Los mexicanos estamos abusando del término histórico. Así calificamos casi todo lo que sucede en el escenario público. Y es que somos testigos de la ruptura constante de precedentes. Están pasando cada semana, cada día, cosas que no habían sucedido en 30, 50 años, o que simplemente no habían sucedido nunca en México.
Repase usted el periódico del día de hoy. Hágalo temprano porque hacia el mediodía las noticias habrán envejecido. Ejemplo: por primera vez se está pidiendo formalmente que el Presidente declare si recibió para su campaña 40 millones de dólares del banquero prófugo Carlos Cabal Peniche.
Un gobernador priísta (el de Quintana Roo) interpone ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación una controversia constitucional contra Campeche, gobernado por un priísta. ¿Usted recuerda que un priísta reclame al jefe del Ejecutivo federal la creación de un nuevo municipio?
Por supuesto que nunca se había competido públicamente en el PRI por una candidatura importante. En las próximas dos semanas tendremos elecciones primarias, convenciones abiertas y debates de precandidatos en todos los grandes partidos, en el Distrito Federal, en el centro del centro político. Usted se puede pasar el día espigando sorpresas en los periódicos, el radio y la televisión. Unas desagradables y otras esperanzadoras.
Este fenómeno de apertura indiscriminada y a veces brutal llegará pronto para bien o para mal a lo menudo, a lo estrictamente privado. En cada microvida habrá una ración de microhistoria. Ejemplo: se me ha ocurrido dirigirle una carta a mi diputado (a quien he identificado después de una ardua investigación). Le pido que me explique por qué la Cámara de Diputados no parece preocupada por la usura que ejercen empresas que emiten tarjetas de crédito y que operan realmente como intermediarias financieras sin autorización y sin ética. Yo mismo me estoy creyendo que los diputados son en el fondo servidores públicos. Dentro de poco usted se lo creerá.
Todo este torrente de fragmentos pequeños y grandes forman lo que llamamos la transición. En la época de Salinas nos dio por discutir académicamente si estábamos en la transición. Era una discusión bizantina. Los cambios que se promovían estaban destinados a ``modernizar'' el autoritarismo, no a revocarlo. Hoy las cosas son distintas, mucho más profundas, variadas y libres, y la intención más sincera. Estamos viviendo una sustitución progresiva y real del régimen hegemónico. Está despuntando un sistema de competencia efectiva a través de elecciones. Se está desacralizando al poder Ejecutivo y poco a poco se le va acotando.
Lo interesante no es sólo el cambio del aparato político sino los cambios de mentalidad. Lo que la gente piensa es lo que determina sus actos y son éstos los que cambian la realidad material. Esta será la verdadera transición. Un cambio en la forma en que los mexicanos vemos al poder y a los poderosos. Esto es lo decisivo; será un proceso lento y accidentado, no es difícil que tengamos alternancia en el año 2000, pero el cambio en la cultura tardará quizás 20 años.
El día de ayer conversé con jóvenes de una universidad privada sobre el tema de la reforma política. Los sentí muy conservadores. Percibí su temor: al precipitarse el viejo sistema quizás no podremos construir algo mejor y, lo peor, serían otros y no ellos los responsables de lo que sucediera.
Esto me hizo pensar en quiénes serían al final de cuentas los líderes de la transición. Qué tipo de políticos podrían triunfar en este nuevo ambiente. Estoy seguro de que si se impone la violencia, los que hereden el poder serán los más feroces y cínicos. Esa es la lección de la historia de todas las revoluciones violentas contemporáneas. Pero si el proceso es pacífico y civilizado, en un ambiente de competencia leal y en un país ávido de una congruencia moral, los que ganarán serán aquéllos que tengan más visión, más disciplina y sobre todo, mayor generosidad. Esa es la lección de las transiciones exitosas en los últimos años. Pienso en la joven generación que está ingresando al foro político en el filo de los 30 años, en aquéllos que nacieron hacia el año de 1970; ellos cosecharán todos los frutos sociales de la transición que apenas despunta hoy, y que en lenta y dura brega han sembrado sus hermanos mayores.