La Jornada sábado 15 de febrero de 1997

Luis González Souza
¿No hay alternativa?

¿En verdad los mexicanos somos tan ineptos que no podemos generar una alternativa frente al desastre actual de México? ¿En verdad somos tan desgraciados que no merecemos algo mejor? O, ¿es que los conductores del país y sus políticas son deveras irremplazables? Para muchos las respuestas son obvias. Y, sin embargo, todavía somos víctimas fáciles de los más burdos argumentos contra el cambio, esgrimidos por quienes prefieren que todo siga igual (y, por ende, peor).

No hay alternativa es el argumento pivote de la estrategia anticambio, ya plenamente reactivada ante las elecciones en puerta. Detrás de la paralizante sentencia hay diversos mensajes cuando aquélla es dictada desde el poder: ``confórmense con lo que hay'', ``más vale malo conocido, que bueno por conocer''... ``Nosotros, o el caos''. Y cuando la sentencia es asumida pasivamente por la sociedad, el mensaje se resume en que ``no somos nada''.

Enhorabuena; sin embargo, ya mucha gente se rehúsa a permanecer en el conformismo y en la autodenigración. Más aún, ya forja sus alternativas. Pero entonces el argumento pivote despliega sus dos anzuelos. Uno, digamos el preciosista, dirá que esas alternativas son incompletas: ``le falta aquí, le sobra allá''. Y el otro, digamos el anzuelo fatalista, dirá que las alternativas, aun si suenan lógicas y completas, ``son inviables'' o ``pura utopía''.

No hay que ir lejos para constatarlo. Hace unos días, el PRD puso a la discusión pública una alternativa --por cierto, bastante lógica y completa-- sobre asuntos de indudable trascendencia: Programa para el desarrollo económico con justicia social, 1998-2000. Independientemente de detalles y asegunes, ese programa ofrece soluciones ante problemas tan acuciantes como el desempleo y la merma de los salarios, al tiempo que se orienta a atenuar ese problema básico, que es la desigualdad.

De entrada, pues, la alternativa del PRD tiene la virtud de centrarse en asuntos de un consenso tan amplio que incluye a los magnates del empresariado mexicano. Dirigentes del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, del Consejo Coordinador Empresarial, de la Coparmex y de la Canacintra han expresado la urgencia de afrontar precisamente tales problemas (desempleo, caída salarial), en lugar de seguir distraídos con chismes tipo La Paca (La Jornada, 14/02/97). Por su parte, Lorenzo Servitje, prohombre del empresariado humanista, advierte que el descontento, la violencia y ``aun la insurrección'' crecerán si no se atienden las desigualdades (económicas, sociales, políticas) de México (idem, p.47).

Más tardó en secarse la tinta de dicho programa, que los operadores del terrorismo anticambio en aparecer. Al mismísimo día siguiente en que se divulgó el programa del PRD, tal vez por una sobrehumana capacidad de análisis, la dirigencia del PRI tuvo a bien calificarlo de ``inviable'' y ``utópico'' (La Jornada, 12/02/97). Es necesario, entonces, encarar el discurso del anticambio en sus raíces mismas. ¿Qué entendemos por alternativa? ¿Qué tan completa tiene que ser? Y ¿quién es el juez con la autoridad para determinar de antemano lo que es viable y lo que es inviable?

Sólo la realidad puede, a final de cuentas, decirnos si una cosa es o no viable. Admitir otro juez equivale a sucumbir ante el darwinismo ideológico: sólo las cúpulas iluminadas administran las utopías (sin descartar su asesinato), y los demás apechugan. ¿Acaso los científicos porfiristas estimaban viables las demandas que a la postre dieron vida al programa plasmado en la Constitución de 1917?

La aparición y la solidez de una alternativa depende mucho menos de esgrimas intelectuales, que de necesidades imperiosas. Hoy el cambio en México ya es una necesidad imperiosa, para la inmensa mayoría. Por lo mismo, ya proliferan --embrionarias o no-- las alternativas. Toda alternativa requiere buenas dosis de audacia, del mismo modo en que se requiere del poder para ponerlas en práctica y, entonces sí, calificarlas de viables o no.

Por lo pronto, crecen las preguntas punzantes: ¿qué tan peor nos puede ir, si ensayamos algo nuevo? Nuevos gobernantes, nuevos legisladores ¿cuánto más podrían rebasar los actuales niveles de ceguera, tosudez, insensibilidad, ineptitud o corrupción? Una alternativa simplemente democrática ¿es mucha utopía?