Horacio Labastida
Crash o el homo animalis

En la 1 Corintios, cap.2, vers., 14 y 15 Pablo subrayó un gran tema de la filosofía cristiana y no cristiana, al hablar de la más profunda contradicción del individuo y la sociedad: la contradicción entre homo animalis y homo spiritualis, porque esta antinomia hace temblar la historia desde los remotos tiempos. En el saber sínico yin y yang son componentes opuestos y complementarios de todo lo existente; Hegel monta su lógica sobre la dinámica de la afirmación y la negación; Marx y Engels pusieron de pie lo que estaba de cabeza en el idealismo; Lenin y Mao acentuaron la significación progresista del antagonismo en lo social y político; y en las ciencias el cambio antitético es considerado en la tonante teoría del big-bang. La antropología filosófica no es una excepción. El homo spiritualis, según aquel santo cristiano, es un salto en Dios que redime al hombre de su animalidad y le permite contemplar, en el mundo, el bien común, o sea, de acuerdo con Tomás de Aquino, la realización en la Ciudad del Hombre del orden de la Ciudad de Dios.

Pero prescindiendo de teologías y metafísicas, el homo animalis y el homo spiritualis siguen presentes dentro del secular marco que retrata el devenir de los pueblos, cuyas compresiones muestran en todo caso el choque que arroja al hombre hacia su brutalidad, o bien a la lucha por sus más altos ideales. Crash, la película de David Cronenberg basada en la novela de un J.G. Ballard acosado por tempestades de modernidad tecnológica, es narración de la creciente deshumanización que seduce amplias capas de la sociedad con la satisfacción de los deseos inmediatos al margen de cualquier llamado de dignidad.

One Dimentional Man, de Marcuse, fue hace poco mas de 30 años tema medular en la apreciación de los factores degradantes del hombre, pues a partir de su publicación quedó bien claro que por igual sus pasiones materiales y el amor espiritual son usados por las parcialidades clasistas que operan el poder público. La expansión intercontinental de los mercados necesitan en gran escala trabajadores y consumidores ajenos a la libertad seleccionadora del empleo y de los satisfactores de sus necesidades; y para tal efecto son adaptados a los quehaceres y mercancías creados en función de una planeación trasnacionalista que garantice antes que nada ganancias y acumulaciones de capital indispensables a la reproducción y ampliación de los grupos industriales y financieros hegemónicos; adaptación que implica una remodelación del hombre mismo por el manejo tanto de su vida emocional como de la espiritual. Esto es lo que explica la aparición de masas gigantescas sin facultades críticas --éstas las llevarían a la rebelión--, masas que aceptan la sujeción al estado de cosas prevaleciente al comportarse de tal modo que su conducta lo afirme y no lo rechace y niegue. Precisamente la casi extinción del pensamiento negativo en el hombre contemporáneo gesta, para las élites, el tipo humano extraño al peligroso y condenable homo spiritualis y arrojado, por tal remisión, a los inagotables pantanos de los deseos y placeres que lo llevarán a su aniquilamiento, según lo hizo notar Arturo Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación, en la inteligencia que hoy pueden optimizarse estos placeres con las tecnologías a la mano: automóvil, avión, comunicaciones inalámbricas, computadoras y los excitantes químicos y psicológicos como cimientos de una creciente y aplastante civilización bárbara. La killing rate es ahora dato central para los estrategas encargados del genocidio de los demás, con ayuda de enormes cantidades de armas que van desde los fusiles automáticos, los aviones invisibles, los submarinos indetectables hasta las bombas de penetración o las cargadas con criminales elementos radioactivos y patógenos. Todo lo que se oponga a sus programas tendrá que ser demolido sin importar libertades individuales, soberanías de los Estados y culturas nacionales, pues las resistencias, las oposiciones o las disensiones son vistas como elementos altamente peligrosos para la estabilidad política y social que genera ganancias y privilegios de las élites, aunque debe reconocerse que la demolición de los otros no impide que se les otorgue la oportunidad de una reeducación mutilante del juicio moral: el bien es bien para todos por haberlo decidido así los que mandan.

En ese incleíble escenario triunfa el homo animalis sobre el homo spiritualis reseñado en la negra y dolorosa Crash, cinta que no puede dejarse de asociar a Naranja mecánica. Ignoro si el escritor Ballard trató de profetizar el futuro, pero sin duda acertó en muchos de los aspectos del mundo de hoy.