Jean Meyer
China: el archipiélago olvidado

El disidente chino Harry Wu, quien pasó 19 años en los campos de ``reforma por el trabajo'' (en chino: Lao-gai) publicó en 1992 Laogai, el Gulag chino. El mismo año, J.L. Domenach, especialista francés, publicó China, el archipiélago olvidado. Hoy en día 7 millones de chinos están internados en los mil 100 campos de trabajo, en los que, junto a las grandes fábricas y plantaciones, existen secciones especiales donde trabajan presos en sistema de esclavitud. Esa mano de obra servil contribuye a abaratar los productos chinos como lápices, bolígrafos, zapatos, alpargatas, etcétera, con los cuales ni México puede competir.

Ciertamente el archipiélago chino no alcanzó nunca las dimensiones del Gulag soviético y sus campos (10 mil a 30 mil presos como máximo) no tienen la enormidad de los Lager de Stalin. Pero como en la URSS tuvo --y tiene además de su función represiva-- un papel económico importante: pone a la disposición del Estado y de las empresas una gran masa de trabajadores baratos y siempre disponibles. Los siervos del Lao-gai han abierto al cultivo las tierras nuevas del oeste y del noroeste, han realizado grandes obras de riesgo, construido ferrocarriles estratégicos, empresas industriales y han trabajado en las minas. Así han contribuido de manera significante al despegue económico de China, especialmente para las labores peligrosas y duras. En los años 50 la mortalidad en el Gulag era enorme: 50/1000. Ahora sigue alta: 20/1000.

Luego, ese papel económico ha perdido su importancia y es probable que, como en los últimos años de los URSS, el Gulag trabaje con números rojos. La función represiva es ahora su justificación principal a la hora del crecimiento acelerado de la delincuencia del derecho común. Hoy los ``inadaptados al socialismo'', que constituían la mayoría de los presos, han sido rebasados por los ``inadaptados a la modernización'', jóvenes esencialmente, oriundos de la ciudad y de las clases desfavorecidas. La presente explosión de criminalidaad es paralela al dinamismo del capitalismo salvaje que acompaña la profunda crisis social de China. Sin embargo, los servicios de seguridad consideran ``criminales del fuero común'' y ``delincuentes vulgares'' a muchas categorías que relevan de un criterio político: disidentes, religiosos, nacionalistas, minorías étnicas. Los tibetanos, mongoles, mandshu, uzbek, kirgiz, uigur reprimidos no aparecen en las estadísticas oficiales, sino como ``bandidos''. Mongolia, Xin-Jiang y Tíbet son para el Gulang chino lo que Kazajstan y Kolymá fueron para el Gulag soviético: tierras de exilio y de trabajo forzado para los chinos que sirven además para colonizar los territorios de las naciones rebeldes. Al final de su pena, los ``presos libres'' tienen que quedarse en el lugar.

En el este, en la mera China, las grandes ciudades que proporcionan la mayoría de los presos quieren conservar a ``sus'' detenidos. Así tienen pocos campos de trabajo pero grandes fábricas-cárceles. Como el reclutamiento es insuficiente, los servicios de la seguridad de Pekín, Shanghai y Cantón reclutan presos en los campos de las provincias vecinas, especialmente del noroeste y de Manchuria. Hay entre 20 y 40 campos por provincia (más de 100 en la de Cantón) y las principales ciudades tienen tres o cuatro fábricas-cárceles.

La China actual enfrenta el doble problema de ``modernizar'' (rentabilizar) su archipiélago y de controlar el crecimiento explosivo de la delincuencia, lo que los órganos represivos no logran hacer mezclando violencia e ineficacia. Un mejor conocimiento de esa realidad puede amplificar las protestas internacionales. Pero como dijo hace unas semanas el disidente Harry Wu: ``hoy en el asunto chino importa más una ley contra las copias ilegales de discos de música y programas de computadora, que la defensa de los derechos humanos''.