La Jornada 17 de febrero de 1997

Entre anomalías y amarres políticos se dio la salida de Abdalá Bucaram

José Steinsleger, especial para La Jornada Ť De las constituciones vigentes de América Latina ninguna considera la posibilidad de que un presidente democráticamente electo sea destituido por el Congreso. Salvo que esté clínicamente loco. Pero entonces, sólo el dictamen médico puede sellar su destino. De lo contrario, resta el juicio político del Poder Legislativo y el pronunciamiento del Poder Judicial. Montesquieu dixit.

Ni unos ni otros requisitos fueron cumplidos en la destitución de Abdalá Bucaram. La vicepresidenta exigió el cargo de su ex pareja de baile, los políticos pescaron en río revuelto, Abdalá despotricó y después lloró, la embajada de Estados Unidos juró que no se metía y los militares optaron por lo único que entienden: el orden.

Ordenemos pues, el tablero. Según la antigua geometría ideológica, Ecuador cuenta con nueve partidos decisivos: a la derecha socialcristianos, conservadores y libreales (PSC, PC y PL); en el centro izquierda demócratas cristianos y socialdemócratas (Democracia Popular, DP; Izquierda Democrática, ID); en el centro-derecha el Frente Radical Alfarista (FRA) y el Partido Roldosista (PRE) y a la izquierda Liberación Nacional y el Movimiento Popular Democrático (LN y MPD). A estas siglas hay que añadir las del Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y a la Confederación Nacional Indígena (Conaie).

En los comicios presidenciales de 1996, cuatro candidatos concentraron las expectativas de la primera vuelta: Abdalá Bucaram (PRE), Jaime Nebot (PSC), Rodrigo Paz (DP) y Freddy Ehlers (ID). Bucaram y Nebot pasaron a la segunda. Sin candidato viable, a la izquierda y el centro-izquierda optaron por apoyar al PRE y Bucaram se impuso con el 54.4% de los votos.

Las críticas llovieron sobre el socialdemócrata y ex presidente Rodrigo Borja. Presa de añejos rencores con el ex presidente Osvaldo Hurtado, Borja restó apoyo al demócrata cristiano Rodrigo Paz y lanzó al ruedo a Freddy Ehlers, un prestigiado conductor de tv sin experiencia política. Las consecuencias fueron terribles: el paroxismo y la desmesura se alzaron con el poder.

Cinco meses después a Bucaram le sucedió con creces lo que al ex presidente Febres Cordero cuando debió afrontar el alzamiento y posterior secuestro desencadenados por otro llamado ``loco'': el general Frank Vargas Pazzos (ministro de Gobierno de Bucaram), quien en 1987 se sublevó por motivos similares a los que enervaron los sentimientos contra Abadalá: el abuso, la prepotencia, la corrupción.

Así, Fabián Alarcón y el FRA obtuvieron lo que siempre soñaron: representar a las mayorías habiendo sido siempre minoría. Claro que esta alquimia parlamentarista que suele confundírsela con la ``democracia'' hubiese sido imposible sin el principal atributo de Alarcón: la ``cintura'' política.

El argot boxístico permite dibujar el perfil de un mago del amarre: amigo y aliado de todos, siempre en oferta, el puñado de votos de Alarcón le permitieron salir airoso de la encrucijada. En este sentido fue consecuente consigo mismo, pues supo negociar arriba lo poco que representaba abajo ``surfeando'' la crisis con la pericia de un piloto de pruebas.

En el vehículo que por las calles de Quito encabezó la manifestación del 5 de febrero para exigir la salida del presidente cantante, Fabián Alarcón viajó flanqueado por dos legisladores: el uno representando a los grupos económicos; el otro al democratismo ilustrado.

El consenso: acabar con Bucaram. El secreto a voces: restar protagonismo a los trabajadores y a los indios, convocantes de la primera huelga victoriosa de América Latina contra el neoliberalismo. Con todo, se trata de un acontecimiento pocas veces visto: la fugaz coincidencia del espectro partidario para liquidar a un mamarracho político.

Carlos Fuentes tiene razón al decir que en el siglo XIX el proyecto de la Independencia latinoamericana fracasó por haberse inspirado en la ``idea Nescafé'': La producción instantánea de repúblicas federales, democráticas y progresistas, con las leyes de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Porque en el siglo que agoniza los resultados están a la vista: la inevitable efervescencia popular cuando gobernantes como Bucaram agregan al ``Nescafé'' una sabrosa tableta de ``Alka-Seltzer''.