Ocosingo, Chiapas. El impasse que existe en el estado de Chiapas a raíz de la suspensión del diálogo, está frenando un nivel de la transformación del Estado mexicano, en cuyo seno aún existen mentalidades que se niegan a la creatividad política; mentalidades incapaces de construir sistemas acordes con la complejidad étnica y la evolución histórica de la nación. Bajo el pretexto de garantizar la igualdad liberal, se aferran a la ortodoxia de modelos importados, que si antes no respondieron a la diversidad de México, son ahora un obstáculo para el desarrollo de pueblos con identidad y proyectos diferenciados.
El gobierno mexicano refuerza por otra parte la militarización de la zona y el Ejército hace evidente su presencia en las comunidades. Cuando en los ejidos de las cañadas de Ocosingo se celebran asambleas, los comboyes del Ejército se dejan ver dirigiendo miradas intimidatorias. Estas actitudes se repiten en toda la zona de conflicto y ponen en riesgo la ya de por sí frágil tregua. A decir de los propios mandos militares, las movilizaciones e incursiones se justifican por un programa de coadyuvancia en la prevención del narcotráfico. Para los indígenas de la zona es evidente que se trata de una estrategia de intimidación y desgaste.
Los conflictos entre las comunidades se incrementan y el ambiente de tensión crece. Tanto la actuación de los elementos de seguridad pública como el aumento en el cobro de impuestos y derechos por los servicios que presta el Estado, denotan una actitud de prepotencia, que enfatiza el control del gobierno sobre los campesinos indígenas que cuestionan su legitimidad.
Una estrategia más sutil se desarrolla a través de la asignación de recursos públicos. Los programas que se encargan de canalizar fondos a la región, son en apariencia medidas para atender la injusticia y el rezago social. Sin embargo estos apoyos son al mismo tiempo manzanas de la discordia, que debilitan a las organizaciones y crean división y pugnas que antes no existían. Son liberados de acuerdo a las afinidades políticas de cada organización y se prefiere a las comunidades que tienen conflictos internos, para incrementar su división. No existe por otra parte una verdadera preocupación por la coherencia y viabilidad de los proyectos que las organizaciones presentan, ni políticas serias de evaluación y comprobación de gastos; situación que favorece la corrupción, ineficacia en la operación de proyectos, gusto por el dinero fácil y otros vicios que crean un campo fértil para la cooptación de los movimientos sociales independientes.
Por su parte la dirigencia política del EZLN también desarrolla estrategias que fortalecen sus posiciones, pues, como todos hemos constatado, con sus asesores ha demostrado capacidad para llevar adelante sus justos planteamientos.
No obstante, quiero hacer especial referencia al proceso que los indígenas chiapanecos construyen en su acontecer cotidiano. Para quienes visitamos estas tierras con cierta frecuencia, es muy alentador descubrir cómo sus pueblos van creciendo día con día en conciencia y organización. Una conciencia que no admite, por ejemplo, el pago injusto de impuestos o derechos por servicios que se generan con recursos de sus propios territorios. Y una organización que hace frente pacíficamente a los órganos coercitivos del Estado, pues éstos han perdido la legitimidad de una hegemonía ejercida por años con carácter casi absoluto. Los indígenas de Chiapas van logrando inculturar los principios de democracia, justicia y participación en sus ancestrales sistemas de organización comunitaria. En verdad, el impasse en el diálogo de San Andrés tiene estancado un nivel de la reforma del Estado mexicano; sin embargo, en el nivel más bajo, el que se construye día con día en las relaciones cotidianas, este proceso es irreversible.