La Jornada Semanal, 16 de febrero de 1997
-En 1952 usted funda, con Aldo Pellegrini, la revista A partir
de cero. ¿A qué necesidades respondía ese proyecto?
-Yo creo que la aventura de A partir de cero fue muy importante y, al mismo tiempo, bastante íntima, porque si bien en América hubo influencias surrealistas, no hubo verdaderos grupos de acción. Excepto en Chile: Mandrágora sí era más coherente y trataba de hacer intervenciones, como la famosa anécdota de Braulio Arenas, que rompió el discurso de Neruda en un teatro, y escándalos por el estilo.
Antes, Pellegrini había fundado otra publicación -Qué- con un matiz surrealista. Alrededor de ese proyecto nació un entusiasmo que nos llevó a tener un contacto más profundo con los surrealistas. Yo creo que ningún poeta puede dejar de querer al surrealismo. De algún modo es la encarnación de un mito de la poesía, que perdura y le da un sentido muy especial a la tarea del poeta. Porque no se trata de una escuela literaria, sino de una concepción total del hombre y del universo: un humanismo poético, en cuyo centro está el hombre, no la divinidad, proyectado hacia lo absoluto, con todos los poderes implícitos en su condición.
-¿Dónde radicaba la novedad de la propuesta?
-No sé si podemos hablar de un nuevo sentido de vanguardia. Porque si bien la vanguardia ya existía, en América, después del modernismo, el ultraísmo y el creacionismo de Huidobro, había un sentido de ruptura. Lo novedoso de nuestra propuesta quizás haya sido extremar ese sentido de vanguardia. Porque no se trataba de una forma o concepción del hecho poético, sino de la vida, del hombre, de los valores en juego: el poder del inconsciente, de la escritura automática, de la identificación del amor, la libertad y la poesía como única expresión válida. En fin, un sueño bastante prometeico que se fue disolviendo solo.
A diferencia de la mayoría de las revistas literarias, que son como antologías sin un carácter muy definido, A partir de cero tenía, o pretendía tener, un carácter más riguroso, con una toma de partido ético y hasta ideológico. Nunca llegamos, por suerte, a tener un sentido ortodoxo en relación al lenguaje.
Yo sigo creyendo en el surrealismo, pero no creo en la cosa formal, que se ha transformado un poco en una retórica. Se imita la escritura automática, la forma y las imágenes surreales, pero yo creo que el poema es un campo cerrado, neto, de tensiones y de lucidez. No es una cosa interminable, como sería la pretensión del automatismo. Además, si uno piensa, los frutos literarios que ha dado no han sido grandes. Como hipótesis es interesante, pero el inconsciente no es todo el hombre.
-Durante la sucesión de dictaduras que constelaron la historia argentina, ¿cómo fue vivido el postulado surrealista que proponía unir el ``cambiar el mundo'' marxista en el ``cambiar la vida'' de Rimbaud?
-No había una actitud política uniforme, como en el grupo francés, que participó con proclamas y declaraciones ideológicas, y hasta con afiliaciones al Partido Comunista. O las relaciones de Breton con Trotsky y las tomas de partido ante la cuestión argelina. Yo creo que la Argentina ha sido siempre un país lleno de hechos surrealistas, pero nunca se les adscribió un significado político.
-¿En qué medida la figura de Lautréamont incidió en ese movimiento poético?
-Creo que su influencia en el surrealismo fue enorme: todo el poder de la imaginación, el poder blasfematorio, de liberación absoluta, de belleza formal, y una metáfora completamente distinta. Pero en realidad, no se le tuvo en cuenta como poeta rioplatense. Sí, claro, sentimos el orgullo de su cercanía. Como ustedes saben, hay una hermosa traducción de Pellegrini de Los Cantos de Maldoror y el psicoanalista Pichon-Riviére hizo una serie de investigaciones sumamente interesantes, donde sugiere que el sitio de Montevideo (durante la Guerra Grande) habría incidido en la formación de Lautréamont.
Está también Laforgue, otro franco-uruguayo, un poeta importantísimo. Y sin embargo, en Argentina tampoco se le ha prestado demasiada atención. Y eso que tenemos a Lugones, que es un poeta absolutamente laforguiano.
Es curioso que haya poetas europeos, como Aimé Cesaire y Saint-John Perse -nacidos en el Caribe-, en los que sí se siente la fuerza del trópico, el espacio americano, aunque escriben en francés. Y tal vez haya algo en Lautréamont de haber sublimado en su obra la violencia de ese momento tremendo de la historia rioplatense.
-Desde Las cosas y el delirio hasta Los últimos soles vibra en su obra ese ``estado de furor'' expresado en uno de sus poemas. ¿Cómo se cuida un poeta para no ser un corrupto?
-Yo creo que la poesía es una forma de vida. Dentro de una sociedad siempre opresiva, de estructuras morales rígidas, consumista, donde los únicos valores parecen ser los del poder, a través del dinero y de las influencias políticas, el poeta persigue otra cosa: la realización total del ser a través de la poesía. Y aunque ésta no tenga la difusión que merece, va a llegar siempre a quien tenga que llegar. Aunque sea el último ser, en el sitio más remoto, si la necesita, le va a llegar.
Yo no he tenido una vida rigurosa. De muchacho he navegado y vivido en varios lugares del mundo. No sé muy bien de qué he vivido. Parecería que el poeta tuviese siempre que disculparse, si trabaja o si tiene hijos. Como si tuviese que vivir caminando por el techo, como las moscas.
Además, uno ya está comprometido con todo su ser en la poesía, más allá casi de la voluntad. Yo soy más bien solitario, tímido. No he tenido una actuación pública. A veces le digo a mi mujer que soy un desastre, porque no consigo capitalizar mi experiencia. Siempre estoy a partir de cero, cometiendo los mismos errores.
-¿Es acaso esa misma ``torpeza'' para desenvolverse en la vida cotidiana lo que hace posible la dimensión poética?
-Puede ser. Aunque sea una sensación subjetiva, vivo la vida con pasión. Creo que el poeta es alguien que tiene un sentimiento exaltado de la existencia. Yo tengo un cierto pánico. Lo digo en un texto (``La bella pasajera'') en el que la vida y la muerte no son poderes enemigos. La condición humana es tan absurda, entre una nada y otra, y el misterio de ese hecho. Por eso para mí, cada instante de la vida es un instante de la muerte. Tengo ese sentido un poco animista del mundo. Para mi toda la realidad parece un poco sacralizada. Por eso me gusta mucho el Brasil. Qué país extraño. Tan violento, tan cruel, y sin embargo no existe el sentimiento de la muerte. Hay una religiosidad muy particular. Pese al catolicismo oficial, existe un imperialismo mágico brasileño que se está expandiendo por toda Sudamérica: el culto Umbanda. Aquí, en Buenos Aires, está lleno de terreiros...
-¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son inseparables?
-Yo siento que hay ciertos poetas que acentúan el aspecto intelectual de la poesía. De manera lúcida, despojada, casi totalmente mental. La Argentina, específicamente, ha dado ese intelectualismo que no hay en otros países de América. Podría hablar de Juarroz, de Girri, del mismo Borges.
-¿Y Lugones?
-Creo que Lugones es más animalesco. Tiene otra fuerza. No se pone tan lúcidamente sobre el concepto. Considero que la poesía no tiene que dividir al hombre en intelectual o inconsciente, sino conservar la integridad del ser. La poesía tiene que nacer, no de ideas intelectuales sino de vivencias profundas.
Volviendo sobre la escritura automática, a veces me parece que es una aventura en el lenguaje, pero fuera de las circunstancias existenciales del poeta. Hay dos caminos en la poesía: uno es Baudelaire y el otro es Mallarmé.
-¿Y usted con cuál se identifica?
-Con Baudelaire, naturalmente.