La música en la obra de Luis Buñuel es casi siempre un elemento de notable dureza; se trata de una franja sólida que va, y viene, de los Tambores de Calanda (su pueblo natal) a Wagner (su compositor predilecto). Dos razones sustentan esta franja: el cineasta padecía sordera progresiva y además, dicen quienes lo conocieron, era un hombre tan sólido como la música que oía. La razón cinematográfica, desde luego más convincente, puede ser ésta: obras tan completas como sus películas, difícilmente pueden contener otro tipo de obras, aunque sean musicales. Un soundtrack abundante para una película de Buñuel hubiera sido una tautología, algo así como meterle música a la Oda marítima de Fernando Pessoa, que tiene tanta música.
Esta franja dura se rompe de manera sorprendente en Viridiana (1961) y en Simón del Desierto (1965). En las dos películas la irrupción sucede al final, con dos piezas de rock. Repasemos primero el menú musical de Viridiana, para después pasar al vagabundo que silbaba esa canción que nunca apareció en la cinta: Fragmentos de El mesías de Handel, del Requiem de Mozart y una canción de rocanrol completa. Cerca del final, en esa comida enorme que, aprovechando la ausencia de Viridiana y de Jorge, organizan los mendigos, se arma un baile delirante que marca la hora de los postres. Uno de los bailadores lleva, con más énfasis que los otros, la encomienda de empezar a romper la franja dura de la música religiosa que suena en el tocadiscos. Al final, Viridiana se convierte en mujer, baja por primera vez al mundo, que es la habitación de su primo Jorge, y se integra al contubernio de barajas, que venía sosteniendo el primo, desde antes, con Ramona. Una pieza de rocanrol, que iba a ser originalmente Suzie Q, musicaliza este final endemoniado.
Ahora repasemos, antes de pasar con Suzie Q, el menú musical de los 42 minutos que dura Simón del Desierto: Himno de los peregrinos, de Raúl Lavista, fragmentos de los Tambores de Calanda (se ocupan fragmentos porque la obra dura medio viernes y medio sábado santos); y una pieza de rocanrol instrumental. Simón el milagroso, que ha decidido fabricarse un espíritu cristalino a fuerza de vivir arriba de una columna en el desierto, es tentado por el diablo (Silvia Pinal, que ha pasado de monja a demonio conservando las mismas medias, los mismos ligueros y --gracias a Dios-- los mismos muslos) y trasladado en avión hasta un antro en Nueva York, en donde queda establecido el final de la película. Silvia, poseída por su papel de diablo, se integra a una multitud de jóvenes que bailan, poseídos por el papel de Silvia, la pieza de rock instrumental. La secuencia es sorprendente, pocas veces el rock, con todo y que es materia predilecta del cine, ha sido presentado con tanto vigor. Silvia Pinal bailando entre la multitud es un demonio contagioso. Vale decir que el maestro Buñuel rodó esta cinta a los 65 años; su perspectiva del mundo, siempre adelantada, le sugirió que estos dos filmes había que terminarlos con un guiño que permitiera, a sus espectadores del futuro, descifrar la época en que fueron rodadas.
Ahora pasemos al asunto de Suzie Q. Buñuel vistió con harapos auténticos, que obtuvo en un intercambio con mendigos (auténticos), a once de los vagabundos que recoge Viridiana; quería que sus actores sintieran la miseria que representaban. El número doce, conocido como El Leproso, no necesitó vestuario porque era un mendigo auténtico que por las noches dormía en el patio del set. El Leproso no se dejaba dirigir, tenía escasa idea del cine y de la convivencia en general, así que Buñuel optó por dejar que hiciera lo que hacía siempre: actuar como mendigo. Entre toma y toma, El Leproso silbaba una canción que intrigó a Don Luis; alguien le dijo que era el hit Suzie Q. Buñuel quería musicalizar la parte final de su película con la canción del mendigo, pero no recordó el nombre y tuvo que poner otra.
El Leproso malgastó el dinero que había ganado en su fugaz carrera de actor, en un viaje sin rumbo. Meses más tarde, cuando Viridiana se exhibía en varios países, el actor, que dormitaba en una banca de parque en Burgos, fue despertado por dos franceses que lo reconocieron. Le dijeron que su trabajo en la película era extraordinario y le pidieron su autógrafo. El actor, sorprendido, se levantó de la banca, buscó el norte y lanzó al viento esta frase: ``me voy a Francia, allá sí reconocen mi talento.'