oferta electoral, visiblemente recortada por los candados que el propio partido se impuso en su última Asamblea Nacional. Dicho sea de paso, en cualquier otra democracia el jefe político de la mayoría en el DF debería ser, por lo menos, el aspirante más fuerte al cargo, cosa que aquí no ocurre. En cualquier caso, es evidente que todos los contendientes han querido enfatizar la importancia que le conceden a esta elección, haciéndose representar por sus mejores hombres.

Claro que este método, por llamarlo de alguna manera, personaliza al extremo las campañas y da ciertas ventajas a los candidatos más conocidos, en detrimento de las propuestas y los planteamientos que cada uno de ellos presente al electorado. Pero eso es hasta cierto punto inevitable. De algún modo, ya se ha dicho, la campaña en el DF es una especie de ensayo general del cual cada quien espera extraer consecuencias positivas. Es obvio, por ejemplo, que un buen resultado para el PAN haría de Carlos Castillo Peraza el candidato idóneo para la sucesión presidencial. El PRI, en cambio, tiene ante sí la tarea más compleja, pues no sólo debe tratar de ganar el gobierno de la ciudad, sino, además, evitar que la oposición consolide una posición mayoritaria en el próximo congreso, objetivo éste último al que también están dedicados los esfuerzos del PRD, al que encabezan, con riesgo de desgaste, sus dos máximas figuras históricas, a cuya sombra --por lo que llevamos recorrido-- difícilmente pueden crecer otros aspirantes.

Cabe, en fin, esperar que las campañas electorales se encaucen al debate de los muchos problemas que aquejan a esta ciudad. En buena hora los ciudadanos comunes y corrientes conoceremos de viva voz, en directo, cuáles son las propuestas de cada uno de ellos, en la inteligencia de que una buena imagen, en este caso, no vale más que las palabras y los hechos. Temas como el desempleo urbano, la inseguridad, el transporte, la vivienda, la cultura o la contaminación no pueden ventilarse como si se tratara de otros tantos productos publicitarios. Las necesidades de los habitantes de esta metrópoli exigen que los partidos y sus aspirantes a gobernarla se decidan a no escamotear el debate público, el análisis, la reflexión que tanta falta hace.

En los días que vienen sabremos de qué cuero salen más correas, quiénes son figuras y quiénes figurones. Sólo entonces sabremos si los candidatos y sus partidos serán capaces de estar a la altura de los desafíos o si, como lamentablemente viene ocurriendo, la política seguirá siendo sólo una deficiente extensión de la nota roja.