El mito de la modernización neoliberal se está empezando a caer en las naciones del Sur. Los pueblos están aprendiendo que sin la democracia económica la democracia política está trunca, que la alternancia de partidos es importante pero también insuficiente si éstos no representan una opción socioeconómica sólida y moderna.
América Latina es un buen ejemplo: Brasil, Argentina, Colombia, Perú, Venezuela, Bolivia, Ecuador, México, son naciones en ebullición donde, cada cual a su modo, los pueblos están diciendo ¡hasta aquí! a la demagogia, a la corrupción, a la decadencia, al empobrecimiento, a la criminalidad y a la impunidad.
En nuestro acontecer, Carlos Salinas pierde nuevamente la oportunidad de quedarse callado y en una extensa y pulida entrevista con el periódico Reforma se pinta de cuerpo entero, sin sombra de autocrítica y respeto, como el sobresaliente manipulador que siempre fue.
Leer su alegato exculpatorio es algo que ofende, y opinar sobre sus opiniones algo que desagrada, pero hay que hacerlo para que el velo de amnesia e inocencia que busca tender no obnubile el juicio sobre sus actos de gobierno, la enorme corrupción que engendró, la entrega del país y la devastación social de su política económica.
Los resultados económicos, sociales y políticos de su gestión --que son los que cuentan-- son patéticos. La tasa de crecimiento promedio de su sexenio fue de apenas 3.1 por ciento anual, y per cápita de únicamente 1.0 por ciento, pero además, el ingreso de ese exiguo crecimiento fue destruido socialmente con absoluta inequidad, con un patrón regresivo de la más aguda polarización de la riqueza y la pobreza en el México contemporáneo. Por supuesto que los grupos afectados no lo quieren: dichos grupos somos unos 92.5 millones de mexicanos; para nada extraña que él valore las lealtades, no en balde cuadruplicó la cifra de megamillonarios en su sexenio y él mismo cuenta ahora con una fortuna personal incalculable... por lo brumosa.
Pero de deshonestidades cupulares sabe mucho el país y no se asusta. Más imperdonable fue su demagogia tecnocrática, su falsedad ilustrada; sus ``logros'' de solidaridad que fueron directa o indirectamente financiados en forma efímera con la venta del patrimonio nacional; su irresponsable y casi sádica apertura externa que profundizó aun más la del sexenio previo, destruyendo a un sinnúmero de empresas no sólo porque ``no se les pudo alertar'', como dice Salinas, sino porque se les encajonó en un antorno adverso de contracción económica interna, crédito escaso, tasas de interés cuatro veces superiores a las internacionales, una maraña burocrática, y un peso sobrevaluado deliberadamente hasta cerca del 30 por ciento que subsidiaba a las importaciones. El negocidio perfecto.
Imperdonable también fue su inaudita acumulación de desequilibrios externos deficitarios en la cuenta corriente, que ascendieron a casi 100 mil millones de dólares en su sexenio (30 mil tan sólo en 1994), así como la forma de financiar ese déficit entregando virtualmente el país al capital extranjero a través de las concesiones otorgadas, el remate de empresas, las privatizaciones, las ``alianzas estratégicas'', dolarizando la deuda interna, subordinando la estabilidad de la economía al capital especulativo, y permitiendo que el país perdiera 4/5 partes de sus reservas, más de 22 mil millones de dólares, entre abril y diciembre de su último año de gobierno, antes que devaluar y controlar los flujos de capital, como era su obligación.
La firma del TLC con Estados Unidos fue no sólo un mal acuerdo en materia comercial por su desbalance, profundidad y apresuramiento ante una planta productiva impreparada y en alto grado inerme, sino sobre todo porque colocó al país en una posición de subordinación extrema ante el capital extranjero de todo tipo y ante compromisos de desmantelamiento del Estado, desnacionalización, desempleo y sacrificio social sin paralelo reciente. Todas las condiciones previas de la crisis de diciembre de 1994 son responsabilidad absoluta de su gobierno; el actual puso su parte durante el colapso y posteriormente, pero esa es otra fase de la historia.
Hoy Salinas anuncia su regreso a México, aunque también anticipa que seguirá viajando para dar conferencias ``sobre el gran problema de la globalización; la atención a los rezagos sociales'', y hace bien, pues en esos rezagos es un experto.
Dice Salinas: ``amo profundamente a mi patria; siempre la llevo en el corazón'', ``en solidaridad está el futuro de la democracia y de la justicia, sobre todo de la soberanía'', ``la reforma del Estado exigió la privatización, no por razones ideológicas, sino para abrir nuevos espacios al gasto social y a la movilización de la sociedad civil'' y, sobre su situación personal: ``esto también pasará''. No cabe duda de que el café irlandés en exceso puede llevar al delirio. En México estamos plenamente conscientes de su patriotismo, su preocupación por los pobres, su afán de justicia, su defensa de la soberanía, su respeto a la inteligencia social y su sentido del humor.